Solidaridad

28 de febrero de 2024
3 minutos de lectura
Manos de personas entrelazadas. | Fuente: Freepik.

PEPA MERLO

El camino hasta Gaza parece demasiado largo para la solidaridad, inalcanzable Etiopía, Haití, Sudan, Birmania, El Sahel, y un largo y heterogéneo etcétera

“Que una tragedia en cada ola encierra”
(Miguel de Unamuno)

En las grandes tragedias es donde florece la solidaridad. Es la frase más leída y escuchada de los últimos días. La imagen solidaria de los vecinos con las víctimas del incendio en Valencia se repite en todos los medios de comunicación. Gimnasios, locales de la zona, convertidos en almacén donde se apilan cajas repletas de lo más variopinto, ayuda para quienes lo han perdido todo, cajas que llegan con la misma velocidad con la que un edificio de dimensiones desproporcionadas quedó reducido a escombro y ceniza.

No olvidamos las caravanas de coches, furgonetas, taxis, que recorrieron Europa a la busca y captura de ucranianos para rescatarlos de la guerra, para alojarlos en sus propias casas, para alejarlos de una “tragedia” provocada por el hombre. El camino hasta Gaza parece demasiado largo para la solidaridad, inalcanzable Etiopía, Haití, Sudan, Birmania, El Sahel, y un largo y heterogéneo etcétera del que tan sólo podrán ocuparse organismos internacionales de ayuda, y tendrán, además, que pelear frente al propio hombre para que les dejen ejercer, demostrar esa solidaridad.

El 6 de diciembre del año pasado algunos medios informaban de la muerte de 85 civiles y casi una centena de heridos por el ataque de un dron en Nigeria. Los titulares no reflejaban la barbarie de una guerra atroz, no explicaban ni justificaban los motivos de esa tragedia, tal y como explican y justifican otras, si es que una guerra tiene justificación. Sustentaban la noticia en el error como causante de la muerte de los civiles y destapaba las carencias de los drones en África.

La guerra y sus culpables no eran los protagonistas de la noticia, ni siquiera las víctimas de ese error, de esa acción desacertada, como define el diccionario el término, confiriendo desde la propia acepción, desde lo desacertado, un lo siento, con la boca pequeña, del agresor. El objetivo final de la noticia era evidenciar y criticar el patetismo de los cacharritos bélicos que utilizan en el continente africano.

En el incendio de Valencia, como ocurrió con su antecedente más inmediato, el incendio de la Torre Grenfell de Londres en junio de 2017, la solidaridad con las víctimas y el revestimiento de baja calidad del edificio copan los titulares originando semejante ruido que impide oír nada más. Apenas nos llega como un murmullo que al parecer la promotora catalana Fbex quebró, y que fue Ploder Uicesa (extinguida) la empresa encargada de levantar el inmueble y la filial constructora OHL ahora es OHLA y 74 muertos en la Torre Grenfell y ningún culpable.

La solidaridad del género humano en la tragedia para con el género humano no debería ser noticia, debería ser normal, aunque ni siquiera lo fuese por un sentimiento de bondad o “buenísmo” innato en el individuo, sino por la paradoja que supone el empeño en perpetuar la especie. ¿Pero dónde situamos el sadismo que, a la vista está, nos define? ¿dónde ese afán por destruirnos y hacerlo provocando el mayor sufrimiento posible? El

foco de atención de los medios debería fijarse en aquellos que construyen de un modo para sí mismos y de otro bien distinto para los demás, y en los legisladores que primero legislan permitiendo la especulación y el robo, para lamentar después indignados la tragedia, como si se tratara de un hecho ajeno. Tal vez convendría matizar el concepto tragedia, revisar si ese final funesto que mueve compasión o espanto, como se definía en el género teatral clásico, debería de utilizarse únicamente cuando se tratara de tragedias naturales en las que el hombre nada tenga que ver.

El incendio del edificio de Valencia, como el de Londres, como los miles de muertos en la guerra de Ucrania, y los de Gaza y los millones de muertos de todas la guerras, y los innombrables abusos, vejaciones, injusticias y crímenes contra la humanidad tienen objeto y causa, nombres y apellidos de los culpables que los provocan o los permiten.

Mañana en Valencia, como en Londres, habrá un memorial, pero ningún culpable, y habrá monumentos a los caídos en Ucrania y muro de las lamentaciones en Israel, y flores en Gaza y en Etiopía, Haití, Sudan, Birmania, El Sahel, y en el resto de terribles etcéteras de todo el mundo, y dejaremos caer una lágrima solidaria y seguiremos sometidos a un sistema que desprotege al ciudadano, un sistema que aprendió con la Segunda Guerra Mundial que toda víctima colateral es una víctima útil.

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