Josefa Fraile, ‘Nina’, convivió entre 1976 y 1978 con la ‘sex symbol’ del destape, y recuerda sus llantos cuando le confesó, muy deprimida, que el hoy emérito la había sustituido por Bárbara Rey: “Ella no quería ser poseída, quería ser amada”
Tras ser abandonadas Josefa y su hermana Carmen Fraile por sus padres con solo cuatro y seis años (la madre se fue con un hombre que no quería mochilas y dejó en un orfanato a Josefa -luego con los años también llamada Josefina, Nina– y a Carmen, con los abuelos paternos), Nina anduvo de preventorio en preventorio hasta que se hizo una adolescente y volvió a reencontrarse y hacer una piña con su hermana. Se adoraban. Las dos habían sufrido mucho. Querían estar juntas. Y surgió Nadiuska.
Carmen, que por entonces se había echado un novio, periodista y relacionado con el mundo del corazón, la acogió en su casa. Carmen y Toni eran vecinos de Nadiuska en un edificio del paseo del Prado. Tomaban el sol juntos. Corría 1976 y Nadiuska era la reina del destape en una España que acababa de salir de la dictadura franquista y estaba en plena transición democrática.
Ya entonces el rey Juan Carlos, entonces muy poderoso, hasta que en 1978 cedió el poder absoluto que le legó Franco a su muerte en 1975, había empezado con sus escarceos amorosos, de los que nunca informó la prensa de la época.
Existía una suerte de consenso no escrito en la prensa de no tocar al Rey, que se movía como pez en el agua y de lecho en lecho con algunas de las actrices y cantantes más deseadas y envidiadas de la España que salía de los tabúes de 40 años de oscuridad sexual.
Roswicha Bertasha, que así se llama Nadiuska, de origen alemán, fue probablemente la sex symbol más importantes de la Transición española. Encandilaba a los españoles en sus constantes apariciones televisivas y películas de desnudos.
El entonces todopoderoso rey Juan Carlos puso a Nadiuska en su diana y la enamoró. Y mantuvieron relaciones durante muchos meses. Pero don Juan Carlos era todo un picaflor y cayó rendido a la vedette Bárbara Rey, competencia televisiva directa de Nadiuska. A Nadiuska no le gustaba en absoluto que la llamaran así. Exigía que la llamaran Nadia, y vivía en el paseo del Prado, 16 de Madrid. Vecina suya era Carmen, la hermana de Josefa.
Carmen Fraile le pidió a Nadiuska que permitiera a su hermana Josefa convivir o al menos pernoctar con ella en su apartamento. La actriz aceptó encantada. Y de inmediato entregó una copia de las llaves al conserje del bloque para que se las llevase a Carmen y a Josefa.
En ocasiones pasaba semanas fuera, grabando películas o haciendo programas de televisión. Otras estaba más tiempo en casa, descansando del ajetreo del trabajo. Josefa se convirtió en sus confidente y con ella se desahogaba.
En una ocasión llegó a casa cabizbaja y muy entristecida. No dejaba de llorar. Y convirtió a Josefina, Nina, en su compañera de desahogo. Hablaron mucho. Y le confesó llorando que el rey la había dejado para irse con Bárbara Rey. “Estuvo muy mal durante mucho días. Yo la consolé en la medida que pude”, afirma Josefa, entonces de apenas 17 años. Era una niña sufrida.
La alemana desapareció del foco mediático en 1999. Y acabó en una residencia de monjas al norte de la capital madrileña. Y ahí sigue.
Algunos dijeron de ella que, tras la caída de la popularidad, enloqueció. Josefa Fraile, que nunca olvidará la bondad que tuvo con ella al permitirle vivir en su apartamento, asegura que su inestabilidad mental se la provocaron las personas que “se aprovecharon de ella y la utilizaron con todo tipo de fines malévolos”. Y recuerda especialmente cuando Nadiuska, apenada, le comentó que los hombres se le acercaban para poseerla, pero que ella sólo pretendía “ser querida”.
Josefa solo tiene palabras de “cariño y agradecimiento eterno” hacia Nadia, “una gran persona, llena de “bondad, sentimientos y solidaridad”. Josefina, Nina, también llamada Pepi, rememora a continuación para FUENTES INFORMADAS algunos pasajes de la vida que compartió con Nadiuska entre 1976 y 1977 en el apartamento del paseo del Prado de Madrid.
Este es su relato y su homenaje a Nadia:
“Hola Nadia, soy Pepi la muchacha que acogiste entre los años 1976-1977 para hacerle un favor a mi hermana Carmen y su novio Toni, que vivían en un apartamento de unos pisos situados más abajo del tuyo. Y aunque han pasado muchos años me permito seguir dirigiéndome a ti de esa manera, ya que me dejaste muy claro desde el primer día que no te gustaba nada, pero nada, que te llamaran NADIUSKA.
Nadia nació en un pueblo como una niña más. Nada más verme, imagino que te recordé a ti misma, nunca supe tu edad ni quise saberla, porque para mi Nadia nunca tuviste edad, como no la tienen los cielos azules preñados de nubes blancas. Nadia, vivirás en mi siempre como un pájaro libre.
Hoy, al escribir sobre ti, noto como mis heridas van sanando poco a poco, porque estando juntas esos meses en tu ático del edificio Prado número 16 del paseo del Prado de Madrid, me enseñaste a reconocer mis emociones y a transformarlas, y solo espero que mis palabras te honren y te reconforten allá donde estés.
Compartiste parte de tu coraje conmigo para que una vez volara de tu lado pudiese sola continuar adelante, como así ha sido amiga, porque cuando dos personas han de encontrarse, el mundo las acerca, borra las distancias, une sus caminos y desafía lo imposible”.
Serpiente seda roja, seda oro y seda negra
Josefa Fraile prosigue sobre Nadiuska: “Yo en ese tiempo tendría unos 18 años más o menos y cuando al día siguiente el portero subió al apartamento donde Toni (el novio de mi hermana) trabajaba, para entregarle las llaves del piso de Nadia, yo abrí la puerta y le pregunté, ¿pasa algo? Contestó que no, que la señorita Nadiuska le había dicho que tenía que entregar las llaves de su ático en el apartamento número 311. Le pregunté que si podía cogerlas yo y, como me conocía, me las dio.
Nos despedimos, cerré la puerta y Toni me dijo, ¿quién era Pepi? El portero, le respondí. ¿Y qué quería? Ha dejado las llaves de la señorita Nadiuska.
-Ahh, vale, pues sube y poneros de acuerdo en lo que habló tu hermana Carmen con ella el otro día.
-Vale, voy, respondió Josefa.
“Subí, llamé al timbre varias veces pero no me contestaba nadie”, continúa Josefa. “Entonces abrí la puerta con las llaves que un rato antes me había dado permiso Toni para que las usara si tenía que hacerlo. No dejaban de temblar en mis manos de los nervios.
Metí la llave en la cerradura, abrí la puerta, asomé la cabeza y pregunté, ¿hola, hay alguien? No tuve respuesta, pero quedé maravillada por todo lo que mis ojos estaban viendo…
Entré y empecé a caminar por una alfombra que cubría todo el suelo, suelo que me condujo hasta una estancia con dos puertas. Ni corta ni perezosa abrí sin saber que me iba a encontrar. Más tarde se lo conté a mi hermana Carmen ý ella me dijo que eso era su vestidor.
Lo que no le conté por si me regañaba, por haberlo hecho sin estar la dueña de tan exquisito ropaje, fue que empecé a mirar, acariciar y oler inconscientemente todo, y que cogí una delicada bata de seda que sobresalía entre el resto de las prendas de un color entre rojo, negro y amarillo y se me cayó al suelo. Volví a colgarla rápidamente. Me encantó la bata.
Nadia, casi siempre trabajando…
En esa época, añade Josefa Fraile, Nina, Nadia trabajaba mucho y pasaba largos periodos de tiempo ausente, pero yo subía todos los días al apartamento a cotillear.
Un día sí hubo contestación cuando llamé al timbre del apartamento antes de entrar con la llave.
-¿Quién es?, preguntó Nadiuska.
-Soy Pepi, y me indicó: ‘si llevas llaves, pasa niña…
Y pasé, llegué hasta donde estaba ella, me sonrió, se interesó por lo que había echo todo ese tiempo desde que nos vimos por primera vez, le dije que estudiar, aprender a escribir a máquina y ayudar en la agencia del novio de mi hermana. Me dijo ¡eso está bien! Y sin más empezó a narrarme una historia que empezaba más o menos así…
-Verás, Pepi, no te imaginas (hablaba muy bien español) cuántos recuerdos me trae la bata que has dejado medio fuera del resto de mi ropa… ¡Creí morir cuando escuché de su boca esas palabras!
¿Cómo podía saber que la había tocado? Nadia era muy lista, observadora, inteligente…
Me miró y siguió diciendo: nunca se me ha ocurrido desprenderme de “ella” (refiriéndose a la bata) ni por un instante. No me gusta que nadie la toque ni la mire, porque tiene algo que, aunque invisible para el resto de las personas, solo ella sabe devolverme por instantes uno de mis secretos mejor guardados.
No sabía que decir -asegura Josefa- me quedé pasmada, y solo deseaba que continuase hablándome, cosa que hizo tras un largo silencio, o eso me pareció a mi.
Son secretos Pepi que solo “ella” (refiriéndose a la bata ) custodia con esmero. Está siempre dispuesta a abrazarme cuando, con suavidad, me la coloco en mi cuerpo desnudo, y sin saber el porqué de esa sensación, noto como me acarician suavemente todos esos hilos de seda con los que fue tejida, cortada y cosida en talleres nobles.
El mundo alrededor de su bata
“Ella (le dijo Nadiuska, refiriéndose a la bata) me permite cogerla, abrazarla y volver a experimentar sensaciones que no logro olvidar, por eso la guardo, pero hace mucho que no me la pongo, porque si lo hiciera sería como desear morirme viva y porque su mundo es muy pequeño para lo grande que es el mío”.
Cuenta Josefa: “No entendí nada de todo aquello que me estaba contando, estaba esperando que una vez terminase, me llamase la atención por haber sido tan atrevida, pero no lo hizo, solamente terminó de hablar y me dijo, ¿me puedes acercar por favor mis zapatillas, Pepi?
La Princesa “NADIA” no era de cuento, destaca Josefa, era de carne y hueso, como el Rey y la Rata, que nunca contó nada y por eso ahora yo lo cuento. Nadia con el tiempo entendió que su felicidad no dependía de un Rey, sino de ella misma.
Como un perrito tumbado en la alfombra junto a la puerta de su amo, yo solía esperar a Nadia hasta que escuchaba el tintinear de las llaves. Y cuando ella la habría, me decía, hola, Pepi, ¿qué tal tu día?
Carta de Nina a Nadiuska
“Ahora te estarás preguntando quién soy, pues bien, te diré que soy Pepi, esa Pepi joven a la que un día le ofreciste tu techo. Te escribo estés donde estés, para que sepas que sigo buscando el espejo que pueda devolverte la sonrisa con la que tantas veces me obsequiabas cuando regresabas a tu ático de noche, donde me dejabas dormir algún que otro día, para decirte lo guapísima que te había visto en televisión, aunque, en realidad, era para que si venías con ganas me contases a cuantos famosos habías conocido.
Volvías cansada, con los zapatos quitados enganchados a tu mano, tirabas las llaves, el bolso, y me preguntabas, ¿has cenado? Sí, te contestaba, mientras, sin desvestirte, te tumbabas en el colchón, me mirabas, suspirabas y decías: “Menos mal que hoy la fiesta no va a continuar, tranquila, ya puedes irte a dormir.
Durante unos minutos te quedabas en silencio y yo aprovechaba para sentarme a tu lado. De repente empezabas a contarme cosas que nada tenían que ver con lo que ese día habías hecho.
¿Sabes Pepi que mis hermanos murieron todos? -me dijiste un día. Tienes suerte de tener una hermana que tanto se preocupa por ti.
Señala Nina que Nadiuska a veces pensaba en voz alta y decía cosas que yo no sabía si tomármelas en serio o no. Me dijo que estuvo casada, que tuvo dos hijos pero que cayeron enfermitos y murieron. Al final se quedaba dormida, imagino que del cansancio que tenía, y era entonces cuando yo la arropaba, le deshacía el peinado dejando su melena suelta, le acercaba un cojín para ponérselo bajo su cabeza, y me iba al sofá a dormir.
Si yo fuera luna, si yo fuera sol, si fuera camino, señala Josefa, te guiaría hasta que pudieras encontrar el tuyo, pero no lo soy, solo soy esa chica a la que un día, sin hacerme preguntas, sin conocerme, confiaste en mí y me diste refugio en el que entonces era tu hogar.
Eres lo que eres, en lo que te han convertido seres que sin piedad alguna, envidiosos de tu belleza exterior e interior, se acercaban a ti, no para quererte, sino para destruirte, porque no soportaban reflejarse en ti.
Una amiga atenta
Hoy me he tomado un momento para agradecerte haberme dejado compartir momentos inolvidables contigo, porque siempre fuiste para mi una fuente constante de alegría, apoyo y buenos consejos.
En cada encuentro, en cada conversación, en cada una de las palabras que me decías, encontraba una amiga atenta y considerada, comprensiva y buena, que confió en mi para dejarme parte de su legado inmaterial, muchas de las experiencias que te obligaron a tener en tu corta, intensa e infeliz vida.
Tu capacidad para escucharme, para ofrecerme consejos sabios y compartir breves pero irrepetibles instantes de risas y diversión, es algo que he valorado profundamente a lo largo de todos estos años.
Quiero que sepas que tu amistad fue un regalo que sigo atesorando en mi alma, cada gesto de cariño, cada palabra de aliento, cada momento compartido juntas son joyas preciosas en el tesoro de nuestra breve pero intensa amistad.
Gracias por ser una amiga, una madre, una maestra y un ser excepcional y por haber hecho de mi vida una existencia más rica y completa en un momento que tanto lo necesitaba, y que ahora comprendo que solo tu podías entenderme porque nuestros primeros años en este mundo fueron muy parecidos.
He abierto una y otra vez los libros que me dedicaban tus amigos y vecinos, Toni, periodista de la agencia Ansa y pareja de mi hermana Carmen, que vivían en el apartamento número 311 del Paseo del Prado, en el edificio Prado número 16, igual que tú. Se me humedecen los ojos y en mi cabeza comienzan a agolparse recuerdos sobre ti que no quiero olvidar.
Hacía algunos meses que me había recogido mi hermana de la habitación donde dormía en la calle Ramos Carrión de Madrid, para que me recuperase junto a ella de una operación que me realizaron de urgencias en una clínica de Sanitas en la calle Núñez de Balboa que ya no existe.
Y, como estaba ya medio bien, pero no tenía ni oficio ni beneficio, no se le ocurrió otra cosa a Toni y a Carmen que pedirte ese favor. Os conocíais de tomar el sol en tu ático, de pasear al perro y haber hablado varias veces. Y pensaron que no te importaría tenerme un tiempo contigo hasta que me encontraran un trabajo, y, a cambio de echarte una mano con la limpieza, me dejaras dormir por las noches en tu estudio.
La primera vez que te vi, me quedé impresionada, no paraba de mirarte, y tú de decir, ¿te pasa algo niña? Con un acento extraño. Me quedé muda, rígida, deslumbrada por tu apariencia, una apariencia como el de una diosa griega, con esos ojos verdes rasgados, grandes, de pantera, y esa cara como si hubiese sido cincelada en arcilla por el más prestigioso de los escultores. Irradiabas una energía sexual potentísima.
Nadia, nunca me demostraste tus sentimientos pero estabas llena de ellos hacia mi, sufrías en silencio, me amabas con la mirada y me los hacías llegar con tu sonrisa pícara, regalándome una amistad llena de besos y caricias porque no querías, porque no queríamos perder nuestra relación tan especial.
Eras una mujer de otro mundo, imperfecta, muy tuya, valiente a pesar de tus miedos, tierna en el amor, lujuriosa en el sexo, apasionada por la vida e indomable en defensa de su libertad.
NADIUSKA, “NADIA”, siempre serás para mi un ser inolvidable, un “ORIGINAL” que convirtieron en una “COPIA BARATA”.
Hoy quiero decirte que el “CIRCO” pudo continuar sin ti porque a su alrededor siempre había quiénes aplaudían a los “PAYASOS”, y cuando dejaron de prestar atención a los “PAYASOS” en el “CIRCO” se terminó el “SHOW”.
Gracias, Nadia, porque pudiendo estar con cualquiera, elegiste comer pipas conmigo sentadas juntas en un banco de cualquier parte”.