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Las derivas autoritarias del capitalismo del siglo XXI

Bomba atómica lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. | Fuente: EP

El neofascismo que avanza de la mano del proyecto de recomposición capitalista pretende controlar los recursos de la tierra, el ciberespacio y tener el poder de muerte sobre todas las personas

Las búsquedas de autodeterminación son una constante histórica en América Latina y el Caribe. En distintos tiempos y contextos salen a flote propuestas de soberanía, que se constituyen en la pieza vertebral de desafiantes proyectos de cambio, a veces situados y otras sistémicos, como los que marcan la pauta del destino regional en lo que va de este siglo. A la par, son recurrentes los embates de autoritarismos que, con distintos matices, también son una constante, para mantener las condiciones de sujeción dominantes.

Pero hay momentos en los que el autoritarismo gana protagonismo, especialmente cuando se trata de disciplinar a los pueblos, para propiciar ordenamientos relacionados con la puesta en escena de un modo de acumulación específico.

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Así sucedió en décadas recientes, cuando la imposición del neoliberalismo vino de la mano de dictaduras y feroces operativos de shock. (1) Posteriormente, para lograr la consecución de la globalización neoliberal, sendas intervenciones represivas y bélicas se combinaron con estrategias comunicacionales para ganar mentes y corazones, pretendiendo que la propia gente quede convencida de que no hay nada mejor que ser los últimos en las cadenas de suministros de la globalización, con todas las exclusiones, pero con un celular conectado al mercado capitalista.

Esos mismos síntomas se manifiestan en este nuevo momento, donde se evidencia una interdependencia entre el avance de distintas formas de autoritarismo y el posicionamiento del proyecto capitalista de mercado total en curso, donde los poderes privados, corporativos y transnacionales que resultaron de la globalización, no solo han tomando un liderazgo directo en la gestión económica y política, sino que tienen en su agenda una reorganización planetaria de la geografía, del comportamiento humano, de todo lo viviente y eso solo podría darse con la instauración de un autoritarismo global que ya avanza con firmeza, entre otros, con la incursión de la guerra cognitiva. (2)

La concreción del mercado total exige la liberalización absoluta de bienes, recursos, fronteras y personas, con ese fin los supuestos «dueños del mundo», que son unas pocas personas y corporaciones, sustentan la obsolescencia del Estado y de lo colectivo, como también la caducidad de las legislaciones nacionales e internacionales, para transitar a una relación directa entre individuos y capital bajo el arbitrio del llamado «orden basado en reglas», e impulsado por los propios poderes corporativos. Se trata de un gran giro estructural y cultural que tiene al autoritarismo como elemento consustancial.

Immanuel Wallerstein, desde su teoría sobre la crisis sistémica del capitalismo, enunció que esta conducirá a una bifurcación que definirá el futuro de la reproducción sistémica, cuya instauración vendrá acompañada de una suerte de fascismo global; o también, dependiendo de la capacidad de articulación de las fuerzas antisistémicas globales, ese gran cambio estructural podría apuntar hacia un nuevo sistema-mundo distinto del capitalismo.

El moderno sistema mundial, como todos los sistemas, es finito en duración y llegará a su fin cuando sus tendencias seculares lleguen al punto en que las fluctuaciones del mismo sean suficientemente amplias e impredecibles para que les resulte imposible asegurar la renovada viabilidad de las instituciones del sistema. Cuando se llegue a ese punto, ocurrirá una bifurcación y, a través de un período (caótico) de transición, el sistema será remplazado por uno o varios otros sistemas. (3)

Desde otra perspectiva teórica, Shoshana Zuboff (4) conceptualiza al actual momento como un capitalismo de vigilancia, que involucra también un ordenamiento geoeconómico y humano disciplinado a un mandato jerárquico y de control extremo, que es propiciado principalmente mediante la manipulación corporativa de los datos personales, como elemento constitutivo del modo de producción digitalizado en marcha.

“Asimismo, desde la perspectiva del reposicionamiento del capitalismo que está en curso, la preeminencia de la competencia y la individualización son nodales para la consolidación del nuevo entramado del poder global, que es un poder anclado en los poderes fácticos privados que resultan de la globalización; principalmente, el capital financiero, las corporaciones transnacionales, el complejo industrial militar, los consorcios comunicacionales e incluso los capitales ilícitos. A la vez, el otro componente de este nuevo modelo de acumulación, como son las tecnologías digitales –inteligencia artificial, robótica y otros– coadyuva para una organización sociocultural con foco en el individualismo» (León, 2024). (5)

A todas luces, el neofascismo o las formas conexas de autoritarismo que avanzan de la mano del proyecto de recomposición capitalista, no son solo líneas políticas o ideológicas, sino un proyecto estructural del capital que, luego de dar un golpe certero con la apropiación privada de los recursos de la tierra, del ciberespacio y con el lanzamiento de planes espaciales privados, pretende tomar un control aún mayor sobre el devenir de la totalidad, donde entra en disputa la misma vida.

Para esto último, entre otros, está en el escenario la guerra cognitiva, una forma de beligerancia no convencional que utiliza herramientas cibernéticas para alterar los procesos cognitivos y controlar la mente humana, las creencias y los comportamientos individuales y grupales. Además, según el sitio de la OTAN, “tiene el potencial de fracturar y fragmentar a toda una sociedad, de modo que ya no tenga la voluntad colectiva de resistir a las intenciones de un adversario, de manera tal que un oponente puede llegar a someter a una sociedad sin recurrir a la fuerza o la coerción directas”. (6)

Así, ante los indicios de que los proyectos alternativos orientados hacia el bien común logran amplia anuencia popular y mejores índices en la satisfacción de las necesidades colectivas, el camino elegido por los actores del capital es la militarización, el caos, el control y la violencia pues, como lo dijo el citado Wallerstein, en este momento del capitalismo o se toma la salida de las alternativas, o una violenta arremetida de la extrema derecha garantizará la supervivencia de un nuevo modo del capitalismo.

La disputa por Latinoamérica y el Caribe

América Latina está en disputa: militarización, demostraciones de fuerza y una multifacética bandeja de ingredientes golpistas, caracterizan las arremetidas de los poderes capitalistas para retomar el control. Judicialización de la política por aquí, infiltraciones por allá, movimientos «de colores» y otros se conjugan con la suplantación de los proyectos de integración soberana que han sido objeto de una potente embestida desintegradora. Con la restauración conservadora que ganó terreno en los últimos diez años han conseguido sacar del juego a la Unasur, colocar en situaciones de resistencia a la CELAC y conminar a varias iniciativas subregionales a constreñirse a las relaciones comerciales. Solo ALBA-TCP con su propuesta antisistémica se mantiene incólume.

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A la vez, una multiplicidad de articulaciones de extrema derecha ocupan cada vez más el espacio sociopolítico. Más aún, guiones anticomunistas decimonónicos vuelven para legitimar el proyecto de afianzar el control hemisférico de los Estados Unidos, con un Plan Monroe reeditado para posicionarse en estos tiempos.

Guion conocido diríamos, si no fuera porque esta vez, con decisivas estrategias, avanzan y se posicionan acciones para elevar a la cúspide el dominio de los poderes corporativos. Son unos poderes supranacionales que no solo disputan recursos y territorios, sino que vienen también por los sentidos de futuro, por los contenidos de horizonte.

Es una contienda contra las proyecciones históricas colectivas, toda vez que para el proyecto capitalista solo el individualismo conjuntamente con la competencia pueden responder a los requisitos constitutivos del mercado total. No hay disyuntiva, se quiere consolidar este plan sin dilaciones y para lograrlo todo es posible, incluso la vía del fascismo global, que ya asoma entre los escenarios posibles.

Así, toda la región está inmersa en una disputa sistémica de alto tenor, en un momento en el que Cuba, Venezuela y Nicaragua son el epicentro de unas proyecciones de porvenir definitorias a lo interno, pero tambien de significativo impacto regional, en tanto la existencia de ese polo socialista demuestra al conjunto la viabilidad de alternativas al capitalismo. A la vez, sus proyectos de sociedad organizados desde el Estado y en torno al bien común, marcan una tendencia con horizonte de sentido histórico, que es la antítesis de la profundización de las desigualdades y la exclusión que exhibe el capitalismo.

Para inhibir la persistencia del socialismo, definido en algunos entornos políticos estadounidenses como «influencia maligna» sobre los demás, estos países son objeto de una ofensiva de gran magnitud, en la que los poderes del capitalismo bregan por mantener su dominio aplicando todas las modalidades imaginables de presión y disciplinamiento. Unas mil sanciones les impiden la libertad de intercambios hasta con sus vecinos.

Con esos mismos fines, Estados Unidos ha posicionado su quinta flota en el Caribe y sendas posiciones móviles de vigilancia monitorean aire, mar, tierra y ciberespacio. Entre las acciones directas que despliega esta comitiva castrense figura el resguardo de los intereses corporativos en la zona.

Son un ejemplo las dinámicas presentes en el Esequibo, donde corporaciones petroleras custodiadas por fuerzas militares estadounidenses, exploran petróleo en territorios marítimos en controversia entre Venezuela y Guayana. Es una demostración de fuerza donde principalmente la Exxon Mobil, una corporación privada de bandera estadounidense, quiere ganar posiciones territoriales ninguneando mandatos internacionales. Esa incursión ha provocado una tensión binacional, que podría caracterizarse más bien como una suerte de declaratoria bélica de una corporación, la Exxon Movil, contra Venezuela.

Ese mismo ejemplo nos permite aludir a una estrategia en boga, que es la de generar conflictos, instaurarlos según necesidad y vender paquetes de solución a la medida, lo que incluye paquetes de destrucción y reconstrucción, que son parte de la guerra sin fin que comercializa el Complejo Industrial Militar, mayormente un negocio privado.

En el caso de nuestro ejemplo, Guayana, que heredó un conflicto territorial colonial británico, solía ser un buen vecino en busca de soluciones mediante el diálogo. Hasta que la Exxon Mobil y otras transnacionales le convirtieron en el epicentro de un negocio que atañe a una parte de la mayor reserva petrolera del mundo que es venezolana.

Con la incursión en esos espacios marítimos y terrestres en controversia, la Exxon Mobil, cuyas pérdidas en 2020 llegaron a poner en jaque su lugar en la bolsa de valores, volvió a la cúspide con la obtención en 2022 de unos 414 mil millones de dólares (7) y Guayana, al alquilar su bandera, se colocó como el país con el mayor PIB de la región con 34.3 en 2024, (8) y ahora mismo muestra un perfil belicoso.

Este ejemplo ilustra además la connivencia discursiva entre el poder corporativo y la extrema derecha, pues al unísono ambos coinciden en un discurso sobre las libertades, donde las corrientes neofascistas venezolanas se posicionan a favor de las libertades «comerciales» de las corporaciones foráneas y no en defensa de los intereses nacionales.

El capitalismo corporativo quiere también asfixiar al progresismo, lo demoniza y lo quiere fuera de cualquier proyección histórica. No quiere que sus experiencias de poder, peor aún, de poder popular, desfiguren la eventualidad de sellar una transición hacia el mercado total.

Para el modelo del capitalismo corporativo, cualquier experiencia de redistribución o de bien común es entendida como una aberración histórica que hay que combatir. «¡Estamos en guerra!», enfatizan Milei, Noboa, Bukele y hasta Boric, subrayando su decisión de no dar ni un paso atrás en su empeño de congraciarse con los poderes corporativos.

Los adeptos a la economía libertaria, paradójicamente electos como presidentes en algunos países, están convencidos de que la cesión de soberanía es una puerta para su inclusión en las esferas de poder del capital transnacional apátrida.

Es un ejemplo el pecho en alto del expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cuando ofreció un acceso a la Amazonía a Elon Musk, propietario de Tesla, como una donación sin valor a cambio de una supuesta cobertura satelital para una comunicación digital que “limpiaría a Brasil de las ancestralidades no culturales y atrasadas que pululan en la Amazonía”.

Los defensores del anarcocapitalismo y afines de extrema derecha política y de dogmática creencia en el libre mercado, miran la presencia corporativa transnacional como un signo de porvenir, a la vez que perciben lo nacional y lo público como un vergonzante anclaje en el pasado. Para afianzar esa perspectiva de «intereses» no les importa matar de frío a medio país, como ya lo hizo Mauricio Macri en Argentina, o incendiar parte de América del Sur, entre otros para ampliar la frontera agroexportadora, como sucede ahora.

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Por otro lado, además de proclamar una presunta obsolescencia del Estado y de lo colectivo, también han declarado obsoleta a la política, misma que luego de haber sido satanizada desde hace décadas por el neoliberalismo, se exhibe ahora como un foco de corrupción y futilidad.

Se proyecta que luego de los operativos asociados al establecimiento del concepto de narcopolítica le quedarían pocos años de vida a la política. Tomaría el relevo el modelo de gestión corporativa gerencial, empresarial, supuestamente eficiente y digitalizado.

En esos escenarios ya no se trata de un rediseño neoliberal del Estado sino de destruir al Estado desde adentro y, por ende, destruir cualquier proyecto de soberanía o cualquier perspectiva de bien común y de lo público. La destrucción es parte de esa agenda programática.

Informar, desinformar, seducir y simular

Con todo, como el socialismo y el progresismo tienen arraigo popular, el campo comunicacional está pasando del segundo al primer frente, desde el cual no solo se busca conquistar mentes y corazones, sino producir escenarios para disputar directamente las orientaciones de las sociedades y revertir los proyectos alternativos.

Desde hace algún tiempo, ya casi no importan la veracidad de los contenidos ni las formas, solo importa el impacto que una acción comunicacional pueda tener frente al «antagonista». Tampoco importan mucho los medios o plataformas, convencionales o digitales de última generación, toda vez que todos se complementan al momento de ganar el relato.

Los medios y espacios comunicacionales digitales están pasando a convertirse en «centros de mando» desde donde se emiten líneas estratégico-políticas para refrendar la corriente dominante. Esto es patente en la judicialización de la política, que cunde como mecanismo para golpear al progresismo, donde las tramas judiciales fraguadas tienen un espejo mediático sin el cual no podrían posicionarse.

A tono con los tiempos, buena parte de esa comunicación estratégica es internacional, producida en centros de pensamiento y experticia con un estatus de producto influyente. Estados Unidos, por ejemplo, considera a la comunicación como un asunto de Estado. (9) De modo que no solo se trata de una herramienta para persuadir sobre las «virtudes» del capitalismo y alertar sobre los peligros de las alternativas, sino que es el principal propagador de ideología y como tal constituye una pieza vertebral del sistema.

La movilización de comunicación internacional para satanizar a Venezuela, por ejemplo, ha logrado producir una suerte de dos Venezuelas: la verdadera con sus logros y complejidades, que prácticamente solo se conoce in situ, y la “fake” que es una muy distinta de la real, construida desde los escenarios mediáticos y desde los laboratorios de desarrollo de estrategias de guerra cognitiva.

De esos laboratorios también resultan sendos paquetes intervencionistas que con frecuencia son lanzados, principalmente, a través de las redes sociales, para desestimar las repercusiones del bloqueo impuesto por Estados Unidos contra Cuba, mientras que en el escenario internacional, ante las evidencias de los impactos de ese castigo colectivo, el mundo entero vota reiteradamente en la ONU para poner fin a esa medida.

Por otro lado, ahora que el poder corporativo comunicacional y de telecomunicaciones –especialmente las GAFAM– (10) ocupan los primeros lugares entre los poderes del capital, son las corporaciones mediáticas quienes marcan la batuta de la influencia ideológica, posicionando un modelo cultural donde son omnipresentes los valores individualistas, jerárquicos, de consumo y de competencia.

Con la privatización del espectro comunicacional y del ciberespacio, que deberían ser públicos, los derechos a la comunicación quedan subsumidos a la voluntad privada de los dueños de estos espacios y plataformas, algunos declaradamente afines con la extrema derecha e incluso el neofascismo.

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En esos escenarios, el leitmotiv para seducir corazones y mentes son las libertades, pero no aquellas de los pueblos y su autodeterminación o los derechos a vivir sin sexismo ni racismo, sino las libertades de consumo y los «derechos» al libre flujo de capitales o a la acumulación sin límites. Este enfoque no es nuevo, pero desde los inicios del neoliberalismo hasta la fase actual, todo el aparataje mediático y de entrenamiento está volcado a la propagación de mensajes que colocan a la acumulación privada como meta, horizonte y línea de fe.

En la comunicación política, altamente mercantilizada, los lenguajes y los símbolos siguen esa misma matriz. Es el caso de los procesos electorales, donde muchos actores políticos siguen modelos discursivos apegados a las técnicas de la guerra cognitiva, con el fin de modular las percepciones de la opinión pública y ensanchar su votación. «Se trata de recursos comunicacionales orientados a obtener una superioridad cognitiva sobre los adversarios, acudiendo a representaciones culturales que persiguen la captura cognitiva de las masas”. (11)

Asimismo, si una imagen vale más que mil palabras, aquella de presidentes como Milei o Noboa vestidos en uniforme militar para «acompañar» a los visitantes corporativos a las zonas de recursos estratégicos como el litio o el petróleo, transmiten la idea de que esos recursos no son de los pueblos sino una cuestión privativa y de fuerzas militares, pero no de las nuestras definidas como corruptas e inútiles, sino de aquellas del Comando Sur o las de mercenarios de empresas israelíes, que han sido entrenados para despedazar a quien se atreva a resistir a la apropiación corporativa o individual de todo.

Son imágenes y símbolos rudos, presentados comunicacionalmente como hechos audaces y hasta como cosa de machos que saben tomar decisiones duras, como humillar con el desempleo o matar de hambre en función de un objetivo mayor: las ganancias de unos pocos. Esos aprendices de fascistas, que disfrazados de G. I. Joe muestran sumisión a sus jefes corporativos, con contenidos visuales y discursivos de acatamiento de la autoridad, vuelcan luego grandes dosis de autoritarismo hacia sus pueblos.

La gran interrogante es: ¿por qué los pueblos afectados por la crueldad socioeconómica y humana que estos actores del capital infligen, continúan respaldándoles llegando hasta a marcar la tendencia de una extrema derecha en ascenso? Según Maurizio Lazzarato, el neocapitalismo ataca las raíces de la existencia, hace más que exigir sumisión u obediencia, moldea y modula la subjetividad y la vida de los individuos.

Hoy en día, la ubicuidad de la subjetivación empresarial, que expresa el impulso de transformar a cada individuo en una empresa, ha dado lugar a una serie de paradojas. La autonomía, la iniciativa y el compromiso subjetivo que se exige a cada uno de nosotros, constituyen nuevas normas para conseguir empleo y, por tanto, estrictamente hablando, es una heteronomía.

Al mismo tiempo, el mandato impuesto a las personas para actuar, tomar iniciativas y asumir riesgos ha llevado a una depresión generalizada que es la enfermedad del siglo, así como conduce a la negativa a aceptar la homogeneización y, finalmente, al empobrecimiento de la existencia provocado por los desafiantes «éxitos» individualistas del modelo empresarial. (12)

También, parte de la respuesta puede desprenderse de los adiestramientos de la guerra cognitiva, cuyo objetivo es atacar el cerebro, alterar sus representaciones, modificar las actuaciones de las personas hasta lograr que se encuentren incapaces de decidir, actuar y de pensar (13) e incluso “pretende que el enemigo se destruya a sí mismo desde adentro” (14).

Así, es una batalla económica, política, cultural y geopolítica de gran magnitud, la cual se libra en el actual contexto de búsqueda de reposicionamiento del capitalismo y de sus autoritarias intenciones de reordenamiento geoeconómico planetario.

No obstante, su intención de eliminar de raíz toda alternativa antisistémica y a las perspectivas de mundo multipolar, que son su antítesis, encuentra significativos obstáculos. No solo porque estas logran mejores lugares en los palmarés económicos y en la anuencia popular, sino porque exhiben proyecciones de futuro ampliamente más atractivas que las propuestas que ponen en jaque la vida de las personas y del planeta que el capitalismo exhibe.

*Por su interés reproducimos este artículo de Irene León publicado en TeleSURtv.net

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