Desde el epicentro del huracán mediático sobre Jeffrey Epstein, Donald Trump ha desplegado un repertorio de tácticas para desviar el foco de la opinión pública. Los intentos por enterrar el escándalo Epstein —un tema incómodo por sus ramificaciones personales y políticas— han incluido la publicación de archivos históricos, ataques a rivales políticos y la fabricación de confrontaciones geopolíticas.
Sin embargo, lejos de sepultar el caso, estas estrategias han terminado por alimentar el escepticismo y deteriorar la credibilidad del exmandatario, incluso entre su base más fiel.
En plena presión mediática por la gestión de archivos vinculados a Epstein, la administración Trump optó por la desclasificación masiva de documentos relacionados al asesinato de Martin Luther King Jr. y los Kennedy.
La liberación de más de 230.000 archivos fue presentada como un acto de transparencia histórica, aunque defensores de los derechos civiles y familiares de King señalaron que, en realidad, parecía una maniobra para desplazar el debate del escándalo de tráfico sexual. La familia King advirtió públicamente sobre el riesgo de usar esos documentos con fines sensacionalistas o distractores.
Ante cualquier pregunta sobre Epstein, el presidente Trump ha redoblado sus ataques discursivos hacia Barack Obama y Hillary Clinton, acusándolos de conspirar en 2016 y de “traición”. Bajo este marco, la narrativa del “gran complot” —que engloba las investigaciones sobre Rusia, las filtraciones y el caso Epstein— busca reavivar un sentimiento de persecución política y conectar viejos enemigos con problemas actuales, amalgamando cualquier amenaza a su figura en una única “caza de brujas”.
Otro recurso ha sido escalar el tono contra Vladimir Putin y Xi Jinping. Trump ha declarado que amenazó con “bombardear Moscú” si Rusia continuaba su ofensiva en Ucrania, y prometió sanciones devastadoras si Putin no llegaba a un acuerdo de paz. Este tipo de declaraciones geopolíticas, altamente llamativas, sirven para acaparar titulares y desplazar historias negativas de la agenda informativa estadunidense.
Trump también ha recurrido a debates ajenos al caso Epstein: desde polémicas sobre el cambio de nombre de equipos deportivos hasta la intervención en discusiones legales y sentencias de alto perfil. La idea es generar polémicas paralelas que fragmenten la conversación pública y diluyan la atención de los votantes.
Lejos de apagar la polémica, estas tácticas han terminado por intensificar la atención y la desconfianza, incluso dentro de sectores republicanos que sospechan de la falta de transparencia en los “archivos Epstein”.
La publicación a cuentagotas de documentos y la negativa posterior del Departamento de Justicia a liberar la supuesta “lista de clientes” han exacerbado teorías de conspiración y provocado el enojo de seguidores de Trump, que ven en la ambigüedad una traición a sus promesas de “mano dura” y limpieza institucional.
En última instancia, al desplegar tantas maniobras para desviar la atención, el gobierno de Trump ha terminado alimentando la sospecha pública de que sí había algo que ocultar. Cuando se hacen tantos esfuerzos para evitar mirar en una dirección, el gesto mismo se vuelve delatador: no tanto una defensa, sino una especie de confesión implícita disfrazada de estrategia.
Por su interés reproducimos este artículo de Yuriria Sierra publicado en el periódico Excelsior: Yuriria Sierra-Ni todas las cortinas posibles