René paseando con el maestro

A René le apasionaban las historias de todo aquello que volaba sin más explicación que las derivas de lo observado

A René le gustaban mucho las guindas y los faroles altos en las esquinas de las casas que daban sombra diferente según las horas de sol. A René le entusiasmaba ir solo por los recovecos de Baeza y preguntarle a las piedras, él que todo lo preguntaba, la historia que sólo ellas sabían por haberla vivido.

Más de una vez acompañó a don Servando, el maestro, en su recorrido por las plazuelas, en el saludo a las mujeres que iban a por agua con sus cántaros, en el juego interminable de los niños buscando pájaros o almendras.

Los pensamientos le venían solos al maestro nada más tocar la luz que se le dormía en el sombrero o sobre el cuarterón de tabaco que llevaba en la mano hasta que terminaba de liar su cigarrillo:

-Como te decía, René, en las casas pobres se detienen los sonidos del hambre y en las ricas baja la mermelada por las escaleras. Pero en todas ellas hubo siempre relámpagos de felicidad, besos al descuido o tristezas que aún mantiene la cal en sus cáscaras de plata.

…Muchas de estas palabras eran todavía para René asombros que no quería descifrar porque le resultaban sonoros y suficientes. Comprender todo lo que oía hubiera hecho de René un niño sabihondo y no el contemplativo que él deseaba ser para gloria de su propia inocencia.

Al pasar por la plaza de Santa María, que fija en su piedra la mirada oscura de la catedral, don Servando se detuvo un instante para preguntarse en voz alta por qué el romancero llamó a Baeza Nido Real de Gavilanes.

-A mí también me sucede como a ti, querido René, que me inquieto cuando ignoro algo que ya debo saber. Nido Real de Gavilanes, quizá porque es el gavilán un ave rapaz muy requerido en cetrería para acabar con las palomas. Más robustas las hembras que los machos, más lucidas en su plumaje, las gavilanas temen a su vez a los azores, al águila real, a los zorros… Siempre hay alguien mayor que te persigue, René, personas a quienes molestas por tu distinción o tu altísima capacidad de vuelo. Por eso cuando llega la noche los gavilanes se esconden.

-Los griegos decían reconocer a los gavilanes porque se posaban sobre los árboles donde había una tumba de alguien que había sido asesinado. El pájaro servía así de juez ante la desolación de las familias. Puede que todo esto sean leyendas, René, que incluso Homero, tan buen escritor como era, aprovechó para escribir su Ilíada.

A René le apasionaban las historias de todo aquello que volaba sin más explicación que las derivas de lo observado. Con frecuencia se diferencian poco las historias de las leyendas. A su manera de entender y de decir, René comenzaba a evidenciar que también los pensamientos son depredadores de las debilidades y que, el pájaro que mejor vuela, más sitios tiene donde posarse. Estas reflexiones de René no llegaba don Servando a descubrirlas y seguía por las calles, ajustándose a la delicadeza de los vientos, tratando de darle sentido a cualquier rincón por donde pasara, al arco de los moros en su huida, a la magia que dejó el arquitecto Vandelvira en los palacios de Baeza, en la textura de las artesanías…

-Mientras haya alguien como nosotros, René, que descubra en lo sencillo la maravilla. Mientras la belleza perdure en los rizos de la piedra labrada, vivirán sin miedo los gavilanes, sin temor a que acaben con ellos los búhos de la noche. A pesar de todo, hay que ir por la vida con cuidado, René, que también los demonios atraviesan las piedras.

Pedro Villarejo