Las niñas del telegrafista

25 de mayo de 2025
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Las niñas del telegrafista
Una mujer envía un telegrama. /Kaspersky daily

Cuando al jubilarse le quitaron a su padre el don, se fueron a vivir a las afueras, adonde no llegaban ya ni los poetas

La oficina de telégrafos estaba en la plaza de Veraluz, junto a la iglesia. El jefe era considerado entonces como un señor destacado en el pueblo, junto a los maestros, sargento de la Guardia Civil, juez de paz, el cura… y por eso el don iba delante de su nombre. Don Claudio, en este caso.

Doña Sole era su mujer y tenían dos hijas en pasada edad de casaderas. Las mujeres de la época tardaban en marchitarse por el estiramiento de la piel con Bella Aurora, una crema blanca que llevaban en el bolso casi todas. Sole hija y Remedios  gastaron muchos tarros del maquillaje y no hubo modo de que regresara a sus mejillas la tersura. Las dos hermanas, mientras tanto, se paseaban por Veraluz como si fueran muchachas atrevidas.

En la Fiesta de la Poesía, que se celebra cada dos años, llegó un joven rapsoda que se fijó en la hija menor hasta el punto de escribirle unos versos: “Las venillas de tus labios son como el azul del telegrama / que trae la buena noticia del beso”… Pero de ahí no pasó, con las ganas que tenía ella de que pasara… Cuando al jubilarse le quitaron a su padre el don, se fueron a vivir a las afueras, adonde no llegaban ya ni los poetas.

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