Pensando en Soria, Gerardo Diego escribió que las estrellas son las lágrimas de los que no saben llorar. Se ha visto en el patio del Tribunal Supremo al señor Ábalos resuelto en llantos, sin más estrellas que su soledad. Debió llorar más cuando el juez decidió, para un tiempo impreciso, privarlo de libertad.
Sufre el exministro de frío en las duras paredes de Soto del Real y ha pedido ropa de invierno, camisetas de lana y un pañuelo a su hijo, por si el llanto va para largo y la desolación lo acobarda. Cárcel es también cuando se está afuera y no se es dueño de las riendas que la honrosa vida exige. En esa aparente libertad los amigos rondan cualquier abundancia y se aprovechan de los escalafones para sacar ventaja, al mismo tiempo que se reclama la propia, por si el frío de la necesidad llega más tarde y no se tienen camisetas que cubran lo indispensable.
También el llanto es un modo de expresar el señor Ábalos su decepción al comprobar que nadie te reconoce allí dentro, ni siquiera al que usted sirvió de chófer o de gps en un Peugeot que rodaba y rodaba buscando un impropio destino.