A Rafael Bonacasa y la tarde iluminada en Factory
Algunos amigos han estado ahí siempre. Son parte indisoluble de un tiempo continuo como una raíz afianzada. Tan permanente como un recuerdo que persiste para no ser olvidado.
Importa poco que el transcurrir de los años y de la propia vida haya alejado a los que fueron. Te acompañan con las historias que de vez en cuando, y sin nostalgias, se rememoran esbozando sonrisas.
Estuvieron siempre en lugar seguro, intocables como un objeto prohibido o la razón de ser sobre el que no es necesario explicarse. Sorprende siempre que una llamada acerque lo que nunca estuvo alejado. Es el continuar la conversación inacabada mientras los gestos, semejantes al pasado, permanecen inalterables.
Nada más puro que la amistad de la adolescencia o infancia. Se evoca con lazos no desatados como nudo gordiano, sin espadas. La risa franca del reencuentro y el abrazo que abarca a todos los que no pudieron ser dados.
Se refiere a vidas compartidas en la distancia, que persisten como las olas en volver a la orilla. A veces el mar devuelve la botella por ser innecesario el mensaje. Los pasos acercan a los amigos ausentes y en el encuentro, sin preámbulos, declaran: “Ayer decíamos…”