Mientras dormían los habitantes de ese país, unos cuantos, en sus “Molinos”, mezclaban la harina con el resto de ingredientes necesarios para crear una tarta tan exquisita que nadie se podría negar a probarla. Estuvieron haciendo mil pruebas, noche tras noche, siempre en el más absoluto secreto.
Algunos pensaban que algo estaban creando, otros no querían saber nada y algunos “tocaban el violín mientras los demás bailaban”.
Aquella noche, unos pocos los siguieron al Gran Molino, entraron y los cogieron con las manos en la masa al descorrer la gran cortina que separaba el obrador. Y ante el estupor de los asistentes, vieron la caja de aquellos ingredientes no aptos que componían aquella tarta tan especial.
Todos los “cocineros” protestaron y le increparon, diciéndole que esos ingredientes no eran actos ni serían admitidos nunca.
Le dijeron que tenían que ceñirse a la receta escrita, que la aceptaron y firmaron todos, pero aquel cocinero de la nueva cocina, ni se sonrojó. Miró con orgullo a los demás y, dando una patada a la caja, se marchó farfullando una retahíla de improperios.
Él, que era el tramposo del grupo, se mostró como víctima ante todos y se propuso destruirlos, esa era la jugada perfecta, sería famoso y todos hablarían de él.
Para eso necesitaba entrar como fuera en ese círculo y así lo hizo, y fue expulsando a todos los que no querían seguir con sus innovaciones.
En un principio, muchos fueron reacios a seguirlo, pero los medradores añadieron mas condimento a la receta que presentaba y lo admitieron.
Se creció tanto, que se presentó como jefe supremo de todos los cocineros del país y esperaron el gran día de las votaciones. Pasaron las horas y al contabilizarlas, después de muchas componendas, salió elegido.
Y llegó el gran día de la presentación del gran pastel. Todos se acercaron al Gran Molino: los
defraudados, los probadores y los medradores. Sí, esos tan sumisos, todos con sus gorros blancos y con el rodillo de amasar en alto. Salió a hombros incluso de los que le echaron aquel día.
Poco tiempo después, empezó la cata de los pasteles hechos con su formidable receta. Todos los cocineros de las diferentes regiones del país acudieron a la prueba y uno a uno fueron comiendo
del pastel. Fue una lucha titánica por lograr el mayor trozo. Lo peor vino después, cuando se fueron percatando de lo que ese día les tocó tragar.
Hoy en día continúan sin recuperarse, y muchos padecen una úlcera gastroduodenal
mientras esperan ese bálsamo apropiado, que les pueda curar y proporcionarles ese bienestar tan necesario para todos.