Hoy: 24 de noviembre de 2024
No podemos restar. No está el horno para bollos. Los esfuerzos para conciliar las diferentes visiones ideopolíticas que coexisten en el ámbito de actuación de la coalición que gobierna España deben acentuarse al máximo.
Debilitar a este Gobierno puede ser letal no únicamente para el PSOE, o para su líder Pedro Sánchez sino, por encima de todo, para nuestro país, ya que un retorno de las derechas extremas al Gobierno – no sería posible su acceso separadamente sin tal coyunda PP y Vox– desarbolaría plenamente no solo una trayectoria gubernamental hasta ahora específicamente progresista, sino también y sobre todo, una cohesión estatal que el Ejecutivo coaligado, hoy por hoy, garantiza.
Pensar en la posibilidad de que el liderazgo de la actual derecha, o la que cabe vislumbrar a medio plazo por sus contradicciones y luchas internas de poder, se haga con el Gobierno es lo peor que puede suceder a nuestro atribulado país. Y ello porque no hay el menor vestigio de un proyecto político en la mente provincial del actual líder y menos aún en la de la lideresa, sino tan solo aventan un No a todo, como única consigna.
Cierto es que en España no existe, aún, una cultura de coalición, es decir, una práctica política desenvuelta y capaz de gestionar eficazmente la diversidad ideológica intramuros de Gobiernos plurales; pero si existe ya una cierta cuota de experiencia acumulada en el primer Ejecutivo de coalición durante la pasada legislatura, que debiera haber servido a la izquierda, el PSOE, Sumar y Podemos, para reaprender a entenderse.
Es hora de madurez política. Vale ya de acogerse a relatos adánicos para justificar errores políticos de libro en una bisoñez que se puede convertir en tóxica para el conjunto de España. Podemos tiene derecho a manifestar y pugnar a favor de su percepción ideológica de la política, pero hay un momento en esta trayectoria en la que la política, en el contexto reformista y no prerrevolucionario en el que se desenvuelve, con el gran capital apenas mutado, se emancipa de la ideología e impone sus leyes de hierro: cortar el paso a un enemigo desde una coalición implica necesariamente, cesiones mutuas que garanticen la unidad coaligada y los apoyos parlamentarios correspondientes.
Pese a lo poco que se sabe al respecto, las deferencias, atenciones y concesiones, en el interior de Podemos, hacia sus propias e impacientes minorías –que no parecen distinguirse por una superior cultura política respecto a la mayoría– priman por sobre las que recibe el grueso de la militancia; en ésta, en buena parte de sus Círculos, es un clamor la percepción del peligro que acecha a todo el país si el Gobierno se debilitara tanto como para dar paso a la actual y desnortada derecha extrema, posibilidad de cuya denuncia fue, precisamente, pionero el Vicepresidente que dejó voluntariamente de serlo para atajar tal riesgo y que hoy parece desdeñar la inminencia de tal peligro por motivos inexplicados.
Argüir que un segmento de la población, los mayores de 52 años, van a verse perjudicados por un decreto que globalmente beneficia al grueso de los desempleados no parece tener entidad suficiente como para echar abajo el decreto, habida cuenta de la posibilidad de negociar ulteriormente el despeje de tal traba. Da la impresión de que se ha buscado premeditadamente un desquite que obedeciera a otras causas, no a la sustancia propia del decreto.
El resultado del rechazo al decreto agrava las cosas de manera evidente, si bien la aprobación de otros tres decretos otorga estabilidad a la iniciativa decisoria. Por su parte, Sumar parece haber asumido, por contagio cercano al PSOE, un acelerado y obligado pragmatismo –compensado por obras que son amores, léase subida del salario mínimo– empirismo sobre el cual no ha hecho la pedagogía necesaria para explicarlo a sus antiguos aliados de Podemos.
La sensatez política inexplicada de Yolanda Díaz se percibe de manera hiriente por todo aquel que quede fuera de su inmediata esfera. Además, debiera haberse calibrado entonces el alcance de los vetos aplicados e impuestos contra la presencia gubernamental de Podemos en el nuevo Ejecutivo, cuyos efectos vemos ahora sobre la escena. Esto concierne asimismo al PSOE, en cuya trayectoria política, el mentado pragmatismo sin explicación tantos rotos causó cuando era dirigido por los hoy vociferantes exlíderes, objetivamente ex socialistas, que ahora se rasgan las vestiduras por sentirse despojados de un supuesto patrimonio sobre la Transición que tan acríticamente se atribuyen para sí mismos.
Conviene recordar que la Transición de la dictadura a la democracia no fue prioritariamente un proceso protagonizado por personajes o personajillos, ni coronados ni sin coronar, sino que más bien se trató de un empuje coral, colectivo, activo, obrero, estudiantil, vecinal, proto-feminista y ciudadano, que convirtió aquel tránsito hacia las libertades en algo irreversible. Causa sonrojo escuchar a uno de aquellos líderes “patrimonialistas” de la Transición decir hoy que la libertad no existe en España porque no se pueden contar chistes de homosexuales.
En cuanto a la coalición gubernamental y sus potenciales aliados, la política tiene también siempre un bastidor humano, personal, que no conviene olvidar, sobre el que se soporta toda su actividad. Hay afrentas, por ejemplo, relativas al protocolo, que no se saldan hasta que transcurren 25 años. ¿Cómo no va a perdurar otro tipo, todo tipo, de actos políticos percibidos como afrentas? Si quien se siente afrentada, soporta además, un sistemático linchamiento judicial, que se atiene a premisas delictivas falsas y aventadas mediáticamente luego por la caverna anti-periodística rediviva, no son de extrañar reacciones como las observadas entre el liderazgo de Podemos.
Pero no se puede sucumbir en ningún caso al propósito de quienes, con tanta perfidia, acechan, acosan y atosigan. Hay que blindarse a la hora de percibir lo que sucede en ambientes tan hostiles como los de la polarización política.
Es la hora de la madurez. Madurez que, curiosamente, se ha demostrado en la gestión ministerial de algunos departamentos durante la legislatura anterior que, pese a haber cambiado su cartera de titular, los altos rangos ministeriales, por su eficacia, siguen en sus puestos. Algo se ha avanzado en la gestión de la complejidad política y administrativa. Esa segunda línea en activo es una buena garantía de destreza política.
Si la concordia es la meta estatal por antonomasia, la conciliación intramuros de la gran familia de la izquierda es absolutamente necesaria. Hablen, escúchense, cedan; congráciense entre Ustedes para hacer viable que este país siga creciendo. La alternativa al Gobierno de coalición sería la vertiginosa víspera de un abismo estatal. Y eso las gentes sensatas y que amamos comprometidamente a nuestro país no lo queremos, ¿verdad?