Como periodista he reflexionado si merece la pena seguir escribiendo y un minuto después he sabido que sí, aunque no le guste al Gobierno que le pidan explicaciones
Queridos lectores, yo también he reflexionado. Lo he hecho durante un par de horas, el tiempo que ha pasado desde que ha terminado Pedro Sánchez de anunciarnos que él sigue, como Joe Rigoli —aquel mítico humorista de la televisión en blanco y negro—, hasta que les escribo esta carta, que nace de la ‘meditación más profunda’, breve, pero intensa, para averiguar si merece la pena seguir siendo periodista y soportar este acoso desde las filas de un Gobierno que miente y amenaza para acallar las voces críticas, sean de la derecha, de los jueces o de los medios de comunicación independientes.
No he necesitado cinco días ni movilizaciones de apoyo y cariño en la puerta de mi casa. Me ha bastado un minuto para saber que sí, que merece la pena del todo para seguir escribiendo con libertad y decirle, a quien lo quiera leer, lo comparta o no, todas esas cosas, que hace o no hace, el Gobierno de Pedro Sánchez o cualquier otro. Decisiones con las que no estoy de acuerdo y tengo el derecho de contarlas sin que por ello forme parte de una conspiración judeo-masónica, de un contubernio de retrógrados o de las maniobras de jueces malvados que no paran de maniobrar contra la dignidad, hoy de José Luis Ábalos o Begoña Pérez y mañana vaya usted a saber de quién.
¿Somos idiotas y enemigos de una sociedad de progreso los que no comulgamos con las ruedas de molino del sanchismo, esas en las que tenemos que aceptar que el no a los indultos, los pactos con los herederos de ETA y la amnistía se hayan convertido de la noche a la mañana en sí a todo a cambio de las monedas de Judas? ¿Ponemos en riesgo la democracia por entender que puede ser normal, y hasta bueno para la limpieza de esa democracia, que un juez investigue si alguien se ha aprovechado de su posición y ha cometido tráfico de influencias y corrupción en los negocios? ¿Cuál es el problema, que se trata de la esposa del presidente?
Se habla de bulos, pero todavía no se han dado explicaciones por quien debe darlas y acudir a los tribunales para limpiar su honor si se trata de infamias. Sería lo procedente, como lo será que si alguien ha difundido noticias falsas responda por ello en los tribunales. Nadie puede ver un problema en todo esto, y menos como para montar un circo ‘que ha permanecido en la ciudad durante cinco días’. La respuesta de ‘don Pedro enamorado’ ha sido un despropósito y ha sido desproporcionada, y ha dado lugar a que el espectáculo se desarrolle simultáneamente hasta en tres pistas con saltimbanquis, titiriteros y trapecistas en la calle Ferraz. Y algún que otro payaso, pero sin ninguna gracia.
Que no, queridos lectores, que no aguanto más y estoy súper cabreado después de los nueve minutos del líder socialista en los que se ha convertido en hacedor del bien y de la verdad, en garantía de la democracia y en único protector de los principios y valores de este país. No le he escuchado ni un segundo de autocrítica, y eso que fue el presidente el que hace años llamó indecente al líder del PP o el que ha sacado a colación repetidas veces en el Congreso las supuestas irregularidades del hermano de la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, en un asunto archivado por la justicia.
Y eso sin recordar las lindezas que soltó por esa boquita el ahora ministro Óscar Puente en el fallido debate de investidura de Feijóo, sí ese que habla ahora de “tomar medidas” contra la “utilización espuria de la acción penal”. Este ministro, que admito que me cae mal porque transmite mal rollo desde la arrogancia y la chulería, no es el mejor para hablar de limpieza y regeneración democrática, ni para acusar a la derecha de enfangar porque es lo que hace desde antes de llegar al Gobierno y desde que está en él.
Estoy harto de salpatrias que se lo creen porque dicen ser de izquierdas, que es a su juicio, donde están todas las buenas virtudes y las gentes de bien frente a los fachas y ultraderechistas, a los que llaman rencorosos e indecentes por ejercer lo que Sánchez considera la “política de la vergüenza”.
Y estoy preocupado como ciudadano y como periodista tras escuchar y leer entre líneas el discurso completo del mesías socialista, en el que se presenta como la reencarnación de la democracia, y amenaza con acciones políticas que irán por el camino del bozal a jueces y medios de comunicación, medidas para amordazar a la justicia y condicionar a los profesionales periodistas independientes de la información.
Si hacemos una cata de ideas o frases de la intervención de Sánchez, nos encontramos que el presidente habla de “la acción política que permite el ataque indiscriminado a personas inocentes”, de “la contienda partidista que justifica el ejercicio del odio, de la insidia y de la falsedad hacia terceras personas”, de “las mentiras más groseras que sustituyen el debate respetuoso y racional basado en evidencias”, de “confundir libertad de expresión con libertad de difamación, una perversión democrática de desastrosas consecuencias”… Yo, presidente, tampoco comparto ninguno de esos comportamientos, pero hay que poner orden dentro de casa para pedirlo fuera de ella.
Y no, presidente, a la democracia se la defiende con más democracia, no con bozales, recortes, persecución o chantajes, dando por hecho que todos cabemos dentro de ella, incluso sin ser socialistas, incluso sin ser sanchistas, solo por la condición de ciudadanos sujetos a la ley, con derechos y deberes. Usted no es guardián de la esencia democrática, ni el ama de llaves de los valores y libertades. Usted, presidente, ni siquiera ha ganado las elecciones y está en el poder por los votos de la traición a sus votantes. Está legítimamente en el poder, sí, pero sabe cómo ha llegado a él, con la mentira que usted disfraza después como cambio de opinión.
¿A qué se refiere cuando advierte que su decisión de seguir en el cargo es “un punto y aparte”?, ¿A qué se refiere cuando habla de la regeneración pendiente de nuestra democracia? ¿Qué pide exactamente cuándo anima a la mayoría social a movilizarse por la dignidad y el sentido común, poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo?
Más que preocupación me empieza a dar miedo. No hay cosa peor que el fanatismo y sus seguidores parecen hooligan descontrolados. Y no hay peor cosa que alguien se crea depositario de la verdad, de la única verdad, para instaurar el pensamiento único. Ha hecho un partido a su imagen y semejanza unido en torno a la figura de un líder absoluto, por el que incluso lloran sus fieles solo con pensar que puede irse, pero no está ayudando a unir a la sociedad española cuando usted y sus ministros hablan de buenos y malos y en realidad sólo tendrían que hacerlo de ciudadanos y derechos políticos, sociales o jurídicos y por supuesto de deberes.
Si se trata de orillar la política tóxica, el fango, el insulto y la descalificación dudo que alguien no quiera estar en ese empeño, pero no amenace ni se atribuya la razón porque esa no la dan las ideologías. La dan las trayectorias y los hechos, la dan las personas, y no dude nunca de la libertad de expresión, aunque algunas cosas no le gusten. Si hay delito, ya sabe, para eso están los tribunales para investigar y juzgar.
Y si usted pide respeto, cosa que comparto absolutamente, empiece usted por respetar al Estado de Derecho, a la separación de Poderes, a la solidaridad e igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y el Estado porque hay cosas que pueden ponerlo todo en peligro. Y ya sabe a qué me refiero.
Atentamente, un ciudadano y periodista preocupado que ha reflexionado mucho y está cansado de tanta gilipollez.