La percepción del mundo

9 de mayo de 2025
4 minutos de lectura

RODRIGO AGOSTINI

«Quien sólo mira al suelo,

camina con miedo a tropezar;

quien se atreve a mirar al cielo,

descubre que siempre hay un horizonte más allá».

En la vida diaria, es común que nuestra mirada se mantenga al nivel del suelo, enfocada en lo inmediato, en lo que nos rodea y en lo que parece urgente. Sin embargo, alzar la vista y mirar hacia arriba puede ser un acto transformador. El cielo, con sus nubes cambiantes, sus astros brillantes y su infinita vastedad, nos invita a reflexionar sobre nuestra existencia, nuestra perspectiva y nuestro lugar en el universo. Este ensayo explora cómo el simple acto de mirar hacia arriba puede alterar nuestra percepción del mundo, recordarnos que todo está en constante movimiento y ofrecernos una nueva forma de entender nuestra realidad.

Las nubes: un juego de formas y significados

Las nubes son, quizás, uno de los fenómenos más fascinantes que nos regala el cielo. Su capacidad para cambiar de forma, color y textura en cuestión de segundos las convierte en un lienzo en constante evolución. A veces, parecen luchar entre sí, chocando y separándose en un baile confuso. Otras veces, se unen en formas que nos recuerdan a animales, objetos o incluso rostros humanos. Este juego de formas nos invita a reflexionar sobre la fluidez de la vida y la impermanencia de todo lo que nos rodea.

Cuando miramos fijamente una nube, es común que nuestra mente proyecte significados sobre ella. Vemos un dragón, un corazón, un barco… pero, en realidad, la nube no es más que vapor de agua condensado. Este fenómeno nos habla de nuestra necesidad de encontrar patrones y significados en lo que nos rodea. Sin embargo, también nos recuerda que, a veces, lo que vemos no es más que una proyección de nuestra propia mente. ¿Cuántas veces en la vida creemos estar viendo algo con claridad, cuando en realidad estamos interpretando la realidad desde nuestra propia subjetividad?

Además, hay un efecto curioso que ocurre cuando miramos fijamente una nube: parece que nos movemos, aunque estemos quietos. Este fenómeno visual nos invita a cuestionar nuestra percepción del movimiento y la estabilidad. ¿Cuántas veces en la vida creemos estar estancados, cuando en realidad estamos avanzando? O ¿cuántas veces pensamos que estamos en control, cuando en realidad somos arrastrados por fuerzas que no comprendemos del todo?

El cielo: un universo en constante cambio

El cielo no es sólo un espacio físico; es también un símbolo de lo infinito, lo desconocido y lo mutable. Durante el día, el cielo nos regala un espectáculo de colores que van desde el azul más intenso hasta los tonos dorados del atardecer. Por la noche, se transforma en un lienzo oscuro salpicado de estrellas, planetas y constelaciones. Este cambio constante nos recuerda que nada en la vida es estático, que todo está en perpetuo movimiento.

Las estrellas, por ejemplo, han sido fuente de inspiración y misterio para la humanidad desde tiempos inmemoriales. Aunque no quiero adentrarme en el terreno de la astrología, es innegable que las estrellas han influido en nuestra cultura, nuestra ciencia y nuestra imaginación. Para los antiguos navegantes, las estrellas eran guías que les permitían orientarse en mares desconocidos; para los poetas, eran símbolos de esperanza y belleza; mientras que para los científicos, son ventanas hacia el pasado del universo, ya que la luz que vemos hoy proviene de hace miles o millones de años.

El cielo nocturno también nos invita a reflexionar sobre nuestra propia pequeñez. En un universo tan vasto… ¿qué importancia tienen nuestros problemas cotidianos? Mirar hacia arriba y contemplar las estrellas puede ser un acto humilde que nos recuerda que somos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos.

Los pájaros: símbolos de libertad y movimiento

Otra razón para mirar hacia arriba es observar a los pájaros. Estas criaturas, con su capacidad de volar, han sido símbolos de libertad, ligereza y movimiento en muchas culturas. Ver a un pájaro surcar el cielo nos recuerda que hay otras formas de existir, otras maneras de moverse por el mundo.

Los pájaros también nos enseñan sobre la adaptabilidad. Ellos no se preocupan por el tráfico, las agendas o las responsabilidades; simplemente se dejan llevar por el viento y las corrientes. En este sentido, mirar hacia arriba y observar a los pájaros puede ser una invitación a soltar el control y confiar en el flujo natural de la vida.

Cambiar de perspectiva

Mirar hacia arriba es un acto físico cargado de una metáfora poderosa. En la vida, muchas veces nos quedamos atrapados en una sola forma de ver las cosas. Nos enfocamos en los problemas inmediatos, en las dificultades del día a día, y perdemos de vista el panorama general. Sin embargo, al cambiar nuestra perspectiva, podemos encontrar soluciones que antes parecían imposibles.

El cielo nos enseña que todo cambia, que nada es permanente. Las nubes se disipan, las estrellas desaparecen con la luz del día, y los pájaros vuelan hacia nuevos horizontes. Esta lección de impermanencia puede ser liberadora. Nos recuerda que, aunque hoy estemos en un lugar difícil, mañana las cosas pueden ser diferentes. Solo necesitamos mirar hacia arriba y recordar que hay un mundo más allá de lo que vemos a nivel del suelo.

Levantar la mirada

Mirar hacia arriba es un acto sencillo, pero profundamente transformador. Nos conecta con la inmensidad del cielo, con la belleza del universo y con nuestra capacidad de ampliar la perspectiva. Las nubes nos enseñan sobre la impermanencia, las estrellas nos recuerdan nuestra pequeñez y los pájaros nos invitan a confiar en el movimiento.

En un mundo donde lo urgente suele opacar a lo importante, levantar la vista es un recordatorio de que hay algo más allá de lo inmediato. Nos ayuda a salir del encierro mental, a encontrar inspiración y a reconectar con el asombro. La próxima vez que sientas que el mundo se cierra sobre ti, prueba este simple gesto: mira hacia arriba. Quizás el cielo tenga una respuesta que no habías considerado.

*Por su interés reproducimos este artículo de Rodrigo Agostini publicado en El Litoral.


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