La mala memoria de Aznar y el instinto freudiano de Sánchez

17 de septiembre de 2023
4 minutos de lectura
El expresidente José María Aznar ha pretendido forzar el penalti contra Alberto Núñez Feijóo; a cuenta de la anunciada amnistía a Carlos Puigdemont.
José María Aznar y Pedro Sánchez. | El Plural

El expresidente José María Aznar ha pretendido forzar el penalti contra Alberto Núñez Feijóo; a cuenta de la anunciada amnistía a Carlos Puigdemont; a cambio de que JUNTSxCAT apoye la investidura de Pedro Sánchez, pero protagonizando un ejercicio inaudito de desmemoria.

1996, Aznar necesita de los votos de Convergencia y Unió para gobernar España, a cambio, cede a Jordi Pujol la recaudación del 30% del IRPF catalán, duplicando la oferta inicial de Felipe González, tres años antes.

En el paquete negociador, Aznar transfirió la gestión de los puertos del Estado en Cataluña a la Generalidad, retiró a la Guardia Civil de las carreteras catalanas, paralizó el recurso de la Inspección del Ministerio de Educación contra la imposición del catalán y menoscabo del español y cedió la cabeza del entonces barón territorial, Alejo Vidal Cuadras; pese a sus excelentes resultados electorales.

Para los militantes del PP con memoria y sin intereses personales que cuidar, la lógica oposición de Génova a que los guardias civiles abandonen Navarra les recuerda aquella cesión de Aznar a Jordi Pujol.

Veintisiete años después, Aznar pretende que el PP encabece un movimiento popular contra el resultado lógico -aunque nefasto para España- de componendas consecutivas entre uno de los partidos mayoritarios y el nacionalismo.

Obviamente, hay diferencias entre 1996 y 2023, pero la atomización del espectro político español y su radicalización obedece a la incapacidad del Partido Popular y PSOE para ganar con mayoría absoluta o pactar entre ambos el rumbo de la nación.

Ya se oyen voces jaleando a Aznar y haciendo comparaciones con la “prudencia” de Núñez Feijóo; la presidenta madrileña Ayuso tuiteó que estará en la manifestación de Barcelona; mientras el Gobierno en funciones tardó cinco minutos en saltar a la yugular del expresidente, llamándolo golpista.

Sigmund en Sánchez

Periodistas y analistas que están en los espacios al servicio de la Moncloa, dejaron un rato de pontificar sobre los beneficios y ventajas de la amnistía para fingir que lamentan que sea Aznar quien le marque el rumbo a la actual dirigencia del PP y los menos desequilibrados criticaron a la portavoz en funciones, Isabel Rodríguez, por su salida de tono.

Para inmediatamente advertir que Sánchez puede retractarse y -convirtiendo a Javier Cercas en Espíritu Santo- tratar de contener la marejada que sacude a la militancia socialista, consciente de la gran derrota de mayo en las municipales y autonómicas y del dulce revés del 23J.

Pero la expulsión ipso facto de Nicolás Redondo Terreros ha evidenciado el instinto freudiano de Pedro Sánchez; tan obsesionado con matar al padre político, que se ha quedado sin la opción de una marcha atrás creíble; si Puigdemont se lo pone en japonés.

Al exceso del desmemoriado Aznar, sucedió una catarata de absurdos del sanchismo -cuando su papel debía limitarse a dejar que Feijóo se estrellase en su intento de investidura, en la que ha puesto toda la carne en el asador, mandando a González Pons a negociar con JUNTS.

La foto de Andoni Ortúzar y Carlos Puigdemont este viernes en Waterloo deja en cueros a Sánchez y semidesnudo a Feijóo, que deberían asumir el dictamen democrático de las urnas y pactar o acordar una repetición electoral, de la que SUMAR y otros miembros del pelotón Frankenstein no quieren ni oír hablar.

Rufián, un melancólico que va de chico malo y no consiguió ser elegido alcalde, volvió por sus fueros comunicativos, haciendo la esperada parodia con la foto de Colón; pese a que Génova no ha invitado a Vox. Gobbels palidecería de envidia ante la capacidad innata del Lunacharski charnego para fabricar posverdades.

Uno de los problemas políticos más graves es que personajes de segunda fila parecen hombres y mujeres de Estado, como esa vicepresidente tercera que acude presta y solícita a hacer manitas con Puigdemont, un nacionalista de derecha catalán que -de momento- no ha dado el salto a SUMAR, esa amalgama tribal, unida únicamente en la agresión permanente a España, de la que cobran puntualmente generosas mensualidades.

La indignación de España con las maniobras del PSOE -devenido en criada de Pedro Sánchez- es transversal; no todos quienes se oponen a amnistiar a Puigdemont son fachas, ni todos los votantes socialistas son rojos indomables.

Un partido, por poderoso que sea o parezca y mucho menos un gobierno de conveniencia puede imponer a España aquello que la sociedad rechaza, y una amplia mayoría de españoles votó por el bipartidismo el 23J y no por alargar la condición de trasplantado cardiaco en la que ha gobernado Sánchez, tragándose absurdos como la injusta ley del “sí es sí” o la supuesta desinflamación del eufemístico conflicto catalán.

Los apaciguadores solo han conseguido alimentar a las fieras del nacionalismo ramplón y los buenos resultados del PSC no deben atribuirse al PSOE porque -desde siempre- el ala izquierda de Pedralbes ha sido un verso suelto en la estructura federal socialdemócrata y no renuncia a tener grupo propio en el Congreso.

Sólo a un oportunista, un cínico o alguien muy tonto se le ocurriría pensar que la bronca en Cataluña ha bajado de intensidad, siendo Puigdemont el oscuro objeto del deseo del sanchismo, una corriente que se ha hecho fuerte dentro del PSOE; y si alguien duda que pregunte a Patxi López, y que basa su acción política en el relativismo moral y el oportunismo.

Mientras PP y PSOE no asuman que la senda de 1993-1996 fue el inicio del desastre y pacten que gobierne la lista más votada con el apoyo del segundo en temas de estado; los partidos liliputienses seguirán siendo los manijeros del cortijo.

CARLOS CABRERA PÉREZ

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