La hermosura de la insignificancia

16 de febrero de 2025
2 minutos de lectura
Isabel y María.

Isabel y María se tocan los vientres cuando se abrazan. Los pulsos de los hijos entienden ya las miradas desde dentro

A dos mujeres insignificantes, hermosas y olvidadas entre la paciencia de un Israel, a pesar de todo, esperanzado, se les anuncia una maternidad incomprensible.

Isabel vive con Zacarías en las montañas de Ainkarem y María, prometida a José, aguarda en Nazaret los besos de un carpintero virtuoso. Están lejos, pero no alejadas y corren para tratar de explicarse juntas el porqué de sus asombros. Las dos son el estuche de una promesa que Dios se ha hecho a sí mismo: desde ellas vendrá la salvación.

Isabel dará a luz al que anuncia y encarnará en su vida lo anunciado. María notará en su vientre las palmadas de amor del que pondrá amor, incluso en los pechos donde no lo haya, en las sequedades donde ya no se espera.

Cuando Isabel comenta con sus amigas que está embarazada, la toman por loca: a su edad sólo puede esperarse el acomodo en el alma de los cansancios. Al vientre de Isabel no le quedan panales para alimentar embarazos. Su esposo, Zacarías, impide que les señalen como sujetos del ridículo. Pide silencio y él se queda mudo porque tampoco cree en el niño que viene. Pero Isabel está embarazada de un hijo que salta de gozo cuando llega María.

A María le ha sorprendido también el misterio de su anuncio, precisamente en el tiempo donde se aguarda con ansias la venida de un Mesías libertador, que ponga justicia ante los sobornos, crueldades, abusos y corrupciones de unos gobernantes que se esconden, se defienden y se amamantan entre ellos. Ya Miqueas lo había anunciado: hasta los profetas sucumben a la codicia… Pero este Niño viene para liberarnos de nosotros mismos.

Isabel y María se tocan los vientres cuando se abrazan. Los pulsos de los hijos entienden ya las miradas desde dentro y se han de preguntar, a su modo de ensueños, qué oficio tendrá cada uno, para quién y para qué nacer en un mundo de dudas y de odios.

Viendo San Juan de la Cruz cómo la Virgen regresaba a su pueblo y se preparaba para el empadronamiento en Belén, que de allí era su esposo, le escribió un villancico: “La Virgen preñada viene de camino… si le dais posada”. Como para fiarse de unos extraños estaba Belén, con tanta gente. Y encontraron, por fin, a las afueras, el sitio bajo una estrella incendiada.

…Cuando Jesús, para nacer, rompe sin daño las entrañas de su madre, allí estaba Góngora para decir: “¡Caído se le ha un clavel! / hoy a la Aurora del seno. / ¡qué glorioso que está el heno / porque ha caído sobre él!”

Isabel también da a luz y a Zacarías le regresa la palabra: “Juan, se ha de llamar Juan”. Seguía, a pesar de lo visto, sin dar crédito a tanta misericordia junta, alabando a Dios por darle a destiempo lo que ya no esperaba.

Juan, mucho más tarde, le preguntará a su primo si verdaderamente Él era el Mesías. Y desde la cárcel escuchó:

-Ya ves, Juan, los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos resucitan a mi paso… sólo falta por recobrar todavía el malherido corazón del hombre.

El Duende

7 Comments Responder

  1. Me encanta este bonito y esperanzador mensaje
    Hoy hace falta ablandar el duro corazón del hombre de hoy.
    Sus reflexiones querido Duende, nos marcan el
    camino hacia la Luz.
    Gracias.

  2. Agradecido por estos comentarios a un trabajo que viene de dentro y que sólo pretende servir desde una serena convicción de valores. La hermosura de Dios es lo primero que se derrama.

    Un abrazo a todos

    El duende

  3. El amor de una madre es el amor incondicional por excelencia.El espíritu santo eligió a María para praer al mundo la única manera de vencer todo el amor amar a los demás como a uno mismo,palabra de Dios.Amen

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