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La España vaciada

Bárcena (Cantabria). | Fuente: Almanatura

JUAN DE JUSTO RODRÍGUEZ

El mundo rural no es solo un espacio geográfico, es un modo de vida, una cultura, una identidad

El sol se ponía sobre el horizonte castellano, tiñendo de naranja y púrpura las casas de adobe y piedra. Un silencio denso se cernía sobre las calles, apenas interrumpido por el lejano ladrido de un perro. El viento silbaba entre los resquicios de las ventanas, como un lamento por la vida que se escapaba, susurrando historias de un pasado próspero y un presente incierto.

Antaño, este era un pueblo vibrante, lleno de risas de niños que corrían por las calles empedradas y el bullicio de las gentes que se congregaban en la plaza. Las calles se animaban con el paso de los carros cargados de cereales y el ir y venir de los vecinos, con las mujeres charlando en los portales mientras cosían y los hombres debatiendo la cosecha en la taberna, entre el aroma a vino y el humo de los cigarrillos. Ahora, muchas de las casas estaban vacías, con las puertas cerradas y las ventanas ocultas tras las persianas bajadas, como ojos ciegos que observan la desolación.

Los pocos habitantes que quedaban, en su mayoría ancianos con rostros curtidos por el sol y las manos nudosas por el trabajo de la tierra, se reunían en la plaza para compartir recuerdos y añoranzas. Sus conversaciones, como un eco del pasado, resonaban en el silencio de la tarde, evocando tiempos mejores, cuando el pueblo bullía de vida y el futuro se presentaba lleno de promesas. Recordaban las fiestas patronales, con sus bailes y sus verbenas, las bodas multitudinarias, los bautizos, las cosechas abundantes… Cada arruga en sus rostros, cada historia que contaban, era un testimonio de una vida entregada a la tierra, a la comunidad, a un modo de vida que ahora se desvanecía.

La escuela, que una vez rebosaba de niños con sus mochilas y sus gritos, ahora permanecía cerrada. Un recordatorio constante de la juventud que había partido, de las ilusiones truncadas y el futuro incierto. En el patio, donde antes se jugaba al fútbol y a la rayuela, ahora solo crecían hierbas. Los columpios oxidados se mecían con el viento, como fantasmas de una alegría perdida. El consultorio médico resultaba insuficiente para atender las necesidades de una población envejecida y vulnerable.

Falta de oportunidades

La falta de oportunidades, la precariedad de los servicios y el aislamiento, como una telaraña invisible, habían empujado a los jóvenes a buscar un futuro en las ciudades. La promesa de una vida mejor, de estudios superiores, de empleos estables, les había alejado de su tierra natal. La emigración, como una sangría constante, había ido vaciando el pueblo de su savia nueva, de su energía vital. Los que se quedaban, lo hacían por amor a su tierra, a sus raíces, a pesar de las dificultades. Eran los guardianes de la memoria, los custodios de las tradiciones, los que se resistían a dejar que el pueblo se extinguiera por completo.

Un sentimiento de tristeza me invade al contemplar este escenario. Me pregunto qué futuro le espera a este pueblo, a tantos otros como él, que se desangran lentamente en la inmensidad de la España vaciada. ¿Es inevitable su desaparición? ¿O aún hay esperanza de que la vida vuelva a florecer en estas tierras olvidadas?

La respuesta, me temo, no es sencilla. Requiere un esfuerzo conjunto de las instituciones, de la sociedad y de los propios habitantes. Requiere inversión en infraestructuras, en servicios básicos, en comunicaciones. Carreteras que se vuelvan a poblar de medios de transporte público que conecten el pueblo con el mundo exterior, que faciliten el transporte de personas y mercancías, que rompan el aislamiento. Escuelas que ofrezcan una educación de calidad, que preparen a los jóvenes para los retos del futuro, que les den la oportunidad de quedarse en su tierra. Centros de salud que garanticen la atención médica a una población envejecida, que les permita vivir con dignidad y seguridad. Requiere innovación, para adaptar las actividades tradicionales a las demandas del siglo XXI, para atraer nuevas empresas y generar empleo. El turismo rural, la agricultura ecológica, la artesanía, las energías renovables… son solo algunos ejemplos de las posibilidades que ofrece el mundo rural. Y, sobre todo, requiere una mirada compasiva hacia el mundo rural, un reconocimiento de su valor y su potencial.

El mundo rural es…

El mundo rural no es solo un espacio geográfico, es un modo de vida, una cultura, una identidad. Es el guardián de un patrimonio natural y cultural invaluable. Es el garante de una producción alimentaria sostenible y de calidad. Es un remanso de paz y tranquilidad, un refugio frente al estrés y la vorágine de la vida urbana. Un lugar donde el tiempo parece transcurrir a otro ritmo, donde se conservan las tradiciones, donde las relaciones humanas son más cercanas y auténticas.

Pero el mundo rural también es un espacio vulnerable, amenazado por la despoblación, el envejecimiento, la falta de oportunidades. La España vaciada es un síntoma de un desequilibrio territorial, de una falta de cohesión social, de una visión economicista que ha olvidado el valor de lo humano, de lo local, de lo auténtico. Es el resultado de décadas de políticas que han favorecido el desarrollo de las ciudades en detrimento del campo, que han concentrado las inversiones y los servicios en las grandes urbes, dejando al mundo rural abandonado a su suerte.

Revertir esta situación es un imperativo moral, una cuestión de justicia social, de sostenibilidad ambiental y de futuro como país. No podemos permitir que la España vaciada se convierta en un desierto demográfico, en un espacio abandonado a su suerte. Perder el mundo rural es perder una parte esencial de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestra cultura. Es renunciar a un modelo de desarrollo más equilibrado, más justo, más sostenible.

Es necesario un cambio de paradigma, una apuesta decidida por el desarrollo rural, que ponga en el centro a las personas y al territorio. Un desarrollo que fomente la economía local, la creación de empleo, la diversificación de actividades, el acceso a los servicios básicos, la conectividad digital, la participación ciudadana. Un desarrollo que respete el medio ambiente, que preserve la biodiversidad, que promueva la sostenibilidad.

Es necesario apoyar a los emprendedores rurales, a los que apuestan por la innovación, por la sostenibilidad, por la recuperación de las tradiciones. A los que, con su esfuerzo y su creatividad, mantienen vivo el mundo rural. Es necesario facilitar el acceso a la vivienda, a la educación, a la cultura.

Dar futuro a los jóvenes

Es necesario crear un entorno favorable para que los jóvenes puedan desarrollar su proyecto de vida en el medio rural, para que vean en el campo un lugar de oportunidades, no de renuncia.

Es necesario, en definitiva, reivindicar el valor del mundo rural, su importancia para el equilibrio territorial, para la conservación del medio ambiente, para la cohesión social, para el futuro de España. Es necesario reconocer la dignidad del trabajo en el campo, la sabiduría de los que han vivido toda su vida en contacto con la naturaleza, la riqueza de las tradiciones y las costumbres que se han transmitido de generación en generación.

Mientras tanto, la noche cae sobre el pueblo, envolviéndolo en un manto de estrellas. El silencio se hace más profundo, solo roto por el canto de los grillos y el ulular del viento. En la plaza los ancianos se han marchado a sus casas. Las luces se apagan una a una, y la oscuridad se adueña del lugar.

Pero en algún rincón, en alguna ventana iluminada, aún late la vida, la esperanza, la resistencia. En la casa de la familia que ha decidido volver al pueblo para criar a sus hijos en un entorno más tranquilo y saludable. En el taller del artesano que recupera los oficios tradicionales. En la granja ecológica que produce alimentos de calidad. En la pequeña empresa que ofrece servicios a través de internet.

Y en el cielo estrellado, como un faro en la noche, brilla la promesa de un futuro mejor. Un futuro en el que la España vaciada vuelva a llenarse de vida, de risas, de futuro. Un futuro en el que el campo y la ciudad se complementen, en el que la tradición y la innovación se den la mano, en el que la solidaridad y la cooperación sean los pilares de una sociedad más justa y equitativa.

Ese futuro es posible. Depende de todos nosotros.

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