Debilidad moral: una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos

28 de abril de 2025
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FELIPE DE JESÚS BALDERAS

El ser humano aspira a la nobleza, a principios sublimes como la justicia, la libertad, la solidaridad, la verdad. ¿Quién en su sano juicio no quiere vivir en esas frecuencias? Sin embargo, acabamos haciendo lo contrario

En la página 65 del libro de ‘Aporofobia, el Rechazo al Pobre’, publicado en 2017 por la Dra. Adela Cortina, se aborda el tema de la debilidad moral. Al respecto, Cortina dice que esta se muestra en el hecho de que alguien formule un juicio moral, por ejemplo: “fumar es malo para mí”, pero a la hora de actuar vuelve a encender el cigarrillo. En concreto, es decir una cosa y hacer otra.

Lo que hoy vive la sociedad mundial y la sociedad mexicana es justo eso. Pero las cosas no se quedan ahí, sino que inevitablemente complican las relaciones que tenemos con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. La falta de armonía entre lo que decimos y lo que hacemos nos coloca en la posición –a propósito de los días santos y su relación con los ideales cristianos– de no hacer el bien que queremos y acabar haciendo el mal que no queremos (Romanos, 7, 19). Por supuesto, eso está para pensarse, porque hay quien va y le pega a los demás con plena intención, alevosía y ventaja.

Lo cierto es que, efectivamente, la debilidad moral choca completamente con las declaraciones formales que hacemos desde el discurso cotidiano que va en cualquier dirección: social, religioso, político, ideológico, en fin. Normas, leyes, acuerdos, protocolos, referencias a libros sagrados y demás temas aspiracionales que manejamos se ven cooptados por esas ansias irrefrenables de ambición y codicia que anidan en nuestros corazones y que han puesto de cabeza el mundo.

Así el doble discurso, la simulación, el ansia de tener, la falta de sentido de trascendencia, la confusión entre fines y medios, un marco legal adecuado que garantice la hegemonía de la justicia, los negocios truculentos, la búsqueda de dinero fácil, la falta de una cultura de legalidad diáfana, el abuso, la impunidad, el compadrazgo, el clientelismo, el nepotismo, el tráfico de influencias, el soborno, la utilización indebida de información, la ambición desmedida, la desfachatez, la falta de solidaridad con los más pobres, la desafección ciudadana, las grandes hambrunas, las masacres, las guerras, las desapariciones, las extorsiones y las taras sociales que usted quiera añadir, son parte de esta debilidad moral que se confronta con esos grandes relatos aspiracionales a los que nos remitimos porque creemos y esperamos vivir en un mundo mejor o porque así lo determinan las religiones y las ideologías de referencia que practicamos.

Por ejemplo, por estos días se celebró el llamado mandamiento del amor (San Juan 13) –en concreto el Jueves Santo–, donde Jesús le pide a sus discípulos (en lo que al tiempo se denominó “La Cena del Señor”): “Un mandamiento nuevo les doy: Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”. Esto usted lo sabe, yo lo sé y los 2 mil 600 millones de cristianos en el mundo lo saben, pero vea cómo está el planeta; para no ir muy lejos, cómo está nuestra localidad. Por supuesto, la debilidad moral está a tope, porque una cosa es lo que hacemos y otra lo que decimos.

Lo pongo en el área de la religión porque representa la evidencia más fehaciente de la debilidad moral, pero como ya lo dijimos, cala profundo en lo social, en la educación, en lo político y en lo ideológico. Donde las tomas de decisión deberían estar alineadas completamente a los mínimos que se han establecido en los códigos y en los protocolos, pero como decía Ovidio en “Las Metamorfosis” (op. cit. Cortina p. 66): “veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor”.

Las grandes verdades, los grandes metarrelatos estarían ordenados a los principios y valores que hacen al ser humano ser tal, si lo que hacemos se alineara con lo que decimos, pensamos y sentimos, ahí está el detalle de la llamada debilidad moral, que como luego reafirmará Kohlberg en la teoría del desarrollo moral y los estadios de la conciencia: la amoralidad, la inmoralidad y la permisividad social nos han puesto en una sociedad desmoralizada en la que ni los grandes misterios que hoy celebramos han hecho mella en nuestros corazones, que creen en esas verdades infinitas, pero al bajarlas a la realidad nos encontramos con que, para fines de una vida donde pujan más los valores del mercado que los valores cristianos, no es posible compaginar lo que creemos con lo que vivimos.

Por supuesto, el ser humano aspira a la nobleza, a principios sublimes como la justicia, la libertad, la solidaridad, la verdad. ¿Quién en su sano juicio no quiere vivir en esas frecuencias? Sin embargo, acabamos haciendo lo contrario.

Este es un buen tiempo para que hagamos un ejercicio de introspección o de toma de conciencia sobre nuestro tránsito por la ruta de la coherencia, la congruencia, la autenticidad con relación al deber ser y a que caigamos en la cuenta de que la realidad que vivimos no surgió por generación espontánea, nosotros la provocamos con la debilidad moral que padecemos, bien porque de plano vivir en ella nos trae mejores dividendos y, por otro parte, porque ya nos acostumbramos a vivir al filo de la ley y de la justicia. Finalmente, una cosa es lo que decimos y lo que creemos, y otra es lo que hacemos. El problema es que seguimos en franca picada. Así las cosas.

*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Felipe de Jesús Balderas, publicado en Vanguardia |MX.

Debilidad moral: Una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos

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