Bajo las palabras, un manantial se esconde. Pero ese manantial no es siempre de agua pura y limpia. No siempre tiene tiempo de lavar lo todavía callado. Y por eso, muchas palabra salen de la boca con su espumilla de fracasos.
Antes de hablar, mucho silencio, me recomendaba un maestro de incontables experiencias. Más aún, ad-orar es acercar la boca de uno a la boca de Dios para asegurar la transparencia y el cristalino murmullo de la verdad.
Según observo cómo se habla hoy en diferentes aforos, un sopor de angustias se me pone delante como niño indefenso. El trasiego de las sílabas que escucho, me parecen navajas que pretendieran cortar la lengua de los de enfrente, en lugar de brindarles el suave licor de las granadas.
Decirlo todo, pero bien dicho, requiere que dejemos posar en el hombro una bandada de pájaros que nos enseñen, en las noches cerradas, la humildad de la luna. Debieran salvarnos las palabras.
Pedro Villarejo