Ruido

28 de septiembre de 2022
3 minutos de lectura
Pacientes perjudicados
El escritor y periodista, Pedro Jiménez Hervás.

El amigo de la prima de mi vecino se acostó la otra noche un poco aturdido por los gritos que, sin venir a cuento, tuvo que soportar en “El Chiringuito”, ese programa televisivo de fútbol que es un calco de los famosos “Tómbola” y “Sálvame”. Tras lavarse los dientes y orinar sin salirse de la taza, decidió tumbarse en la cama con las ventanas abiertas. Cosas del verano.

De pronto, un coche empezó a dar acelerones por las calles del barrio.  El coche debía de tener una cilindrada monstruosa, pues el ruido que lanzaba resultaba infernal. Una sinvergonzonería. A punto estuvo el amigo de la prima de mi vecino de llamar a la policía, pero entonces recordó que necesitaba descansar unas horas para estar al día siguiente mínimamente despejado. Así que cerró los ojos y procuró dormir. En cualquier caso, el coche tampoco podría estar mucho tiempo dando vueltas debajo de su ventana. Se equivocó. El coche iba y venía sin descanso. Acelerando al máximo para frenar escasos metros más adelante. El amigo de la prima de mi vecino se acordó del padre y la madre del conductor, y a quien manejaba el volante le deseó toda suerte de males en el futuro.

Una hora y media después, consiguió conciliar el sueño.

La mañana comenzó para el amigo de la prima de mi vecino con otro sonido ensordecedor. Una máquina cortacésped estaba haciendo de las suyas en algún jardín próximo. El protagonista de esta odisea cerró la ventana de su habitación y volvió a acostarse. Nada. El ruido de la máquina cortacésped, perteneciente a una subcontrata del ayuntamiento especializada en poda y tala de árboles y mantenimiento de parcelas, penetraba en su habitación con la insolencia de una tamborrada que se situara a los pies de su cama. El amigo de la prima de mi vecino se acordó de las cornamentas del jardinero, del dueño de la contrata y del alcalde, o alcaldesa, pues la ciudad donde transcurre esta historia todavía es una incógnita.

Antes de salir de su casa, el amigo de la prima de mi vecino creyó escuchar un nuevo ruido. Esta vez era el taladro de otro habitante del inmueble. Al parecer, alguno de los vecinos había decidido colgar cuadros de buena mañana. Y hoy en día, como las paredes de los pisos son de papel, parece que cualquier chapuza doméstica que se acometa en nuestro bloque siempre comienza en nuestra propia habitación. Hogar, dulce hogar.

Pero nuestro amigo ya está en la calle. Como es lógico, se traslada en bicicleta porque los vehículos a motor contaminan y él está en contra del calentamiento de la Tierra. En algún momento, escucha el grito inhumano del conductor de un todoterreno que le recrimina ir pedaleando demasiado despacio. ¡Gilipollas!, cree entender el pobre hombre, cada vez más desanimado con su suerte.

Ya en la oficina, el amigo de la prima de mi vecino decide levantar uno de los teléfonos que está sonando. Para que luego digan que los que trabajan al otro lado de la línea telefónica son unos vagos. Es una mujer. Parece enfadada. Le grita que ya era hora de que una persona respondiera y que está “hasta el toto” de hablar con máquinas. Dígame, señora, ¿qué es lo que desea?, le pregunta nuestro amigo, con su mejor voluntad.

¡Son ustedes unos ladrones!, escupe la señora, obligando a nuestro protagonista a apartarse el teléfono del oído para no quedarse sordo. Asqueado de tanto ruido, el pobre hombre cuelga la llamada y decide no atender ningún otro teléfono. Acabada su jornada, acude a un concierto con la entrada que le regaló su sobrino. Para evitar aglomeraciones, y porque se trata de un individuo concienciado con el medio ambiente, se traslada en uno de esos taxis eléctricos, que avanzan casi en silencio por la carretera. El taxista tiene encendida una emisora en la que el político de un bando desafía a un debate al político contrario. El político contrario le responde que se prepare antes las materias. La ministra portavoz asegura que los datos de empleo son esperanzadores. Periodistas y opinadores saltan a la yugular de la ministra y el político contrario. Todo es un confuso bla, bla, bla. Cerca, una grúa descarga un contenedor de vidrio en el camión de recogida selectiva. Decenas de miles de cristales estallan y se apretujan unos contra otros, formando un estruendo feroz.

El pabellón de deportes está repleto de almas que esperan con devoción la salida del cantante de moda. Al fin suena la canción que todos estaban esperando. No hay músicos. El autotune hace maravillas con la voz del cantante, que se comporta como un animador que estuviera en un karaoke. El ruido hace saltar a la muchedumbre enloquecida. Pero el amigo de la prima de mi vecino tiene la sensación de que el concierto es una estafa y no baila. Solo piensa en su bicicleta, que dejó atada a una farola frente a su oficina. ¿Seguirá intacta cuando vaya a recogerla, o la habrán robado, como ya ocurrió con la primera, que se compró no hace tanto, cuando logró su primer empleo en un taller de motocicletas? Dicen que dejó el trabajo cuando un cliente le pidió que quitara los silenciadores del tubo de escape para darle mayor personalidad a la Ducati.

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