Los secretos de El Fargue, la fábrica de pólvora y explosivos más antigua del mundo

11 de octubre de 2023
6 minutos de lectura
El doctor en Historia Francisco González Arroyo, delante de la fábrica. / R. L P.
El doctor en Historia Francisco González Arroyo, delante de la fábrica. / R. L P.
Su interior la recorren más de 150 kilómetros de vías y calles y el complejo cuenta con 750 edificios, entre ellos un cine-teatro. Los granadinos saben que está ahí, pero pocos la conocen por dentro. El historiador Francisco Arroyo descubre sus misterios.

Es martes de un día cualquiera del verano de 1971 y hoy ponen ‘La naranja mecánica’, una de las películas que han dejado huella en el cine y obra maestra de Stanley Kubrick. Carlos y su amigo Javier han oído hablar de ella y han quedado para ir a verla. Ha llegado a Granada y primero la proyectan en el cine-teatro de El Fargue, un barrio de la capital situado en el extrarradio que tiene una intensa vida propia.

Como ellos, todos los vecinos del barrio, sean o no trabajadores de la fábrica, pueden acudir al cine y para eso solo tienen que pagar una peseta. Allí se proyectan las últimas novedades todos los días de la semana y de ahí las películas pasan a la sala Gran Vía, en la ciudad.

La presencia de la fábrica de pólvoras era un plus para todos los lugareños, y mucho más si trabajabas en ella, pero es un lugar inaccesible para los ‘mortales’. No se puede visitar ni se conoce su actividad. De puertas adentro, la factoría es una impresionante ‘fortaleza’ llena de curiosidades, y precisamente era ese enigmático secretismo que siempre la ha rodeado al tratarse de una instalación militar, lo que hace que su atractivo sea mayor.

Hay una persona, el doctor en Historia Francisco González Arroyo, que lo sabe todo, o casi todo sobre ella, y es él quien sostiene después de años de investigación, que la de El Fargue es la fábrica más antigua del mundo.

Jugar en la puerta

Cuando era un niño jugaba en la puerta y de vez en cuando la observaba. «Era el lugar a donde mirar y era la referencia porque la fábrica era el centro de la vida social del barrio, eran salarios buenos, eran propuestas formativas y culturales. Era el médico y el practicante, el cine y el teatro, viviendas para los obreros o el economato del que podían abastecerse todas las familias, vinculadas o no a la fábrica. Y era dolor porque también se llevaba la vida de algunos de nosotros, peros todos aprendimos a convivir con él como parte del alto precio que se cobraba por lo mucho bueno que nos daba».

Un día sintió una fuerte explosión en uno de los talleres y la onda expansiva arrancó de cuajo la ventana donde dormía y cayó sobre su cama. Francisco ha sido testigo de varios incidentes graves. Recuerda los detalles del día 1 de abril de 1950, cuando ocurrió la deflagración de un taller de secado de pólvora.

Ardieron 15.000 kilos. Hubo varios muertos y numerosos heridos. «Vi una llamarada de 200 metros de altura; es como si hubiesen disparado al mismo tiempo 500.000 cohetes. Veía luces que entraban y salían y oía sirenas».

Los orígenes

Francisco asocia aquellos años de su infancia a la incesante salida y entrada de trabajadores, algunos en bicicleta desde el pueblo de Huétor Santillán, otros caminando desde Víznar y Alfacar o del Camino del Monte.

Llegaban camiones cargados de empleados que procedían también de algunos pueblos del cinturón granadino, sobre todo de Maracena y Pulianas.

Los orígenes de la fábrica de pólvora y explosivos de Granada se sitúan a finales del siglo XII o a comienzos del siguiente: «De la época musulmana quedan muy pocas evidencias y casi nada de documentación, pero no descarto que pueda estar funcionando como tal desde el año 1230 o incluso antes de que se fundara el reino nazarita”.

Sostiene que entre 1075 y 1090 entra Abdalá como último rey zirí y se acaba la obra de la acequia de Aynadamar, que trae el agua desde la acequia Grande de Alfacar, y la lleva a la alcazaba, un recorrido de unos catorce kilómetros que creó una zona atractiva en torno al gua para las familias con recursos.

“Así nacen los cármenes granadinos. Fueron los almohades los que trajeron al Reino de Granada y a la península ibérica el ‘polvo de fuego’. En el alfoz de Granada montaron un artilugio a base de molinos que, con el agua de la acequia de Aynadamar, dedicaron a la trituración de tres elementos fundamentales para la elaboración de la pólvora: carbón, salitre y azufre, así como a las demás tareas de mezclas, cernido y clasificación».

Los famosos cármenes de Aynadamar, algunos de ellos convertidos en molinos de pólvora, tenían su corazón en el terreno que ocupa en la actualidad la factoría.

‘Molinos de pólvora’

Cuando los reyes cristianos llegan a Granada, estos cármenes fueron a parar a su patrimonio particular. Los molinos donde se fabricaba la pólvora pasan de monarquía a monarquía como propiedad del rey, no del reino, a finales del siglo XV.

Tanto es así que el mismo administrador y pagador de las casas reales de la Alhambra es el visitador y administrador de los molinos de pólvora. La Alhambra y El Fargue forman una estrecha alianza en ese momento.

Durante el reinado de Carlos III los molinos de pólvora pasaron al Ministerio de Hacienda y en la Guerra de la Independencia fueron claves en el desarrollo del conflicto. Los mariscales invasores Shult y Sebastiani supieron calibrar y valorar aquellas viejas instalaciones como garantes de un suministro tan necesario para sus objetivos, que aumentaron la producción de 60.000 kilos anuales a 200.000.

«Pero si los molinos fueron valorados a la llegada de los franceses, mucho más lo fueron a su retirada, porque entendieron que aquellas instalaciones puestas al servicio de los patriotas españoles podrían contribuir a su derrota en el territorio español”.

Y agrega: “Por eso los molinos fueron arrasados y quemados. Pero ese mismo año de la retirada de los franceses, estaban otra vez funcionando».

Arma de Artillería

Las sucesivas modernizaciones de la fabrica fueron ocupando los espacios de los históricos cármenes y molinos. A partir de 1850 pasó a la gestión del arma de Artillería y su administración dependía del Ministerio de Hacienda, demasiadas manos y lógica desconfianza entre unos y otros, lo que explicaba que el arca donde se guardaba el dinero se custodiase literalmente con cuatro llaves y se arqueaba en presencia de los cuatro portadores, dos por cada parte.

Demasiado complicado, así que desde 1865 depende únicamente del Ministerio de Guerra y el arma de Artillería. A lo largo del tiempo, pero sobre todo desde los siglos XIX y XX, el recinto ha experimentado numerosas transformaciones que la han adaptado a las necesidades de una plantilla que llegó a tener casi 2.000 trabajadores, aunque su media habitual ha oscilado entre los 400 y 450.

Probablemente el momento más trascedente tiene lugar en 1892, cuando se da el paso de la elaboración manual de la pólvora al químico, que permite obtener tipos muy diferentes. «Si hasta ahora se fabricaban pólvoras para salvas, caza y la de minas, a partir de entonces se comenzará a fabricar un amplio catálogo de productos orientados a las armas de fuego que los ejércitos demandaban. La llamada pólvora negra –que mataba más a amigos que a enemigos– casi desaparece».

Ahora la plantilla no pasa de un centenar debido a la alta cualificación tecnológica que emplea, que ha eliminado muchos procesos manuales, y porque la producción se realiza por encargo. Su interior es testigo de momentos gloriosos y sus datos y cifras sorprenden porque no se sospecha desde el exterior que estemos ante un complejo industrial y social tan vasto.

Cuatro polígonos

En una superficie de un millón de metros cuadrados repartidos en cuatro polígonos, se alzan 720 edificios, unos destinados como talleres a la fabricación de pólvoras y explosivos, y otros sociales para empleados y directivos, o incluso abiertos a los vecinos de El Fargue, como lo fue en su momento el colegio, parvulario, centro de formación profesional o el propio cine y teatro, que en las fiestas de la patrona Santa Bárbara, acogía hasta dos funciones diarias de espectáculos de variedades, humor, cuplé, zarzuela…

«La idea de este tipo de edificios para el ocio de trabajadores y familiares la llevó de Europa a la fábrica granadina un comandante militar tras visitar instalaciones de este tipo en diferentes países”.

Consiguió, en su opinión, una idea de cercanía e identificación entre la industria, operarios y la población del entorno que resultó muy beneficiosa para todos. El barrio siempre miró a la fábrica de frente, nunca estuvo de espaldas a ella a pesar del reguero de lágrimas que dejaba a veces y era evidente la sensación de orgullo que el vecino tenía por ella.

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