La felicidad está en los pequeños detalles

19 de septiembre de 2025
2 minutos de lectura

La felicidad no necesita de una gran inversión económica ni de un gran cambio de vida. Simplemente, hay que dar medio pasito, el de la realización de pequeños actos que dejan huella

El pasado 27 de agosto, la revista Scientific American publicó un artículo titulado Small, Easy Acts of Joy Mean Big Gains in Happiness, el cual impactó en mi concepción de la felicidad. Muchos padres creemos que para ser felices hacen falta grandes cambios: obtener un aumento de sueldo, disfrutar de unas vacaciones soñadas, mudarse a una nueva casa o disfrutar de mucho tiempo libre para practicar meditación. Sin embargo, la ciencia nos está demostrando que la felicidad no siempre necesita de grandes esfuerzos.

Los programas de bienestar que prometen transformarnos suelen ser exigentes en cuanto a las rutinas: diarios de gratitud durante 12 semanas, prácticas diarias de meditación, planes de ejercicio rigurosos… Pero lo cierto es que, con la vida tan agitada de la vida familiar, muchos adultos simplemente están demasiado agotados, cansados y ocupados para comprometerse con ello.

Esto llevó a investigadores como Darwin A. Guevarra y Emiliana Simon-Thomas a hacerse una pregunta muy importante: ¿Y si fueran suficientes pequeños actos breves para aumentar la felicidad en el día a día? Pequeños gestos; gran impacto: así nació el concepto de los “micro acts of joy”, que significa llevar a cabo acciones pequeñas, breves, sencillas y cotidianas que producen alegría directa.

Algunos ejemplos son:

* Enviar una nota de agradecimiento a alguien que nos eleva.

* Ver la vida en forma simple y reírnos de nuestros pequeños errores.

* Contemplar asombrado el cielo, una flor o una bella fotografía.

* Celebrar con entusiasmo los logros de alguien.

* Escribir las tres cosas por las que uno se siente agradecido hoy.

Son acciones tan breves que parecen poco significativas… pero además tienen un gran poder acumulado. Basado en su proyecto: “Big Joy Project”, elaboró una herramienta gratuita y de acceso global: durante siete días, los participantes reciben una micropráctica diaria (práctica de la gratitud, de la bondad, reflexión sobre valores, ver videos que provocan asombro, etc.). Más de 100 mil personas en 200 países han realizado más de 400 mil microprácticas, lo que lo convierte en el mayor proyecto comunitario de ciencia de la alegría hasta la fecha.

En un estudio llevado a cabo con más de 17 mil personas de 169 países, los resultados fueron los siguientes:

* Aumentó el bienestar emocional y el afecto positivo.

* Disminuyó el estrés.

* Mejoraron el sueño y la salud física.

* Mientras más microactos realizaba una persona, mayores eran los beneficios.

Uno de los hallazgos más valiosos fue que estos pequeños gestos aumentan la socialización: el deseo de ayudar y estar en conexión con otros. Los cambios más notables se observaron en hombres, en personas de bajo nivel socioeconómico y en participantes del Sur Global. Esto demuestra que la alegría compartida fortalece a comunidades enteras.

A pesar de su sencillez, los microactos activan los mismos mecanismos psicológicos que los programas de bienestar amplios: aumentan el afecto positivo, refuerzan la conexión social, generan sentido y propósito y ayudan a fortalecer la sensación de agencia: la certeza de que uno misma puede influir sobre su propia felicidad.

La felicidad no necesita de una gran inversión económica ni de un gran cambio de vida. Simplemente, hay que dar medio pasito, el de la realización de pequeños actos que dejan huella: el agradecimiento, la bondad, el asombro. Estos microactos, al ser tan simples de realizar, son estimulantes y especialmente poderosos para aquellos que más lo necesitan: nuestros hijos.

Cada día nos da la oportunidad de dar y recibir felicidad y, en ocasiones, ese simple “gracias” o mirar hacia el cielo atónitos (¿quién no se ha asombrado alguna vez por las nubes, por el cielo?) puede resultar ser el primer paso hacia una vida más feliz y conectada en familia.

*Por su interés reproducimos este artículo de Jesús Amaya Guerra publicado en La Vanguardia México.

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