Como el capellán no sabía conducir, me tocó más de una vez hacer de chófer para que el padre celebrara misa y confesara a las carmelitas descalzas de Hornachuelos.
Los marqueses conservaban en su casa-palacio una colección de cornamentas que daban paso a las habitaciones privadas en las que habían pasado su luna de miel, sin consecuencias, los reyes Fabiola y Balduino. Una cama grande con las letras F y B enlazadas en marquetería sobre el respaldo, y dos cuartos de baño, uno para cada uno que, entones, me pareció un despropósito cuando en casa había que hacer cola para ducharse.
La marquesa titular era ella y disponía de rezar la salve antes de que los monteros saliesen en busca de gacelas distraídas. Rondando el mediodía, al capellán y a mí nos sirvió el mayordomo una tortilla francesa en bandeja de plata. Adiós, adiós y se quedó temblando entre alcornoques la mañana.