Por instinto, por aprendizajes y por necesidades desarrollamos de manera permanente la condición de humano acompañamiento; no por casualidad ni por causalidad, sino porque tenemos marcados objetivos comunes.
Juntarnos, los seres humanos unos con otros, es un asunto absolutamente natural. Y lo hacemos esencial y fundamentalmente, para satisfacer nuestras necesidades: sociales, económicas, políticas, humanas en sentido genérico; para lo cual el lenguaje oral, gestual o escrito es un extraordinario fenómeno de acercamiento, por cuanto lo practicamos con y para los demás.
Así también la religión, las manifestaciones culturales, las simbologías las leyes positivas y consuetudinarias; en fin, producimos y distribuimos bienes y servicios, expresiones lúdicas y artísticas para procurar juntarnos.
Hay factores que facilitan la asociatividad, y que por lo tanto gravitan sobre nosotros, que nos comunalizan. Digamos que incitan a la estructuración de la sociedad y que nos posibilitan la ecología y los contextos sociales.
El factor más importante que se hace además condición necesaria y suficiente que nos vincula como sociedad es la cultura.
Algunas veces queda sintetizada la definición de cultura como cualquier desempeño de los seres humanos, y esta apreciación conceptual-categorial es perfectamente válida, legítima y aceptable.
Sin embargo, podemos ampliarla para exteriorizar que son además contenidos culturales los siguientes: ideas, ideologías, teorías, valores, modos ónticos, mitos, ritos, costumbres, idiomas, narrativas históricas, pulsiones sociales: porque, a partir del engranaje de todo lo anteriormente descrito -y mucho más- alcanzamos las legitimaciones que nos confieren identidad, nos dan idiosincrasia.
*Por su interés, reproducimos este artículo de Abraham Gómez publicado en El Nacional.