En Argentina había conocido a Federico. Él con su cara de cárcel; García Lorca, defendiendo con olvidos y risas la cárcel de no encontrarle razón a sus amores. Federico lleno de gente y solitario; Neruda, solitario y lleno de gente. Distintos, de diferentes pozos sus aguas. Lorca bañado en el Mediterráneo. Neruda, hijo de la Cordillera, guerrero frente a las aguas del Pacífico… Todas las aguas van a los ojos fríos del tiempo, que saben mirar debajo de los mares.
Qué bien le vinieron a Pablo Neruda sus destinos diplomáticos en España. En Madrid conoce y le presentan como rayos a aquel mapa extendido, y en aparente comunión, de los poetas: Miguel Hernández, Aleixandre, Manolito Altolaguirre, Cernuda, Dámaso, Alberti… Se van sucediendo como fuegos incorporados a su volcán de atrevimientos. Neruda vive en Madrid, en una casa llamada La Casa de las Flores (curiosamente, fue la primera casa que destruyeron en la guerra civil del 36). Neruda nos lo cuenta, al mismo tiempo que resucita su viejo corazón, nombrando el corazón de sus amigos, haciéndose pequeño, de plata, de tajada de luna, su inmarchitable esperanza:
Mi casa era llamada
La Casa de las Flores, porque por todas partes
estallaban geranios, era
una bella casa
con perros y chiquillos,
Raúl ¿te acuerdas?
¿Te acuerdas
Rafael?
Federico, ¿te acuerdas?
debajo de la tierra,
Te acuerdas de mi casa con balcones en tanto
la luz dura de junio jugaba con tu pelo?
¡Hermano, hermano!
Y una mañana todo estaba ardiendo,
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y, desde entonces, fuego,
pólvora desde entonces
y desde entonces sangre.
Los amigos enfrente de la guerra, enfrentados a la sangre. Los amigos como resurrección posible: los tiros y las luchas, los desencuentros y los odios destruyen la Casa de las Flores que cada hombre lleva dentro, como la mejor misión encomendada.
Con Matilde Urrutia, su más duradera mujer envuelta en llamas, se pasea por el mundo mostrando utopías, candelabros de sueño, yacentes claridades. El poeta político que muchos sólo creen, no es más que el rizo independiente de una espuma trabajada en el dolor de las injusticias. El amor a los amigos, a todos los hombres y mujeres de la tierra, el amor a lo pequeño y a lo cotidiano, al nervio del mar, al copihue y la rosa, son desprendimientos de su voz apresurada que, para nosotros, quedó escrita.
Con la poesía de Neruda en la memoria, harán menos daño los caminos. Él conoció su misión y Dios se habrá encargado de poner la guinda que le faltaba a ese remolino de sentimientos. Porque el amor de Pablo es el atravesado, el fatigoso amor de la hermosura y precisa una mano grande que lo lleve, más provechoso aún, a las orillas.
El Duende
(Isla Negra, mascarones de proa y caracolas, se llamará el capítulo del próximo domingo y último en el recuerdo de Neruda)
Apasionante el señor Neruda , se tarda muy poco en destruir construir se tarda más .Me quedo con todo lo bueno q nos dejó y esperando el domingo más