España vive una paradoja demográfica difícil de ignorar. Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) muestran un pequeño respiro en el número de nacimientos, pero el fondo del problema sigue intacto. Nacen algo más de niños que el año pasado, sí, pero muchos menos que hace solo un lustro. La leve mejora no logra ocultar una realidad estructural que preocupa cada vez más a demógrafos, economistas y familias.
Entre enero y octubre han nacido en España 267.498 bebés, lo que supone 2.738 nacimientos más que en el mismo periodo del año anterior. El dato, en frío, podría parecer positivo. Sin embargo, la comparación con 2019 resulta contundente: entonces nacieron 34.050 niños más que en este mismo periodo. La brecha sigue siendo enorme.
Octubre dejó 29.079 nacimientos, 791 más que en 2024, pero el país encadena ya cuatro años sin superar los 30.000 nacimientos mensuales, una barrera que antes se consideraba habitual. La mejora existe, pero es frágil y no revierte la tendencia de fondo, según Europa Press.
El perfil de las madres también refleja cambios profundos. La maternidad se concentra cada vez más entre los 30 y los 39 años, especialmente en el tramo de 30 a 34, que suma casi 89.000 nacimientos. En contraste, los nacimientos de madres menores de 25 años siguen siendo claramente minoritarios. Tener hijos más tarde se ha convertido en la norma, condicionada por la precariedad laboral, el acceso a la vivienda y la conciliación.
El comportamiento no es homogéneo en todo el país. Comunidades como Madrid, Castilla-La Mancha, País Vasco o Aragón han registrado aumentos moderados en los nacimientos, mientras que otras como Baleares, Extremadura, Navarra o Cantabria siguen perdiendo terreno. Los descensos más acusados se dan en Ceuta y Melilla, con caídas especialmente significativas.
A este escenario se suma otro dato clave: las defunciones superan ampliamente a los nacimientos. Entre enero y octubre fallecieron 366.941 personas, casi 100.000 más de las que nacieron. El aumento de fallecimientos ha sido generalizado en la mayoría de comunidades autónomas, con subidas destacadas en Canarias, País Vasco y Andalucía.
El resultado es un saldo vegetativo negativo que se consolida año tras año. España envejece, y lo hace rápido. Menos nacimientos y más defunciones dibujan una pirámide poblacional cada vez más invertida, con consecuencias directas sobre el sistema de pensiones, el mercado laboral y la sostenibilidad del estado del bienestar.
El ligero repunte no debe llevar a engaño. Como advierten muchos expertos, sin políticas familiares sólidas, apoyo real a la conciliación, estabilidad laboral y acceso a la vivienda, la natalidad difícilmente remontará de forma sostenida. Los datos muestran una pequeña mejora, pero también dejan claro que el problema es profundo y estructural.