Los desamparados del Constitucional

9 de noviembre de 2022
6 minutos de lectura
José Luis Mazón Costa

Conocí el Tribunal Constitucional (TC) en el año de  su nacimiento, 1980,  entonces yo era estudiante de Derecho aficionado a los derechos fundamentales, y a la vez trabajaba en la asesoría jurídica de un sindicato (CCOO) en donde ponía en práctica lo que aprendía de la nueva doctrina del TC, la jurisprudencia del TC se publicaba en el BOE y había una revista de color naranja mensual o bimensual que editaba el Congreso y dirigía Diego López Garrido que también daba noticia de las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, una ventana de aire fresco en el cerrado ambiente judicial español.

Me acuerdo del nombre del procurador de Madrid que encabezaba los amparos y de las 20 mil pesetas que cobraba por presentar un amparo, unos 500 euros de hoy cuando un procurador cobra entre 150 y 200 euros.

Eran los nuevos magistrados del TC doce hombres con piedad, flamantes jueces que los más venían de ser catedráticos de derecho en la universidad.

Eran alabados por los más porque constituían un nuevo dique de contención contra las prácticas arbitrarias de una judicatura dominada por jueces que habían servido al franquismo y que no habían sido objeto de expurgo, cual si los jueces del nazismo tras la caída del III Reich siguieran en sus puestos.

Mucha gente cree en la cábala, que Dios al crear el universo lo puso bajo una secuencia de números mágicos.

Tomás y Valiente que fue magistrado fundador del TC y luego presidente, dijo en una conferencia a la que asistí que el TC había hecho su primera reunión de trabajo en una escalera sin secretarias ni mesas ni máquinas de escribir y que esa primera reunión tuvo lugar el 14 de julio de 1980, aniversario de la famosa Toma de la Bastilla, luego vino a decir que por las venas de los fundadores o de los más corría sangre jacobina y en su conjunto así era la verdad.

En la partida de nacimiento del TC han puesto otra fecha anterior parece que la de la primera reunión de protocolo con el rey, la ventanilla de los amparos y demás recursos quedó abierta el 15 de julio  de 1789.

Pocos saben que la sede que tomó cuerpo, cercana al hospital Clínico de Madrid, en el oeste y que, por cierto,  se parece al edificio de la Bastilla que los revolucionarios franceses tomaron el 14 de julio de 1789 había sido inspirada por sus diseñadores, en las mastabas egipcias, es decir, en los edificios funerarios de los nobles que gobernaban por debajo del faraón el antiguo Egipto.

Y es que este edificio de planta circular se hizo para el Consejo de Colegios Médicos que lo rechazó por su formato esférico.

La historia del lugar donde se levanta la sede de la vigilancia del orden constitucional tiene una leyenda teñida de sangre. Fue un campo de batalla cuando se produjo el alzamiento en armas de la juventud madrileña contra la acometida de los franquistas que efectivamente en octubre de 1936 se cumplió el famoso “no pasarán” y tuvieron que esperar los sublevados al 28 de marzo de 1939, con un alto precio de miles de vidas juveniles de Madrid que vieron su última luz en ese lugar.

El tiempo dorado del TC como tribunal de amparo donde se admitía un 25% de los casos (los que eran defendibles) cesó con la salida por dimisión del primer presidente, Manuel García Pelayo que regresa a Venezuela desmoralizado.

Tras la edad dorada vino el tiempo oscuro, infernal, para los recurrentes de amparo,  que perdura, es el de ahora,  donde la admisión de un recurso de amparo es como que te toque un premio de lotería del uno  sobre cien. ¿Cómo lo hacen? ¿Colocan 100 casos en una mesa larga y donde ponen el dedo seleccionan el caso admisible? Recuerdo a un jurista del Tribunal Europeo que vino de letrado hace muchos años, Lezertua,  un compañero suyo me contó que hacia propuestas de admisión de casos, y luego preguntaba que pasó y se enteraba de que el caso había sido inadmitido, se volvió amargamente al Consejo de Europa.

En la breve edad bucólico-dorada del TC los magistrados no se consideraban deudos con el partido que les  había propuesto y eso mantenía el prestigio de la institución, que con el tiempo y una caña se convierte  por mor del falseamiento por la partidocracia, en un lugar de retiro de políticos juristas amortizados, en un “balneario” donde el trabajo lo asumen los “letrados” que ejecutan la política de inadmisión masiva de los recursos de amparo, con resoluciones telegráficas “no vulnera derechos fundamentales”  o el inconstitucional “no es caso de especial trascendencia”, es decir, y dicho en román paladino, en un fraude continuo hacia el papel constitucional del TC como tribunal de amparo de los derechos fundamentales.

En la historia del TC hasta la fecha tambien hubo seísmos. Como cuando el  23 de enero de 2004 la Sala Civil en Pleno del Tribunal Supremo condenó, integrada por 11 magistrados, a 11 magistrados del TC (¿la cábala del 11?) que habían inadmitido un amparo sin motivación, una decisión calenturienta tomada por el pleno del TC, presidido por Jiménez de Parga,  recuerdo un 18 de julio. El 23 de febrero del mismo 2004, otra fecha memorable,  los once magistrados del TC condenados recurrieron ante su propio tribunal “el autoamparo” que acabaron otorgándoles sus compañeros que recuperaron sus 500 euros por cabeza.

La sentencia de la Sala Civil del TS condenatoria era un modelo para el futuro, un adelanto en décadas,  de otra forma de impartir justicia que en el futuro, aun por llegar, se iba a abrir paso,  con un lenguaje  sencillo, claro, conciso y dictada por una Sala cuyos más componentes se iban a jubilar y por tanto eran “libres” de “defender la supremacía del Supremo”, pero hubo una guerra sucia y  las maniobras de tipo mafioso que los condenados desplegaron contra los condenantes, la campaña de desprestigio nacional e internacional que lograron poner en marcha,  está pendiente de algún escrutinio en un libro que alguien escribirá en un futuro y que ha de llegar.

Muchas de las víctimas de las inadmisiones arbitrarias del TC ya han muerto y esperan con toda paciencia el juicio del más allá a los del más acá con los trabucos etéricos cargados,  pero otras siguen vivas, como aquel beneficiario de la condena de la Sala Civil del Supremo, de los 5.500 euros de responsabilidad, a 500 euros por cabeza de magistrado, que fueron destinados a reconocer su condición de víctima del TC, se llama  Antonio Pérez Ortín,  un minusválido de Mazarrón que por un fallo de un guardia civil en vigilancia de un enajenado,  que perdió su pistola a manos del perturbado al que le dio la espalda y por ello logró robar el arma que luego con ella mató en un bar a un hombre que jugaba a las cartas (en ese bar me miraban mal dijo a la policía) y disparó contra un coche conducido por un joven de 18 años cuya bala se alojó en la columna dejándole parapléjico a esa edad y que la Audiencia Nacional de lo contencioso no quiso amparar esa notoria injusticia. Hoy el caso Pérez Ortín vive en los archivos akásicos del TC y  sigue siendo una pesada losa en la historia del alto tribunal y todo eso crea un material agregado con capacidades de auténtica bomba de relojería. Las explosiones de los volcanes se preparan en el curso de muchos años acumulando tensiones internas hasta que se alcanza la fase crítica, el punto de ebullición con el estallido, tal es la naturaleza de las leyes de la geología y de las instituciones mal gobernadas.

Este lunes defendía yo ante un amigo que es un servidor de la justicia que ese edificio de la mastaba funeraria hay que demolerlo, y sacar sus cimientos,  dejar que el Sol purifique el lugar, disolver el Constitucional y también el Supremo y refundarlos para sean servicios públicos y no centros de culto del ego de sus rectores.

Mi interlocutor,  el servidor judicial,  me pregunta si yo creía que eso era posible. Pues claro, el mundo está en constante cambio y  torres más altas han caído. Y esta torre que nos ocupa tiene los cimientos carcomidos por largos años y prácticas de arbitrariedad y desamparo. Y en la tablilla  que desde otra física no visible para nosotros se gobierna lo que sucede en el mundo visible, que es como el adn del futuro,  seguro que ya está escrita la fecha. Y si los espíritus del 14 de julio de 1789 nos ayudan veremos la demolición de ese edificio como ocurrió con la Bastilla, pues esta y aquel están unidos por ser el símbolo de un orden ya decrépito.

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