La justicia cotidiana

4 de julio de 2025
2 minutos de lectura
La justicia cotidiana
Figura en representación de la justicia. / Fuente: El Litoral

ALBERTO FABIÁN ESTRUBIA

La palabra «justicia» viene de «justo». En la antigüedad decir que un hombre era justo era un halago; una distinción, un certificado de persona que obraba bien y se preocupaba por el bienestar de sus próximos.

Eso era, y es, ser justo. De las tantas definiciones que circulan, una muy antigua dice: «ser justo, es dar a cada uno lo que se merece» o «a lo que tiene derecho». A esto tan simple ya lo sintetizó alguna vez Dionisio Ulpiano, una autoridad del derecho romano en el siglo III de la era cristiana, cuando dijo: «Justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo».

Si pensamos que todo ser humano tiene una tendencia natural a la vida, al bienestar, y a su realización personal y todo lo que se refiera a la conservación de su vida, ese bienestar pasa a corresponderle por derecho, y el derecho no se otorga, es inherente a cada uno, es un nivel de supervivencia. Los humanos tenemos derecho a la alimentación, a la salud, a la educación, a una vivienda propia, a un sueldo que cubra nuestras necesidades y fundamentalmente a que el Estado, sea su fianza, velando porque esas cuestiones sean cumplidas y cubiertas.

Y si eso no se otorga por benevolencia, es parte de una vivencia y no admite una situación de injusticia injustificable y rechaza todo individualismo feroz e inhumano. Todo aquel que tiene conciencia que está viviendo en una situación de deterioro o de orfandad, se revela, reclama, solicita y lucha para que eso cambie y se supere. La justicia tiene una dimensión muy amplia, no es sectorial y cubre a todos los seres humanos.

El que padece injusticias sufre igual que un enfermo que pretende cuanto antes sacarse ese mal de encima. A los que vivimos con las necesidades básicas satisfechas, nos cuesta entender el sufrimiento de ellos y a veces no lo queremos ver y tratamos de justificar la situación injusta con argumentos endebles: «No quieren trabajar», «es un vago», «se siente cómodo siendo pobre». Todos supuestos mentirosos.

«El que tiene y le sobra, eso que le sobra le pertenece a quienes no lo tienen». Esto por muchos es inaceptable, incluso es rechazado. Y no es «comunismo» ni «populismo», sino cristianismo puro. Como alguien dijo hace mucho tiempo: «La necesidad da derechos» y lo entiendo como válido.

El mandato más importante que surge de Los Evangelios es aquel que predijo Jesús al decirnos: «Buscad el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura» (Mateo 6-33). Y el segundo texto a citar es la resonancia que tenía esto entre los primeros cristianos: «Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común. Vendían sus propiedades y sus bienes y distribuían el dinero entre ellos según las necesidades de cada uno» (Hechos de los Apóstoles 2, 44/5).

La encíclica Mater et Magistra («Madre y maestra» ), del papa Juan XXIII (1961), aborda el derecho a la propiedad desde una perspectiva social, reconociendo su valor como un derecho fundamental pero también enfatizando su función social y la necesidad de considerar el bien común. La encíclica destaca que la propiedad privada contribuye al bienestar familiar y al desarrollo personal, pero no debe ser absoluta, sino que debe estar orientada al bien de la sociedad.

Que esto de «asistir al necesitado» sea una cuestión no solo para darnos cuenta de una mentira repetida de que «cada uno que se arregle como puede porque es libre y su propiedad es intocable», sino fundamentalmente para comprometernos con la situación, haciendo algo para levantar a los caídos, aunque sea un aporte pequeño porque «obras son amores y no buenas razones».

*Por su interés reproducimos este artículo que firma Alberto Fabián Estrubia en El Litoral.

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