Nathy Peluso volvió a pisar el Teatro de Verano de Montevideo con una propuesta tan cruda como sofisticada. Bajo el lema de su nuevo álbum GRASA, la artista se desnudó en escena —emocional y artísticamente— para entregar un show que es mucho más que música: es manifiesto, es grito y es celebración.
El telón se abrió con la voz de Serú Girán y su mítica La grasa de las capitales. Con una bandera blanca en mano, Peluso no se rendía: reclamaba su espacio, se proclamaba libre. Así comenzó una noche donde lo teatral, lo político y lo íntimo se entrelazaron con el poder de su voz.
El escenario, vestido de azul como en los visuales del disco, sirvió de pasarela emocional. Canciones como Corleone, Legendario o Todo Roto delinearon un espectáculo eléctrico, que por momentos parecía una obra dramática, por otros una misa, y por otros una revolución. Con sus músicos tocando desde fosas como si fueran una orquesta sinfónica, Nathy desafiaba lo establecido.
En cada verso de GRASA hay crítica y provocación, pero también reflexión: sobre el ego, la fama, la política y el amor propio. “Tienes que aprender a amarte, perra”, le gritaban desde el público. Y ella respondía con música y fuego.
A mitad del show, la Peluso más tropical emergió. Puro veneno, La presa y Erotika formaron un bloque de salsa y pasión, donde lo carnal se abrazó con lo poético. Entre besos lanzados al aire y flores arrojadas al público, reafirmó su identidad escénica: exuberante, osada, sin medias tintas.
No faltaron sus éxitos pasados: Sana Sana, Delito, Business Woman y hasta su BZRP Music Session sacudieron el teatro. Pero lo que marcó el alma del espectáculo fue El día que perdí mi juventud, cantada desde la vulnerabilidad pura. Voz limpia, emoción contenida. Un instante donde el público respiró al ritmo de su corazón.
Con Remedio cerró una noche inolvidable. Se agachó, golpeó el suelo del Teatro de Verano y selló su comunión con Uruguay: “¡Que viva la música! Que siempre mueran de amor”. Un final tan honesto como su disco.
Nathy Peluso no vino a complacer. Vino a conmover, a sacudir y a recordarnos que la libertad artística se baila sin pedir permiso.