Hoy: 28 de noviembre de 2024
En las últimas semanas han ocurrido en Granada incidentes en varios partidos de fútbol base en los que jugadores y padres han agredido a jugadores y familiares rivales y árbitros. No es un hecho intrascendente porque estamos hablando de las bases de la sociedad que estamos construyendo y queremos construir, y ahí nos jugamos el presente y sobre todo el futuro.
La violencia en el fútbol base es un problema extendido por todo el país. Cada fin de semana se juegan miles de partidos en categorías inferiores en los que con demasiada frecuencia ocurren incidentes graves. Sólo el pasado fin de semana se registraron al menos ocho altercados en los estadios de la provincia granadina, según la denuncia publicada por el diario IDEAL, y creo que estarán conmigo, eso es una barbaridad.
La Real Federación Granadina de Fútbol ha respondido con la clausura de seis campos de juego y la suspensión de trece futbolistas, además de las sanciones económicas correspondientes.
La actuación administrativa ha sido rápida y debe ser contundente para que estos salvajes vestidos de niños y adolescentes se pasen un tiempo largo fuera de los campos hasta que aprendan modales y sepan que el fútbol es solo un deporte de equipo en el que aprender a respetar al rival, cumplir las normas y el juego limpio. Harían bien los entrenadores en colocarles vídeos de derrotas de Nadal durante los entrenamientos para que los muchachos aprendan que perder forma parte de la competición y de la vida.
Hablamos de niños, literalmente, que se toman la justicia por su mano cuando una jugada no se sanciona como desean o esperan, o que vierten sobre el rival la agresividad que reciben del entorno, porque en su formación no han recibido valores y principios para comportarse.
He sido padre de un chaval de esos que competían cada semana en categorías inferiores y he recorrido con él infinidad de campos de fútbol en diferentes provincias en los que les aseguro que he visto de todo, y digo de todo como para acabar escandalizado muchas veces. Y tengo una conclusión: los peores son los padres. Son los que se comportan como energúmenos vociferando insultos contra árbitros y jugadores rivales. A veces también contra los jugadores de su equipo y, lo que todavía es peor, contra su propio hijo si no acaba una jugada con la genialidad de Messi.
Nadie tiene que contármelo porque lo he vivido yo y he acabado abochornado por tanganas, por escuchar a entrenadores gritarle a uno de sus jugadores que le entrase al otro para partirle la pierna, o a padres que saltan al campo enloquecidos con intención de agredir a quien sea que haya por ahí. Con frecuencia las madres son todavía más agresivas que los padres, pero sean ellos o ellas el espectáculo no es edificante en absoluto para nadie y menos para los niños que lo presencian.
El problema de la violencia en el deporte es grave y en estas etapas de la vida es mucho más porque estamos educando personas o creando delincuentes y los padres son muy culpables de todo lo pasa antes, durante y después de un partido.