Reseñas de libros 01.2: ‘La cárcel y sus consecuencias’ de Jesús Valverde Molina

4 de octubre de 2025
4 minutos de lectura
Celda sucia.

​“Que la cárcel no sirve, que la cárcel no rehabilita, es algo que asumimos todos, y que lo asume también la sociedad desde sus más diversos sectores. Jesús Valverde también lo dice en su libro.”

Prólogo del libro. Por Manuela Carmena, Jueza de Vigilancia Penitenciaria.

​Terminamos el artículo anterior hablando de lo que comentaba el profesor Valverde con respecto a la cantidad de espacio que tiene el preso en la cárcel. No quiero dejarme en el tintero las consecuencias de la falta de espacio, y me gustaría compartir con los lectores que en la cárcel se soporta un doble hacinamiento: el hacinamiento físico, la falta de metros cuadrados de los que dispone el preso, porque como bien dice el autor “las cárceles son grandes, pero no para el preso”. Y en segundo lugar un hacinamiento psicológico, en lo que respecta a la permanente compañía de otros y a la imposibilidad de no estar nunca sólo.

Sigue el autor hablando de la calidad del espacio. En este sentido habla el profesor Valverde del pronto deterioro tanto de las instalaciones y espacios como del mobiliario de la cárcel, y lo atribuye a dos motivos básicamente. El primero, como no puede ser de otra manera es a la falta de cuidado que el preso tiene con esos elementos despersonalizados que lo tienen confinado. El espacio carcelario y sus elementos son anormalizadores, y no contribuyen de ninguna manera a la resocialización ni a la reeducación. Por ello, como el preso no se puede vincular a un espacio tan anormalizador, desde luego no va a cuidarlo.

También se llega a la conclusión de que el preso, no solo no va a cuidar ese espacio, sino que además lo va a deteriorar al proyectar sobre él toda su agresividad al identificarlo como el principal elemento de su encarcelamiento y así lo decía ya Sykes en 1958: “En pocas palabras, las paredes que confinan al delincuente, el hombre contaminado, son una amenaza constante al concepto que de sí mismo tiene el prisionero y esa amenaza se repite una y otra vez en los muchos recordatorios diarios de que debe mantenerse al margen de los “hombres decentes”. De una u otra manera este rechazo o esta degradación de la que hace objeto la comunidad libre le dice que debe ser apartado, rehuido, vuelto inofensivo. Para sobrevivir psicológicamente, el prisionero debe arreglárselas para encontrar la manera de rechazar a su vez a quienes lo rechazan.”

Esta falta de cuidado, conlleva también una falta de higiene que pueda dar lugar al surgimiento de enfermedades infecciosas.

El segundo motivo de la falta de calidad del espacio carcelario lo atribuye el profesor Valverde a la mala calidad de la construcción, ya que se invierte en la solidez de la estructura, en la seguridad y en el control, pero no se invierte en diseñar espacios “habitables”.

​Entra de lleno el autor en establecer que la cárcel se diseña para dominar, para someter, para despersonalizar al preso, y no únicamente para evitar las fugas. Se refiere, por ejemplo, a las cerraduras. Como bien dice, no son más seguras porque sean más grandes o ruidosas, pero que en las cárceles las cerraduras son grandes y ruidosas.

Por ello, concluye que “no se trata únicamente de que el preso esté encerrado, sino de que vivencie con toda claridad que está encerrado, lo asimile, viva con ello y no se evada, ni siquiera mentalmente.”

En el capítulo 3, titulado La vida en la prisión, el profesor Valverde desgrana, como la cárcel se constituye en un sistema social alternativo, lo que conlleva que la cárcel, no sirva ni de lejos para lo que está destinada y ordenada: la resocialización y la reeducación del preso. Y eso es así porque es imposible resocializar a una persona mientras está aislada de esa sociedad a la que quieres que vuelva y que se rige por normas que nada tienen que ver con las que rigen en la calle.

Así, nos habla el autor sobre las dos maneras diferentes de relacionarse, el preso, con su entorno: frente a la institución y frente a la sociedad de los reclusos. Y es ahí donde el preso se enfrenta a un dilema que puede hacerle perder la cabeza.

Frente a la institución, el preso puede someterse o enfrentarse a ella. Si se somete, entra en conflicto con el “código del recluso” y por lo tanto será señalado como “chivato”, “confidente” y cosas peores, será apartado de la vida en el módulo, en el patio. Si se enfrenta a ella, será admitido por el resto de los presos que han optado por esa misma solución y se “prisionizará” más rápido, y a su vez tardará más tiempo en obtener los ansiados permisos y el tercer grado.

La relación con el resto de presos tiene esos dos mismos aspectos, o bien se enfrenta a ellos sometiéndose a la institución o bien se somete al “código del recluso” enfrentándose a la cárcel.

El “código del recluso” no es un código formal ni escrito. Consiste en una serie de reglas no escritas, bastante difusas y cuya aplicación dependerá de los individuos y las distintas situaciones.

El profesor Valverde establece una clara semejanza entre el “código del recluso” y el Código Penal que tiene la sociedad de afuera. Y dicha semejanza no es precisamente favorable a ninguno de los dos, ya que establece que los dos códigos se dictan para favorecer a quien está más cerca del grupo normativo, a quien está en el poder y discrimina al resto. Lo mismo que el Código Penal en vigor está diseñado para castigar a los “robagallinas” y proteger a los poderosos, de tal manera que el “código del recluso” “es una manera más de dominación de los privilegiados sobre los desprotegidos en una defensa de los intereses de los grupos dominantes de presos, que adquieren una auténtica consideración de “grupos normativos”, que son los que ejercen el poder “de hecho”, controlan la vida en la cárcel y, en consecuencia, dictan muchas de las normas de convivencia en la cárcel, sobre todo de todos esos aspectos de la vida diaria “subterránea” de la prisión, de la que la institución parece ignorar, pero que afecta total y directamente al preso en todas y cada una de sus actividades.

ALFONSO PAZOS FERNANDEZ

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