La dolorosa vida de una mujer que rellenaba silencios

4 de septiembre de 2025
7 minutos de lectura
La dolorosa vida de una mujer que rellenaba silencios
Una mujer triste contempla escaparates en una calle de ciudad. /FI

MARÍA JESÚS JIMÉNEZ

Sabía que tenía que dar un cambio a su vida, pero estaba confusa y perdida. Se sentía sola y engañada

Hoy al despertarse notó como una sombra pesada que la aplastaba y que parecía quererla fundir con el colchón. Le costaba echar los pies fuera de la cama. Hizo de tripas corazón, levantándose de un salto, como para animarse a vivir y no sobrevivir una jornada más.

Se duchó aprisa y desayunó aún más deprisa de lo que normalmente tardaba en hacerlo, pues precisamente ese momento del día era el que más disfrutaba; sosegada, tranquila con un buen libro en las manos y saboreando el café que siempre alargaba y terminaba irremediablemente tomándolo frío.

Hoy todo lo estaba haciendo con rapidez inusual, igual pensando que de esa forma el día acabaría antes, como si ella pudiese comprimir las veinticuatro horas del que constaba en la mitad. Se le había olvidado que el tiempo es un ente que no permite ni que se le acelere ni se le retrase, que va solo por su cuenta y al mundo no le queda otra que dejarse arrastrar inexorablemente por él.

De pasada se miró al espejo, no por coquetería, sino para cerciorarse que era ella la que se reflejaba, que aún era ella la que veía.

Salió a la calle sin rumbo fijo, tan solo para respirar el poco aire que corría, tomar el sol que las nubes dejaran traspasar y sumergirse en la intensidad de olores que la primavera incipiente traía.

La inercia de la costumbre la hizo encaminarse hacia un supermercado que solía visitar pensando que igual compraría algo, suponiendo que se acordase de la nota escrita con lo necesario y que se había dejado olvidada bajo un imán en el frigorífico.

Ya dentro, comenzó a imaginar que los productos de las estanterías que a menudo veía, se tornaban condescendientes con ella, como dando respuestas a sus dudas. Era de locos pensar tal cosa, pero bueno, estaría bien sentirse arropada por el arroz, los garbanzos, las aceitunas y tantos otros alimentos allí expuestos. Tras echar en el carrito varios de “sus nuevos amigos”, se acercó al estante de los aceites mirándolos fijamente apreciando  que ellos no la querían, no había ninguno amable notando el rechazo de todos ellos, y comenzó a notar como rodaban las lágrimas por sus mejillas sin poder controlarlas. La gente pasaba por su lado y nadie preguntaba por su penoso estado si por respeto o indiferencia. Limpiándoselas de un manotazo, incluso con rabia, se recompuso del mal momento dirigiéndose a la caja para pagar lo poco que llevaba.

Al salir del establecimiento, decidió caminar a paso ligero para que le ayudara a cambiar el sentimiento de ira por cansancio, y seguro que le ayudaría a normalizar la respiración y la opresión que sentía en el pecho.

Ya cerca de su vivienda, hacia el mediodía, decidió tomar una cerveza en un bar cercano, pero en ese momento la detuvo el cartero con una carta certificada. Firmó el resguardo y fue para la casa a dejar la carta una vez comprobó que no era importante y de camino recogería el libro que tenía a medias; así leería un rato para entretenerse.

Se marchó al bar y al sentarse en la mesa se dio cuenta de que había olvidado el libro. Cogió de encima de la barra el periódico para hojearlo. No solía leerlo en profundidad pues rara vez había novedad en las noticias. Al llegar a la página donde estaba la programación de la tv, anotó en una servilleta las películas que proyectarían hoy, aún a sabiendas que probablemente vería la de alguna plataforma, pero por si acaso echasen alguna buena.

Solo ella veía tv y lo que compartía con él a veces eran los noticiarios o los noticiarios los compartían a ellos, difícil saberlo.

Llevaba tiempo sin interés en la comunicación, si no fuese para poner en claro miles de cosas, de hace miles de años y que llevaba miles de días en espera  de respuesta, recibiendo solo silencios.

Cada vez se encerraba mas dentro de ella y el pensarlo le dolía.

Se dejaba llevar por los dispositivos de telecomunicación tanto como los jovencitos de ahora, con la diferencia que en vez de para comunicarse a ella le serbia para no tener que hablar, así descansaba la mente y dejaban de acosarla esos pensamientos que tanto la martilleaban.

Lo cierto es que volviendo a los dispositivos, había tomado por costumbre tan solo al levantarse, colocarse los auriculares del móvil, para oír música, algún podcast o audio libro, incluso se los dejaba puestos al acostarse con un temporizador por si se quedaba dormida.

Solo se los quitaba para ver alguna que otra película en el televisor. Era muy amante del séptimo arte.

A veces el móvil le avisaba del uso excesivo de los auriculares o bien que el volumen estaba algo alto, pero no solía hacer caso. ¿Se quedaría sorda? ¿Podría eso ocurrir? Seguro que sería un mal menor. La verdad que estando sola en casa podría prescindir de ellos a no ser que, el llevarlos, le diese sensación de intimidad,  de algo que solo ella compartía.

Por más que se empeñaba en aclararse no comprendía en qué momento se transformó su efusividad por vivir, en su indiferencia por la vida incluso se asustaba cuando se dejaba llevar sin ganas de lucha y además con gusto. Ya no había quejas, solo desidia. Estaba más que claro que el día que la vida te elegía para hacerte feliz, al igual que el que elegía para hacerte infeliz, siempre resultaría inesperado. Iría poquito a poco confundiéndose con las minucias diarias, hasta que un día una se levanta y se ve sumida en el dolor.

En tiempos de dolor las líneas no están claras. Habría que remarcarlas con tiza o lápiz pensaba y así poder borrarlas con facilidad cuando el dolor aminorara. Pero no era así. El dolor de alguna forma siempre estaría ahí, no se iría, se disfrazaría  y se escondería como una persona en una fiesta de carnaval. Pero a diferencia de esta fiesta que en algún momento finaliza, el dolor no se sabe cuando comienza ni cuándo tendrá fin. Cuando se instala en una, se nota tanto en la boca como en la memoria; en la boca, con regusto amargo cada vez que percibías su llegada, en la memoria con esos vacíos que te dejan los recuerdos vividos, los silencios sin llenar, y que ella, la inquebrantable memoria, jamás tendría la osadía de olvidar.

Este sin vivir viviendo, cavilaba para sus adentros contemplando la copa de cerveza medio vacía. De ahí el empeño de tener siempre los auriculares puestos, de esa forma, viviría lo que le contaban a través de ellos sin involucrarse ya que era algo ajeno a ella y no formaría jamás parte para la resolución de la trama.

Se levantó de la mesa con una sonrisa forzada, pagó a la camarera y caminó pausadamente hacia casa.

Cuantas veces estos monólogos internos para nunca llegar a buen fin. Todo lo contrario, cada vez que esto ocurría, notaba un pellizquito nuevo en el corazón, un corazón que cada día le iba avisando que ese no era el camino y que, si seguía así, terminaría matándolo por la dureza a la que lo iba sometiendo; pero no podía evitarlo. Era como si ese dolor la reconfortara, como cuando te molesta una muela y la aprietas fuerte con la lengua para aumentar un poco el dolor y sin embargo notas que te consuela, pero no es cierto, la infección continua y el dolor también y no cesará hasta que la extraigan, después sangre y después cure. Tiene gracia la similitud, la diferencia radica en que la muela necesita de alguien para arrancarla y el dolor del alma hay que arrancárselo una misma, hay que cauterizar la herida con la esperanza para que deje de sangrar y encontrar la fe para la cura.

Al llegar a casa, se sentía más relajada, más tranquila, pero la soledad le volvió a traer de nuevo los silencios. Esos silencios que durante años fue rellenando, sin ser nunca el mismo y que dependían del estado de ánimo del momento.

No era el mismo cuando estaba triste y el silencio se llenaba de pensamientos negros, o desesperanzada, ahí el color era azul y frío, o sintiendo ira donde el rojo lo inundaba todo, o con rechazo donde el silencio se llenaba de amarillo o llena de frustración con un naranja muy fuerte o con tantos y tantos colores que reflejaban otros tantos sentimientos, preñando tantos y tantos silencios que se le clavaban, como si de un cuchillo de carnicero afilado se tratara rajándola en canal, atiborrándola de oscuros presagios, sin posibilidad de tener cabida un buen sentimiento que se llenara de blanco y diera luz a su ser. Se sentía cansada muy cansada; sabía que tenía que dar un cambio a su vida pero estaba confusa y perdida.

Se tumbó en el sofá acurrucándose en posición fetal e intentando ordenar sus pensamientos. Y sin proponérselo vislumbró donde estaba el error, cuál era la mala premisa del bucle donde permanecía. Se vio estancada en una película irreal en la que la protagonista era ella, pero ni hablaba ni se movía; era como si el rollo del film se hubiese atrancado en un fotograma donde solo aparecía ella, nadie más.

Y se contempló nítidamente sola, realmente sola y ahí estaba el quid de la cuestión, el final y un nuevo comienzo. Tomó conciencia de que ya no había nadie a su lado, solo ella, dueña de su reciente rumbo de vida. Que todos los pasados silencios, ahora los podría llenar con prometedores sentimientos como la esperanza, alegría, aceptación, logros y sobre todo amor. Que el dolor iría poco apoco tolerándolo  y aunque no desapareciera del todo se las ingeniaría para esconderlo jugando a intentar no ubicarlo jamás.

Se hallaba frente a una visión de una hoja en blanco, donde escribiría con anhelo el inicio de su nueva vida, difícil, complicada, dura incluso dudosa, pero era su nuevo camino, su decisión, su lucha. Tendría que sacar fuerzas de donde no las hubiera, probablemente necesitaría ayuda profesional, no importaba, se sentía preparada.

Quedaba aún el diálogo con él, que lo tendría.

Y vio como uno tras otro se iban superponiendo todos los colores, proyectando un nuevo arcoíris, el suyo.

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