PATRICIA DE MIGUEL
Dicen que Pedro Sánchez es el Kennedy castizo: sonrisa de anuncio, traje impecable y la capacidad de caminar entre ruinas políticas como si nada fuera con él. Y quizás no les falte razón. Los dos comparten ese talento natural para parecer inmunes al caos, para moverse entre conspiraciones, cuchillos y titulares con la serenidad del que sabe que, al final del día, no hay rival político que le tosa.
A Kennedy lo odiaban los generales, la CIA, el FBI, los republicanos y hasta parte de su propio partido; a Sánchez, la oposición, sus socios, la prensa y, por qué no decirlo, media bancada socialista. En eso también coinciden: enemigos a punta pala, y aun así, solos, como náufragos en medio del Atlántico político. Pero ninguno se inmutó. Entendieron que en política el respeto no se pide, se impone, y que mostrar debilidad es firmar tu sentencia de muerte.
La estrategia en esencia, sigue siendo la misma, aunque cambien los tiempos. Kennedy jugaba al ajedrez en plena Guerra Fría, con el botón rojo nuclear; Sánchez lo hace en el Risk de las redes sociales, donde los peones tuitean, los alfiles filtran y los caballos propagan rumores. Los dos apostaron por controlar la narrativa, marcar el ritmo y que el resto corriese detrás enfurecido mientras sonríen. No es improvisación, es calculo, dominio de la escena, estrategia pura y dura: Kennedy sentó las bases del arte de dominar con estilo, y Sánchez lo ha reciclado adaptando el truco a una era donde un tuit vale más que un misil, pero sobreviviendo en un ecosistema político que devora a cualquiera con un titubeo.
Ambos se hicieron a la idea de que gobernar no consistía en caer bien, sino en resistir mientras los demás se desgastan intentando tumbarte. No hay empatía, hay estrategia. No hay humildad, hay control. Y eso en política, no es soberbia: es supervivencia.
Así que, por mucho que algunos se atraganten, lo que hace Sánchez es política kennediana en estado puro. Kennedy fue pionero en demostrar que el poder no se ruega, se ejerce con estilo y con una sonrisa que dice “aquí mando yo”. Y Sánchez, a su manera, ha rescatado la lección y la ha actualizado.
Y mientras muchos todavía se preguntan cómo sigue en pie, él sonríe—porque sabe que no tiene rival.