Con quien tanto quería
Otros aseguran la verosímil denuncia que hicieron en Portugal y que en la orilla de Huelva ejecutaron.
Reconocida fue -y en páginas de estos relatos así lo hemos referido- la estrecha y generosa amistad que mantuvieron, como les fue posible, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre. Alberti, María Teresa León, García Lorca… toleraban a Miguel desde un desprecio sutil y refinado: ellos eran señoritos que destacaron aparentemente en el comunismo que nunca creyeron y mucho menos practicaron. Aleixandre, sin embargo, fue un amigo cabal, de gustos como los de Lorca y Cernuda y otros muchos, pero señor de estilos y compromisos. Miguel Hernández significó para él igual que un hermano pequeño o como un hijo casi.
Los dos se regalaban
Del mismo modo y con parecido cariño, José María de Cossío rescató a Miguel para su enciclopedia taurina como una elegante manera de que sintiera su ayuda. También lo quiso mucho y lo defendió ante su muerte madrugadora, sin conseguirlo.
Invitado Aleixandre a la boda de Miguel con Josefina, aquel decidió regalarle un reloj de oro al amigo que le traía naranjas de Orihuela para achicar sus enfermedades de riñón y los herpes que no le abandonaban. Seguramente, el reloj se lo dio en mano y evitar así trasiegos, envidias y sospechas endiabladas…
Tantas veces hemos visto fotografías de Aleixandre, detenido como un monje en su sillón engastado de poemas. Toda su obra me parece una advertencia clara que ayuda a distinguir la belleza apasionada, de la hermosura que encierra el silencio, visto desde las persianas que daban al verde tibio de su jardín pequeño. Seguramente recibiría a Miguel Hernández en su casa de Velintonia como a ese chico “de viento claro que otros labios besan”. En el poeta sevillano casi todo fueron labios, “espadas como labios” y delicadezas infinitas, soñadas, detenidas, que más de una vez, con total discreción, otros labios también correspondían.
Parece ser que ese reloj de oro, regalo por sus bodas de Aleixandre, lo llevó Miguel a un anticuario portugués para que lo tasara y vendérselo si le convenía. Algunos aseguran que fue él quien lo denunció a las autoridades… y en la misma frontera le detuvieron.
De cualquier manera, siendo unos u otros los que le señalaron como comunista a llamaradas, despreciado por la luz de su “Perito en lunas”, hicieron que comenzara entonces su doliente peregrinación por cárceles, sufrimientos, soledades… y una escasez que lo regaba todo con sangre amarilla de tuberculoso.
José María de Cossío, desde amistades influyentes, intentó que recuperara la libertad a cambio de que echara al mar del olvido sus ideales… pero no quiso. Alberti y otros, dicen, que también lo intentaron. Y Josefina Manresa, la que no tenía más obligación que ser hermosa, iba y venía cuando le era posible. Por si el hijo engendrado no llegaba a tiempo, Miguel le dejó como el mejor testamento Las nanas de la cebolla que escarcharan el hambre. Después de pedirle a todos que “lo despidieran del sol y de los trigos” y llorarle a su esposa: “Josefina, qué desgraciada eres”, el viento dejó de sostener su pecho acaudalado y quedó con los ojos abiertos; muerto, pero no había modo de cerrarle los ojos… como dos candelas siguen, levantando palabras.
El Duende.