Esas lejanas olas de la mañana son de acero y dejan desequilibrios en el primer paso al saltar de la cama.
Este color intransigente del agua que mira a Gibraltar recibe, desde lejos, el saludo del sol que nace enfrente y no quiere darle la mano todavía. Los muchos colores representan las muchas posibilidades que trae el día y que hemos de ir encajando en la exigencia de las horas imprevistas… Porque lo mejor de cada mañana es que aún están dormidos los sobresaltos.
La mañana, además, me brinda un color tercero del agua sometida a la luz de las once, que se parece al oro del amor que cada uno lleva y que cambia de intensidades con el fueguecillo de un beso.
Os aseguro que nada de lo que acabo de escribir es lo que esta mañana pensaba relataros: una inconsciencia sedosa ha preferido que yo mirase al mar de esta manera y, en mí, os haya visto a todos enmarañados en felices sorpresas, defendidos de las turbulencias diarias en las que el amor está ausente, como “ciervo vulnerado” que huyó buscando aguas serenas… Feliz año 2025.