Cuando el sacerdote atravesó la puerta de la habitación donde agonizaba Marlene Dietrich, la moribunda usó la última fuerza que tenía para despacharlo con rabia: “No me distraiga. Tengo una cita inminente con su Jefe”.
Los que tenemos por oficio ser mensajeros de bien, no podemos permitirnos salir a la calle sin antes haber afilado el gesto y la palabra. En su Cántico se queja precisamente de eso el santo de fray Juan cuando reclama: “No quieras enviarme más mensajeros, que no saben decirme lo que quiero”
Y lo que uno quiere en cualquier trance de la vida es ser amado para ser entendido.
El paisaje, las urnas, Los amigos, los gobernantes… creen darnos aquello que nos conviene, pero lo cierto es que casi siempre nos dan lo que sólo a ellos interesa.
pedrouve