Hoy: 24 de noviembre de 2024
RAFAEL FRAGUAS
El perro amarillo es primo hermano del chacal. Retengamos este refrán persa, que viene a cuanto para explicar un hecho reciente en la política española. Se trata de una novedad que, formalmente y como tal, hay que recibir con expectativas de que sea para bien: pues resulta que un abogado que se dice jacobino ha decidido crear un nuevo partido político. Nada que objetar. Sea bienvenido a la arena. Pero recordemos que el jacobinismo es, sustancialmente, republicano, entre otras características, que no parecen aflorar en los enunciados de la formación emergente.
El problema está en la denominación que ha elegido: Izquierda Española. El saber de la gente de a pie tiene otro refrán, que cabe observar sobre todo cuando de asuntos políticos se trata. El dicho reza así: desconfía de quien te adula. El hecho de que toda la cohorte mediática de la derecha extrema y de la extrema derecha, cohorte que detenta la propiedad del 80% de los medios, haya recibido con aplausos, plácemes y todo tipo de alabanzas la nueva formación política debiera hacer sospechar a sus mentores de que algo no cuadra.
En verdad, lo que no cuadra es una serie de irregularidades ideológicas tras esa nueva sigla. Vayamos por partes. Unir los términos Izquierda y Española o bien es un oxímoron, pues no cabe hablar de izquierda antiespañola –fue la izquierda la fuerza política que pugnó casi en solitario y consiguió para toda España las libertades democráticas secuestradas por el franquismo-; o bien tal coyunda de términos chirría si tenemos en cuenta que la izquierda o es internacionalista o no es nada. Por otra parte, todo el pensamiento serio de izquierda -que también lo hay poco serio-, muestra precaución sobre el la idea nacionalista que, en esta ocasión, se adjetiva como “española”.
Ni más ni menos, fue el nacionalismo belicista de buena parte de la socialdemocracia alemana y el socialismo francés la causa de la escisión intra-izquierda previa a la Gran Guerra, que contaron con la enemiga del comunismo. Adjetivar a la izquierda con una característica nacionalista es pues un mal síntoma, habida cuenta de los males que aquel nacionalismo ha acarreado a la historia europea.
Desde otra dimensión, cabe considerar que la izquierda, históricamente, explícitamente, se ha definido por su antagonismo hacia el capitalismo. No consta ninguna toma de posición de la nueva formación política al respecto. Tampoco los integrantes y mentores cuyos nombres se nos han anunciado -centristas decepcionados, socialistas que creen patrimonializar para sí mismos el marchamo de la Transición y alguna estrellita de la derecha malconcienciada- permiten augurar que vayamos a contar con una izquierda nueva y como Dios manda.
Todo ello lleva a este comentador a pensar que lo que realmente persiguen los mentores de Izquierda Española, habida cuenta de lo que dicen querer conseguir es, en verdad, crear una Derecha Democrática Española, hoy inexistente en nuestro país. Lo que resulta incomprensible es por qué no se atreven a formular su propósito con esta otra definición mucho más ajustada a sus propósitos.
¿Será que a los promotores de la nueva formación les consta la falta de ideas propias, la ausencia de liderazgo y la primacía del desconcierto, trufado por la corrupción, existente en las filas dirigentes de la derecha? ¿Será que ven como evidente el crédito ético que sigue acompañando a la izquierda real, pese a su derrota militar a manos del fascismo, por su heroica resistencia y tránsito hacia la democracia por la desertizada piel del toro toreado que fue España bajo la dictadura del mediocre general?
Tal vez sea así. O tal vez no. Pero caben pocas explicaciones más. Por todas esas razones puede pedírseles a los promotores de la mentada Izquierda Española que truequen esta engañosa definición del nuevo partido por el de Derecha Democrática, que tanta falta hace en nuestro atribulado país. Por cierto, da la impresión de que el juego que les ha brindado a los vociferantes de la antipolítica el insulto y la afrenta va llegando a su fin.
Mantener encendido el odio es una tarea que tiene término, porque es en sí misma terminal. En política, coincide con el agotamiento de todo tipo de actividad con sentido y es, meramente, una expresión violenta del pataleo. El intento de movilizar a la población española en contra de una medida de gracia y de concordia como la amnistía, es una pretensión desgraciada que convierte en desgraciados a sus mentores.
Que la actitud de los nacionalismos periféricos resulte incomprensible para muchas personas de a pie, intencionalmente desinformadas al respecto por la derecha extrema y la extrema derecha, es un hecho en este país; pero resulta inadmisible que quienes creen pertenecer a la clase política desconozcan y oculten a sus bases que la percepción diferencial de sí mismos es un hecho objetivo para millones de catalanes, vascos, o gallegos en esos territorios. Dialogar con los representantes políticos de esos sentimientos es una obligación política y moral de la izquierda coaligada, la izquierda real, la de verdad, la que trata de gobernar y sacar adelante este país pese a los linchamientos, insultos, guerritas judiciales y zancadillas múltiples que, como celadas recurrentes, se arrojan con tan malas artes contra su gobernación, dañando a España en su conjunto.
Por consiguiente, cabe rogar a quienes airean una nueva sigla que no escondan sus sentimientos reales. Derecha Democrática sería, en realidad, una definición mucho más correcta, por necesaria, para paliar ese gravísimo déficit que nuestro país muestra. Recuerden pues el refrán persa. O mejor, el refrán español que pide que no ha de darse gato por liebre. Y mucho menos cuando se trata de cosa tan seria como la política.