¿Para qué sirve la cárcel?

5 de noviembre de 2023
4 minutos de lectura
Exterior del penal El Dueso, situado en Santoña. | Fuente: Europa Press

ALFONSO PAZOS FERNÁNDEZ

Desde muy antiguo la cárcel tan solo ha servido para retener a los hombres hasta el juicio o el cumplimiento de la condena que nunca consistía en la mera estancia en prisión. La máxima era tal y como dejó dicho Ulpiano: “Carcer enim ad continendos homines, non ad puniendos haberit debet”. La cárcel debe servir para retener a los hombres y no para castigarlos.

Los visigodos prestaron escasa atención a la cárcel en su legislación ya que su cultura era del todo punitiva, inclinada a la compensación económica, al castigo corporal, o a la pena de muerte que generaba conciencia de castigo y ejemplaridad, lo que no conseguía la prisión.

En esta línea se siguió en la Baja Edad Media y en Las Partidas se dice: “cárcel non es dada para escarmentar los yerros, mas para guardar los presos tan solamente en ella fasta que sean juzgados”.
En Las Partidas de Alfonso X “El Sabio” ya se entendía que el encierro de personas durante largos periodos de tiempo, vigilándolas y alimentándolas, era costoso y no tenía utilidad reparadora, ejemplarizante ni correccional.

En las antiguas cáceles los presos vivían hacinados en recintos sin ventilación ni iluminación, sin las mínimas condiciones higiénicas, sin separación de hombres y mujeres, de adultos y niños o entre sanos y enfermos contagiosos. En estas condiciones, la prisión era una escuela del crimen en la que los adultos presumían ante los menores de sus delitos o los reclutaban para sus fechorías.

Ya en el siglo XVI se conocía el problema, aunque no había voluntad política ni medios para resolverlo. El Juez visitador Cerdán de Tallada en su libro “La visita de la cárcel y de los presos” escrito en el año 1574 defendía la necesidad de que las cárceles fueran construidas de manera específica para facilitar la higiene y la clasificación de los presos.

El jurista y Político Jovellanos (1744-1811) opinaba que “la residencia de los presos, lejos de servir de remedio a la frecuencia de los delitos, se ha convertido en un manantial de nuevos desórdenes, los presidios corrompen el corazón y las costumbres de los que pasan por ellos; los perversos se consuman allí en su perversidad, y los que no lo son vuelven perversos”.

Igualmente el gran Jurista Lardizábal (1739-1820) defendía que la reforma comenzara por el propio sistema penitenciario pues “la experiencia acredita que todos o los más que van a presidios y arsenales vuelven peores, algunos enteramente incorregibles”.

“[…] a pesar de deportes, talleres, escuelas, hospitales, no hemos ido más allá de la mera custodia mecánica, nunca se han aplicado suficientes esfuerzos humanos, ni bastantes fondos presupuestarios, para experimentar una terapia más seria y consistente. En otras palabras, nos hemos conformado con el aislamiento exterior”. Palabras de Garrido Guzmán, L. en su “Manual de ciencia penitenciaria”.

A día de hoy, todos los estudiosos de la materia penitenciaria y los teóricos de la criminología saben y lo dicen, aunque con la boca pequeña, que la cárcel no sirve nada más que para aislar a las personas, para separar a las manzanas podridas de las sanas, o al menos sanas por fuera.

Un sistema penitenciario que realmente sirva para esos fines primordiales y principales que marca nuestra Constitución, esto es la reeducación y la resocialización y por lo tanto que un preso salga un poco mejor de lo que ha entrado, es caro, muy caro, en personal y medios, y por lo tanto inviable para los políticos.

En el prólogo del libro “La cárcel y sus consecuencias” de Jesús Valverde, Dña. Manuela Carmena, por aquel entonces Jueza de Vigilancia Penitenciaria, escribió: “Que la cárcel no sirve, que la cárcel no rehabilita, es algo que asumimos todos, y que lo asume también la sociedad desde sus más diversos sectores”.

El mismo Jesús Valverde dice en este libro: “Ya he planteado que en la cárcel no es posible recuperar a nadie y que la única intervención posible se ha de centrar en los propios efectos de la prisión. Por tanto, la intervención en el contexto penitenciario debe tener como objetivo fundamental la desprisionización”.

A mayor abundamiento Dña. Mercedes Gallizo, Secretaria General de Instituciones Penitenciarias desde 2004 hasta 2011, en su libro “Penas y personas” dedica un capítulo entero, el 4 a. ¿Para qué sirven las prisiones? No lo transcribo entero porque es un poco largo, pero básicamente dice lo mismo. La cárcel no sirve para resocializar ni para reeducar, tan solo sirve para separar, para retener.

Victoria Kent, Directora General de prisiones en el año 1931 decía: “O creemos que nuestra función sirve para modificar al delincuente o no lo creemos. En el caso de no tener esta fe, todas las mazmorras y el repertorio entero de castigos será poco. Si tenemos, en cambio, esa fe, hay que dar al hombre trato de hombre, no de alimaña”.

Duró poco en su cargo. Tuvo que dimitir porque nadie estaba convencido de que la función de la cárcel y de su personal es precisamente esa de modificar al delincuente, que salga de la cárcel algo mejor de lo que entró y no peor.

La cárcel, nos guste o no, sigue siendo necesaria. Hay muchas personas que deben vivir aisladas. Y eso lo digo yo que he estado ahí adentro. Pero aún siendo necesaria, debe servir para que el delincuente aprenda a vivir de acuerdo a las normas de la sociedad. Y en la cárcel se aprende a vivir según las normas de la cárcel.

De la cárcel se sale odiando a todo y a todos. Cada paso que das en el patio es una gota más de odio que va llenando el depósito. Y en el patio se dan muchos pasos. Cada paso que das vas rumiando la venganza. Venganza contra la sociedad en general, contra quien te ha metido ahí en particular, contra tu familia y amigos que te han dejado solo, que te han dado de lado. Contra tus socios del delito que o te han traicionado o se han olvidado de ti. Contra el Juez, contra el Fiscal, contra tu abogado que no hizo todo lo que tú crees que debería haber hecho. Odio infinito a los funcionarios de prisiones y sus continuos abusos.

Después de siete años y medio ahí encerrado, tan solo encuentro una cosa buena de la cárcel. Cuando sales tienes muy claro quién te quiere de verdad, quien es tu amigo de verdad. Esto es lo único que sacas en claro de esa institución.

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