El Real Madrid aterriza este sábado en La Cartuja para disputar su final número 41 de Copa del Rey. Y lo hace fiel a su estilo más genuino: al borde del abismo, sin escatimar en épica y dejando el corazón en cada cruce. El camino hacia Sevilla no ha sido recto, ni mucho menos tranquilo. A este Madrid lo ha empujado la fe, la pegada de Endrick y una resistencia a morir que empieza a ser marca registrada.
En dieciseisavos, el guion fue predecible: paseo militar ante el modesto CD Minera (0-5). Pero la calma se evaporó en octavos, donde un Celta indomable obligó a los de Ancelotti a pisar el alambre. Dos goles rápidos parecían suficiente, pero un Madrid confiado permitió la igualada y se vio arrastrado a una prórroga salvadora gracias al doblete de Endrick y un Valverde resolutivo.
Tampoco faltó el suspense en Leganés. Los blancos repitieron patrón: ventaja temprana, desconexión y empate agónico en el 88′. Cuando el fantasma de otra prórroga ya se sentaba en la grada, Gonzalo García rescató a los suyos con un cabezazo in extremis.
Las semifinales contra la Real Sociedad fueron, directamente, un guion de Hitchcock. En la ida, Endrick firmó el 0-1 en Anoeta. En la vuelta, todo se tambaleó: los donostiarras remontaron hasta colocarse 1-3. Pero apareció el Madrid de las noches imposibles. Bellingham y Tchouaméni igualaron. Oyarzabal forzó otra prórroga. Y ahí, Rüdiger, con un testarazo de manual, selló el billete a la final.
Endrick, con cinco goles, ha sido la gran revelación blanca en esta Copa del Rey. El joven brasileño no solo ha marcado, ha tirado del carro en los momentos más oscuros. En Sevilla, el Madrid buscará su título 21… a su manera: con sufrimiento, épica y olor a remontada.