La liturgia de la mano abierta

31 de diciembre de 2025
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«Actúa de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio». – Immanuel Kant

Sentarse a la mesa cada diciembre puede ser un acto meramente biológico o un evento profundamente trascental. Al preguntarte: «¿Participaste en la cena esta Navidad?», no indagamos sobre el menú que degustaste, sino sobre tu integración en la alegoría universal de la fraternidad. Bajo la bóveda celeste, la verdadera cena no ocurre en el plato, sino en el puente que tiendes hacia el otro. Ignorar esto es extraviarse del Misterio de la Natividad.

La liturgia del desprendimiento y el regocijo

Entender la caridad como una liturgia de la mano abierta implica reconocer que el gesto de dar no es un acto facultativo ni una carga pesada, sino una ceremonia necesaria para el equilibrio del espíritu. En esta liturgia, la mano que se abre traduce la voluntad divina en un acto de regocijo espiritual. No tiene por qué ser un proceso oscuro ni lleno de penumbra; por el contrario, es un encuentro luminoso donde el dar y el recibir se funden en una sola alegría. Es un rito donde el tacaño, en su rigidez, se convierte en un profano, pues al cerrar el puño bloquea la circulación de la luz y se excluye a sí mismo del Misterio de la Natividad.

La conciencia de la esperanza ajena

En este rito de entrega, cabe hacerse una pregunta que remece la conciencia: ¿Has estado tú consciente de que alguien estaba esperando que le dieras un plato de comida en esta Navidad? Es posible que alguien tuviera todas sus esperanzas cifradas en ti, precisamente porque así se lo había pedido a Dios para un enfermo o un necesitado. Imagina por un instante la voz del desposeído interpelando tu alma, una voz que esconde el aliento de lo sagrado: «¿Sabes que estuve esperando toda la noche un plato de comida porque creí en tu corazón caritativo?».

Debes comprender que quien te habla es Cristo mismo a través del prójimo. Es Él quien espera y quien creyó en tu generosidad. Resulta doloroso que hayas sido incapaz de tocar ese dinero que tienes guardado —un dinero que, si bien no te sobra, tampoco te falta ni te apremia para vivir— para auxiliar a quien sufre una urgencia real. Preferir la seguridad de un ahorro que no necesitas de inmediato sobre el alivio de un hermano que padece hambre o enfermedad es una forma de cerrar el alma y negar el Misterio de la Natividad.

La falacia del desvío y el pecado de dilación

Existe, además, una conducta especialmente cruel: la de aquel que reconoce la vulnerabilidad del otro, que declara saber de su necesidad y hasta promete ayuda con palabras vacías. Son aquellos que aplican la falacia del desvío, diciendo: «Sí, lo tengo presente», «No se preocupe, yo le voy a ayudar». Sin embargo, practican un ejercicio de sordera intencional donde la promesa solo busca diluir la urgencia en el tiempo para que el olvido haga su trabajo.

Quien ha sido proveído por Dios para ser Sus manos en la tierra y utiliza la dilación para evadir su deber, comete un pecado de omisión consciente y soberbio. El necesitado deja de pedir no porque esté saciado, sino porque se ha cansado de pedirle a una piedra.

La burbuja familiar y el estrabismo espiritual

Muchos celebran rodeados de su familia nuclear, encerrados en una burbuja de abundancia, con gringolas mentales que les impiden leer las señales de Dios. Se sientan los tres, cuatro o seis de siempre, y al sentirse saciados, asumen la mentirosa concepción de que nadie en el mundo padece hambre. Practican un estrabismo espiritual: desvían la mirada a propósito para no ver lo que les incomoda. Esa indiferencia es la negación misma de la caridad; es existir en un vacío donde los demás no cuentan y la luz divina no penetra.

Consumo de comida vs. el alimento de la entrega

Es imperativo distinguir entre el simple consumo de comida y el Alimento que nace de la entrega. La comida sacia el cuerpo, pero el verdadero Alimento nutre el alma; es el que se manifiesta cuando somos dadivosos y altruistas. Si tu Navidad fue solo un banquete para los tuyos mientras ignorabas la esperanza que otros cifraron en ti, te privaste del gozo divino que surge de la caridad.

El ticket a la salvación

¿Acaso no sabes que nada de lo que estás acumulando en esta vida te lo vas a llevar? Absolutamente nada material cruzará el umbral del tiempo contigo. Solamente te llevarás la satisfacción espiritual de haber purgado tus pecados al haber saciado el hambre y la necesidad de otros. Esa caridad, ese desprendimiento, es tu ticket de entrada a la salvación. En la economía del espíritu, solo lo que se entrega con la mano abierta y el corazón alegre queda verdaderamente guardado en el tesoro de lo eterno.

«Dáis muy poco cuando dáis de lo que tenéis como posesión. Es cuando dáis de vosotros mismos cuando verdaderamente dáis». – Gibran Khalil Gibran

Doctor Crisanto Gregorio León

Profesor Universitario

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