En el CIS, o en cualquier otro barómetro en el que se pulsen las preocupaciones de la sociedad española, no aparece nunca el racismo como un problema o una inquietud, pero debería. Y debería, porque es un problema en los campos de fútbol y en la calle con grupos sociales, etnias y razas que no se ajustan a los cánones por sus costumbres, culturas o algo tan absurdo como su color de piel.
No hay nada que nos haga mejores a los ‘blancos’ o a los que la vida les ha sonreído con un bienestar muchas veces heredado, al contrario, los comportamientos xenófobos e intolerantes arrojan a sus partidarios al cubo de la basura y la inmundicia mental.
Los que aprovechando el caso intolerable de racismo contra Vinícius en Mestalla hablan de España como un país racista exageran, porque, personalmente, no creo que la sociedad española en su conjunto lo sea, pero me coloco del lado de los que creen que sí tenemos un grave problema social que va en aumento y echa raíces en los barrios periféricos de las grandes ciudades y en los grandes núcleos urbanos en los que la riqueza y la pobreza marcan con frecuencia las fronteras de los que pueden estar o ser en el privilegio de los derechos.
“Yo no tengo nada contra los maricones, al contrario, tengo amigos gais”. “No soy racista, pero prefiero que los gitanos no vivan en mi bloque” o “a mí me parece bien que mi hija haga lo que quiera con su vida, pero que no se case con un negro ni con un moro”. Seguro que les suenan todas estas expresiones. Las habrán oído alguna vez o es posible que se les hayan pasado por la cabeza, aunque no se atrevan a decirlas en público porque está mal visto, es políticamente incorrecto y parecen ideas inapropiadas, no porque no las piensen.
Creo que sí hay un componente racista en muchos de los comportamientos sociales a los que nos exponemos cada día que, seguramente, tendrán su raíz en prejuicios o malas experiencias personales o profesionales, incluso vecinales, o, sencillamente, en tendencias que se manifiestan cuando en política se alimentan los odios y las diferencias, y hay colectivos que se aprovechan de ello para llevar hasta las últimas consecuencias ‘que el fin justifica los medios’, es decir, actuaron el desprecio al respeto y la convivencia o recurrir a la violencia contra una ‘sociedad injusta y sin valores que me margina’.
En eso están las bandas sudamericanas que instalan el terror en barrios obreros o las organizaciones ultras, por la izquierda y la derecha. Podríamos resumir la idea en que ‘se junta el hambre con las ganas de comer’ para habilitar el caos social y la excusa perfecta para justificar el delito.
Eso no puede hacernos perder la perspectiva y el horizonte de la realidad. Es absolutamente injusto, insolidario y muy imprudente alentar o coquetear, en el mejor de los casos, el discurso del odio y la discriminación, por ejemplo, en el caso de los inmigrantes, vengan de donde vengan. La dependencia laboral española de los extranjeros es enorme para el mantenimiento y la producción de sectores como el agrícola, la construcción y los servicios, como la hostelería y la asistencia social a nuestros mayores. O para disfrutar del deporte con la creación y el arte de un jugador como el brasileño.
He leído en este medio a la periodista Alicia Santana cuando recoge la preocupación del presidente de la patronal por los miles de puestos de trabajo sin cubrir, y mi pregunta es qué sería de las cosechas en invernaderos o de miles de ancianos si no estuviesen trabajando y viviendo en España los miles de migrantes que los hacen posibles.
Pero reitero, cuando hablamos de racismo lo hacemos de la excepción. No podemos generalizar que el racismo está en el ADN de los españoles ni llegar a decir, como escribe Vinícius, en sus redes sociales que “hoy en el mundo todos ven a España como un país racista”.
Puedo entender su frustración por el acoso desmedido al que es sometido este crack mundial en muchos de los campos de fútbol, que no entiendo y nadie puede compartir, ni siquiera porque su juventud le haga reaccionar a veces como un crío cabreado. Es un maravilloso jugador y, como sostiene Ancelotti, es una víctima de los exaltados y de los miserables.
Lo ocurrido con el gran jugador del Real Madrid en Valencia antes, durante y después del partido en Mestalla es vergonzoso e indigno de un país civilizado como éste, que además ha construido su propia historia con el cruce y el paso de civilizaciones y culturas que han convivido y han dejado un legado que es hoy el mejor patrimonio para las nuevas generaciones.
El problema es que no se trata de un caso aislado en el mundo del deporte, que puede ser un lugar ‘idóneo’ para dejar escapar a la bestia que se lleva dentro con la supuesta y falsa creencia de impunidad amparada y oculta en el gentío y la efervescencia de una masa enloquecida que tiende a imitar, incluso, lo que no comparte, para no sentirse en ‘fuera de juego’.
En las competiciones deportivas en las que se toleran este tipo de prácticas racistas suele haber niños a los que se les lanza un mensaje equívoco y un mal ejemplo de respeto al rival y al diferente por razones físicas o de origen.
Acabamos de conocer que la Policía ha detenido este martes a cuatro hinchas del Atlético de Madrid acusados de haber colgado el pasado enero a un muñeco ‘ahorcado’ con la camiseta de Vinícius en un puente próximo a la Ciudad Deportiva del club blanco, antes de un partido entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid.
Durante la pasada temporada el Consejo Superior de Deportes (CSD) inició los trámites para sancionar 28 incidentes de carácter xenófobo en las ligas profesionales españolas de baloncesto y fútbol, nueve veces más que en la temporada anterior. Según un informe publicado por el grupo Vocento, los episodios de carácter racista en los recintos deportivos pasaron de 3 en la campaña 2018-19 a 19 en el curso 2019-20 y a 28 en la 2021-22, el máximo histórico de la última década. “Un ataque verbal racista no es un delito de odio, pero su persistencia en las gradas puede contribuir a su comisión”, añade.
La prevalencia de situaciones similares a la que han sufrido Vinícius y otros jugadores como Dani Alves, Roberto Carlos, Eto’o y Williams, entre las últimas, no son exclusivas del fútbol español. En una información que publica hoy La Vanguardia con la firma de varios de sus corresponsales en Europa, sostiene que “los comportamientos racistas en el fútbol español, más o menos aislados, se reproducen en otras grandes ligas europeas, aunque en la mayoría de esos campeonatos la aplicación de normativas sancionadoras es mucho más contundente y efectiva” que en la española.
Añaden los periodistas Rafael Ramos, María-Paz López, Eusebio Val y Anna Buj “que la consolidación de partidos de ultraderecha en el continente ha hecho aflorar nuevos episodios de insultos contra futbolistas por el color de su piel. (…) Aquellos días en que los hinchas dirigían cánticos racistas a los jugadores negros o asiáticos, y les lanzaban pieles de plátano de manera rutinaria, han pasado a la historia por las severas sanciones a los clubes y aficionados implicados, que no pueden volver a pisar el campo en mucho tiempo”.
Es decir, que racismo hay en los terrenos europeos, aunque desciende porque se castiga más. Y ahí puede estar una de las claves de lo que sucede en España, porque la realidad, y en contra de lo que diga el presidente de La Liga, el señor Tebas, las sanciones y las medidas en España dejan mucho que desear, porque o no se producen o se eternizan en los despachos.
Frente a un Tebas que en el caso de Vinícius ha dado un malísimo ejemplo de dirigente de un organismo profesional como la Liga española, hay que destacar el excepcional ejemplo de Xavi Hernández, el entrenador del Barça, que salió en rueda de prensa para pedir basta a este tipo de casos y rogar que no se repitan en un estadio deportivo. ¿Cómo hacerlo? Xavi adelantó parte de la solución: irse del campo y suspender el partido. El árbitro del Valencia-Madrid fue pusilánime y actuó sin la contundencia que merecía el caso, y eso da alas a esa afición minoritaria que convierte un estadio en una batalla campal de improperios, intolerancia y mala educación.
Era lógico que la polémica racista entrase en campaña. Y, ¡ojo!, porque también hay dirigentes políticos que deberían tomar nota de las palabras de Xavi y no hacer como el presidente de la Generalitat valenciana y candidato de los socialistas a la reelección, Ximo Puig, que no quiere perder votos el domingo, y pone una de cal y otra de arena al denunciar lo ocurrido a Vinícius, pero también al acusar al jugador de “comportarse de manera arrogante”. No, señor Puig, no. Medias tintas, él sí, pero el otro también…, no valen. Hay cosas en las que no se puede jugar pensando en perder o ganar votos. Que luego así nos va.
¡Ah!, señor Lula, presidente de Brasil, está muy bien que convierta en un asunto de Estado los insultos al jugador brasileño, pero podía haber tenido la misma altura de miras y algo de corazón para condenar la barbarie y los crímenes de su amigo Putin en Ucrania durante el encuentro de los G7. Ya sé que una cosa no tiene nada que ver con la otra, pero no quería dejar de decirlo.