José Eladio Camacho Fraile
Era habitual durante los años 90 descender a los calabozos situados en los sótanos del edificio de los Juzgados de Instrucción de Plaza de Castilla y descubrir, sin proponérmelo, a algún amigo de juegos de la infancia. Como si de repente un resorte les hubiera catapultado desde aquellos jardines de roca hasta este preciso momento. Muchos de ellos habían participado en el llamado cine quinqui, incluso algunos protagonizando películas premiadas en Europa (Deprisa, Deprisa de Carlos Saura).
Lo tenían fácil; para actuar les bastaba con ser ellos mismos. Me miraban extrañados pero sin sorpresa. Pienso, sin dudarlo, que podríamos tener invertidos los papeles, y ser yo el que mira sonriente al otro a través de las rejas. La ocasión lo merece, y absurdamente nos saludamos, cada uno apoyado en su lado de los barrotes, como si casualmente nos hubiéramos topado en alguno de los Pubs tan de moda en aquella época (Factory) o en cualquiera de los primeros conciertos de grupos de rock españoles a los que se les empezaba aquí a tomar en serio (Delguetto, Leño, Obus, Ñu, Asfalto…).
La estética de la época, y el futuro tan incierto (o tan previsible) como posiblemente lo tengan los chavales de hoy en día. Villaverde Alto no era fácil para nosotros, supongo que para ellos tampoco será fácil hoy en día. Algunas cosas seguro que han cambiado pero fuera de allí desde hace años tampoco lo podemos saber con certeza.
Los mejores se quedaron (Lourdes, Marisa, Ángel, José Luis… y otros) para intentar renovar el barrio y seguramente han conseguido que este sea hoy mucho mejor. Me consta. Mantuvieron lazos inalterables conociendo la dificultad y el resultado permanente e incierto de las vidas a las que trataban de acompañar (drogas, robos, detenciones, cárcel…) en una espiral, cada vez más deteriorada y con un final que no podía ser otro. Vuelvo a los calabozos de ahora y entonces. Le preguntó “De nuevo aquí?” . “Ya ves”, me contesta esbozando una sonrisa que no llega a serlo. Y me cuenta la verdad, el motivo de su detención y de su vida, que nada tendrá que ver con lo que manifestará más tarde frente al Fiscal y la Magistrada de Guardia.
Espérame a la salida, le digo, y te dejó en casa. Y a una hora imprevisible e incierta, en un taxi o en mi propio vehículo le dejo en su casa, a pesar de su insistencia para que le lleve a cualquier otro sitio. Se trata de evitarles a ellos, y a otros, momentos desagradables. Casi lo consigo. Al final me despido sabiendo que pronto me volveré a cruzar con ellos.