La hipercolesterolemia familiar es una enfermedad genética. Quien la padece nace con ella y presenta niveles muy altos de colesterol LDL desde la infancia. En muchos casos, por encima de los 200 mg/dl.
El gran problema es el tiempo. Cuantos más años pasan sin diagnosticar ni tratar, mayor es el riesgo de sufrir un evento cardiovascular. El colesterol en exceso se deposita en las arterias, formando placas que dañan los vasos sanguíneos. Esa acumulación puede derivar en aterosclerosis y, más tarde, en un infarto o un ictus.
La endocrinóloga Mercedes Noval, especialista en lípidos y riesgo cardiovascular, insiste en que detectar pronto la enfermedad marca la diferencia. Si el tratamiento comienza en la niñez, incluso desde los 8 o 10 años, el riesgo de estas personas llega a equipararse al de la población general. En otras palabras, diagnosticar a tiempo salva vidas.
Además, no todas las dislipidemias son iguales. Algunas son secundarias, como las que aparecen en personas con diabetes, donde la resistencia a la insulina altera también los niveles de colesterol y triglicéridos. En cualquier caso, la clave sigue siendo la misma: identificar el problema a tiempo y tratarlo de manera adecuada, según ha publicado Europa Press.
El tratamiento médico es esencial. Sin embargo, no se queda ahí. Un estilo de vida saludable multiplica la protección frente a las enfermedades cardiovasculares. Y aquí la dieta mediterránea ocupa un lugar central.
Este patrón alimentario ha demostrado ser el más beneficioso para el corazón. Se apoya en el aceite de oliva virgen extra como grasa principal. A ello se suman cinco raciones diarias de frutas y verduras, con variedad y presencia de alimentos crudos.
Las legumbres no pueden faltar al menos tres veces por semana. Los frutos secos son bienvenidos cada día en pequeñas cantidades. El pescado debe estar presente tres o más veces a la semana. En cambio, la carne roja y procesada conviene limitarla al máximo. Mejor optar por aves y cortes magros.
Otros alimentos también juegan un papel importante. Los huevos, consumidos de forma moderada, aportan nutrientes de calidad. Los lácteos, preferiblemente bajos en grasa, ofrecen calcio y vitamina D. Incluso el café y el té pueden ser aliados, siempre que se evite el exceso de azúcar.