Late night, early shut up!

22 de septiembre de 2025
3 minutos de lectura
El presentador estadounidense de televisión Jimmy Kimmel / Europa Press - Archivo

El late night ya venía adelgazando por “razones financieras”, esa muletilla que sirve para todo: recortar equipos, diluir riesgos, pasteurizar la comedia

En la tele gringa pasó lo impensable pero, siendo honestos, lo ya previsible: ABC apagó a Jimmy Kimmel “hasta nuevo aviso” por unos monólogos que tocaron nervios demasiado expuestos. No es cancelación formal —todavía—; es suspensión indefinida, ese limbo corporativo donde los ejecutivos dejan morir programas con las manos limpias. Público formado, luces listas… y portazo. Comunicado pulcro, respiración contenida en las oficinas y, por supuesto, festejo en ciertos círculos políticos. Qué época para los chistes: ahora los remata el departamento legal.

La coreografía fue de manual. Primero, la presión política y el ruido regulatorio; luego, el miedo de las corporaciones a convertirse en el trending topic equivocado; y, para rematar, el garrotazo silencioso de las afiliadas: estaciones que preemptan por tiempo indefinido bajo el viejo argumento de “proteger a la audiencia”, cuando en realidad protegen licencias, contratos y bonos. Así funciona la censura blanda: no te calla un ministerio de propaganda, te silencian los intermediarios con sonrisa de compliance y un Excel abierto. No hace falta prohibir: basta con enfriar. La autocensura es el sueño húmedo de cualquier poder —barata, invisible, eficaz—.

El ecosistema nocturno reaccionó a la altura del encierro. Stephen Colbert sacó el bisturí de la sátira para recordar que si la libertad de expresión sólo vale cuando no la usas, entonces no vale. Jon Stewart, que huele la hipocresía a kilómetros, olió a rancio autoritario desde el primer minuto. Jimmy Fallon—que rara vez pisa charcos— se mojó en público con apoyo explícito. Seth Meyers lanzó su ironía de oficina, esa que suena a café quemado y contratos en revisión. Y hasta David Letterman asomó la barba para llamar a las cosas por su nombre: censura es censura aunque venga envuelta en manuales de conducta. Fue solidaridad real, de la que cuesta rating.

Lo que está en juego no es un chiste fuera de tono ni la sensibilidad herida de un político con mala noche. Es la consolidación de un modelo de silenciamiento por terceros: el regulador que asoma los colmillos, la afiliada que “por prudencia” corta la señal y la corporación que preemptea para no pagar costo político. La cadena regia de la cobardía. Y en ese circuito, el ciudadano —usted, yo, cualquiera—pierde un espacio común donde el poder era pinchado, de noche y con risa, ante millones.

El late night ya venía adelgazando por “razones financieras”, esa muletilla que sirve para todo: recortar equipos, diluir riesgos, pasteurizar la comedia. Pero detrás del Excel hay un mensaje pedagógico: cuidado con tocar ciertas teclas. Vuelve si quieres, pero que no oigamos esa nota otra vez. El resultado es una televisión con menos diente y más barniz; un régimen de permisos en el que la risa necesita salvoconducto.

Quien hoy celebra el silencio de Kimmel debería recordar una ley más vieja que Aristóteles: los boomerangs regresan. Hoy callas al que no te gusta; mañana, cuando cambie el viento, callarán al tuyo. Las libertades no se defienden por simpatía, sino por principio. El humor no existe para caerte bien: existe para pinchar globos, para decir en cuatro líneas lo que un editorial suda en 20 párrafos. Por eso molesta. Por eso el poder lo quiere enjaulado, con tope de decibeles y arnés reflectante.

¿La salida? Premiar con audiencia a quien resiste, exigir columna vertebral a los anunciantes (o anuncias libertad, o anuncias miedo) y mantener un pacto mínimo entre comediantes: cuando callan a una voz, las demás convierten el monólogo en denuncia. Ayer lo hicieron; que no sea un gesto dominguero. Si el broadcast se blanquea por pánico reputacional, la sátira migrará —ya migra— al pago y a lo descentralizado. ¿Es mejor? Es distinto. Más libertad creativa, sí, pero menos ágora compartida. Perder la sátira en abierto es abandonar un servicio público: la risa como detector de mentiras en horario estelar.

Kimmel volverá o no. Si vuelve, volverá más vigilado, si no, será otro trofeo en la vitrina del miedo. Pero el veredicto que importa no lo dicta un vicepresidente en Burbank ni un funcionario con micrófono: lo dictamos nosotros cuando aceptamos que la risa necesite permisos… o cuando la ejercemos sin pedirlos. La noche seguirá —que no sea una noche administrada—.

Por su interés reproducimos este artículo de Yuriria Sierra publicado en el periódico El ExcelsiorLate night, early shut up!

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