Hace unos años, quizá muchos, pero no tantos, el oficio de obispo iba engalanado con plumajes de pavo real. Sus vestiduras, sus maneras, sus coches, sus secretarios… resaltaban una dignidad difícilmente equiparable. En tiempos lejanos un obispo de Córdoba tomó posesión de su diócesis dejándose arropar por una capa de armiño.
…Con tres obispos coincidí el viernes en Atocha, dispuestos a acompañar a monseñor Satué, obispo de Málaga, en su misa de presentación como pastor. Naturalmente ellos no me conocían, pero quise acercarme a saludarles con la naturalidad respetuosa de un cristiano convencido.
El secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor García Magán, daba cuenta de un sabroso bocadillo con sorbos en botellas de agua mineral, después de haberse santiguado. El Presidente de la Conferencia y arzobispo de Valladolid, don Luis Argüello, muy agradable al saludarme mientras miraba la pantalla electrónica. Y el cardenal de Madrid, don José Cobo con su mochila al hombro y su barbita no muy perfilada, como escribe Ussía cada vez que le nombra… Delante de mí entraron en su coche de turista y di nuevamente gracias a Dios por sentirlos sal de la tierra y luz del mundo.
Pedro Villarejo