García Lorca en Buenos Aires. Capítulo XVII

6 de febrero de 2024
11 minutos de lectura
García Lorca
Lola Membrives y Federico García Lorca. | Archivo

Todavía viven en Buenos Aires muchos amigos de Lorca (y 4)

Dr. Reforzo Membrives: Están sobre la percha los vestidos de Lola

“Y ahora les dejo a ustedes preguntándose: ¿Cuántos años tendrá?

Estas fueron las palabras que pronunció Lola Membrives la última vez que subió a un escenario. Sesenta y tres años antes había pisado por primera vez las tablas, en el teatro de la Comedia de Buenos Aires, con La Buena Sombra, de los hermanos Quintero.

La edad de Lola Membrives fue la que ella quiso tener siem­pre: mi edad es la edad de todos, que había dicho Tagore. Lo­la se permitía el lujo de escoger los años, de aparecer niña de pronto, de sentirse madre o hija, con la misma docilidad que la madera. Al escribir Capdevila para ella su obra Cuando el vals y los lanceros, le preguntó a la actriz: “¿Qué edad quiere usted tener en la obra?”. A lo que doña Lola respondió: “Hágame usted viuda”.

Lola Membrives tenía necesidad de ir ensayando el papel que le destinaría la vida años más tarde: Juan Reforzo ha obligado a su mujer que se marche a Madrid para estrenar la obra que Paso le había escrito. La anima con la promesa de unirse a ella “cuando pasen los fríos”. . . y ya no vuelven a verse porque el avión, que trae precipitadamente a Lola de Madrid, llega demasiado tarde.

“¡Lola, pobre Lola!” fueron las últimas palabras que no le llegaron de su esposo.

En el vuelo de la soledad la actriz tuvo que recordar aquella voz que le dijo su novio, cuando todavía no lo era, en el tea­tro Apolo de Madrid: “¡Ánimo, nena!”.

Con ánimo y viuda se marcha de nuevo a la capital de España para reaparecer con La Malquerida. Aquella noche le dieron la Medalla del Trabajo. Y del dolor.

La edad. La edad de Lola. “Y ahora les dejo a ustedes pregun­tándose: ¿Cuántos años tendrá?”.

Los años de Lola quedaron detenidos en los cuadros, en los muebles, en las fotos y recuerdos de su casa. Lola está con Marañón y Ortega sujeta, como un pájaro, por las alas de sus manos. Lola está con Benavente, para darle celos a Federico. Lola está con Federico, para que sienta celos Bena­vente. Con su marido, sentados a una mesa, bebiéndose los éxitos. Y sola, en un cuadro grande pintado por Moisés, ensa­yando el gesto de su muerte. Lola en la respiración de este pi­so grande que da a una plaza, bellísima, de Buenos Aires. Y en medio de este vendaval de voces, el hijo, que coloca en un ál­bum misterioso las palabras de su madre, continuamente ca­yendo de las paredes.

El doctor Reforzo Membrives dedica a mi trabajo toda una tarde. Inmediatamente se produce en nuestra conversación una cordialidad que nada tiene que ver con el teatro. A cada instante se levanta para alcanzarme fotos, documentos, que encuentra en el orden azul de sus archivos. Por la vida de este hombre han pasado los más eminentes personajes del teatro y de la cultura, tanto españoles como argentinos. Se conoce de memoria las calles de Madrid, el farol de la esquina, los camerinos de los teatros, donde sigue yendo cada año en bus­ca de la resurrección. Todos estos sitios están huérfanos de Lola, viudos de Lola, y va con ellos a compartir los vacíos que dejó la madre, a beber la última última leche de los úl­timos pechos.

— Dr., ¿quién es Federico García Lorca?

No fuma, sólo una taza de café tiene delante, pero sus manos giran en busca del tiempo hasta que hace estallar el equilibrio de las plantas sobre el cristal.

-Federico es un niño con la necesidad siempre de ver la costane­ra. Cuando llegó a Buenos Aires se lo pedía constantemente a sus amigos: “Yo quiero que me lleven a la costanera”.

-Y se pasaba las horas mirando el engaño del mar. Ensanchaba el pecho, como queriendo llenárselo de agua, para luego derramarse en el Darro, agrandar el Genil. De esa manera ya no arrastrarían más la envidia de ser pequeños.

(El río Gaudalquivir tiene las barbas granate. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre)1

El doctor Reforzo tiene veintitrés años, a punto de terminar su carrera de medicina, cuando conoce a García Lorca en Vitoria. La Compañía de Lola Membrives está en la ciudad del norte español con una obra de don Jacinto en cartel.

Por cierto, Benavente había conocido así a la actriz que se encontró con el dramaturgo en la calle:

-¿Usted es don Jacinto Benavente?

-Sí, y usted es la niña que ha debutado en el Apolo: la felici­to, tiene usted una voz muy hermosa.

Además del mucho cariño que Federico sentía por Lola, a Vitoria llevaron al poeta lírico intereses: leerle su teatro, seducirla con el rompiente clamor de sus personajes. Estamos en 1932 y ya había descubierto el granadino lo que luego diría de Lola en Buenos Aires:

“Hay quien afirma que yo soy un autor para Lola Membrives y que esta gran artista es una actriz para mí; es muy posible que es­ta afirmación sea un acierto rotundo. La madre de Bodas de san­gre, la zapatera de La zapatera prodigiosa, y, sobre todo, la agu­dísima comprensión y emoción, a veces dolorosa y siempre exal­tada, con que Lola Membrives estudia y crea mis personajes, me obliga a pensarlo así”.

“Lola Membrives, a bastantes días del estreno aún, ya empieza a ser Mariana Pineda; es decir, ya este mágico personaje, y todos los de la obra, y el mismo ambiente romántico de ella; ya está metida en la balumba de ensayos, decorados, trajes, luces (¡Oh admirable Fontanals!) y siente nerviosamente la inquietud de la nueva creación; sus grandes ojos son como aquellos que yo so­ñaba en Mariana Pineda avizorando todo lo que pasaba en Grana­da; para los ojos de Lola Membrives no se pierde un solo detalle, y en ellos se adivina el trabajo, el esfuerzo y el recreo del alma mientras va materializando el personaje y dándole el contenido emocional que requiere para que al unísono con el suyo se des­garre el corazón de los espectadores”.

“Posiblemente, Mariana Pineda sea el mayor triunfo de Lola Membrives como actriz y la prueba definitiva de sus extraordi­narias condiciones como directora de escena, como creo también que el estreno de esta obra será para la compañía el triunfo más grande de interpretación entre los que ha alcanzado ya”.2

El hijo de Lola Membrives me confirma que, efectivamente, lo que más había cautivado a Federico de su madre era la in­terpretación de Mariana Pineda. Llegaba el poeta después de los ensayos, todo un gesto, subiéndose por las ramas de lo inefable, herido, matado por el eco de su propia obra. Ha­bría que haber visto a doña Lola, fugada en una angustia, recitar casi en éxtasis:

Si toda la tarde fuera

como un pájaro, ¡cuántas

duras flechas lanzaría

para cerrarle las alas!

Hora redonda y oscura

que me pesa en las pestañas.

Dolor de viejo lucero

detenido en mi garganta.

Ya debieran las estrellas

asomarse a mi ventana

y abrirse lentos los pasos

por la calle solitaria.

¡Con qué trabajo tan grande

deja la luz a Granada!3

-En 1931 —sigue diciendo el doctor Reforzo— Benavente entrega a mi madre su obra Santa Rusia, que ella esperaba con gran curiosidad. Cuando don Jacinto se la leyó, mi ma­dre quedó desolada: preveía un tremendo fracaso. Llora­ba en el cuarto del hotel cuando en uno de sus típicos arranques llamó a Eduardo Marquina y le pidió que, de sus tres estampas teresianas, le preparara una glosa de la figu­ra de la santa. Marquina se dejó convencer. Era el gran dra­maturgo de aspecto macizo, pero de una cordialidad fina­mente irónica. Amadeo Vives había dicho de él: “Este gran poeta con aspecto de fabricante de paños”. . .

Muy pronto anunció Marquina a mi madre que iría a leerle la obra: una creación totalmente nueva, escrita de un plumazo, en uno de esos raptos de inspiración en que los artistas se encuentran dispuestos a plasmar lo que llevan muchos años madurando.

Ya tenía Lola Membrives asegurado el segundo tramo de su temporada.

Pero cuando llega la Compañía a Madrid para debutar esta­ban en la estación esperando a mis padres Encarnación Ló­pez, La Argentinita, e Ignacio Sánchez Mejías, con el men­saje obligatorio de que García Lorca iría aquella misma noche al hotel para leerles Bodas de Sangre.

Mi madre se resiste por lo inoportuno de la hora, por el cansancio de viaje, sin remedio. Estábamos hospedados en e Hotel Alfonso XIII adonde llegó Federico con sus Bodas de Sangre debajo del brazo y cuya lectura terminó con la madrugada.

Enseguida prendieron aquellos versos en el candelabro de siete brazos que era la actriz:

—“Deja todo lo que tengas, Lola, que te quiero para que estrenes mis Bodas”.

—“Eso es imposible, Federico, ya sabes que vengo con contratos”.

—“Olvídate de los contratos para vestirte de Madre. Nadie podrá decir aquel dolor como tu”.

Y se quedaba esperando, un instante quieto, la respuesta que no podía llegar de los ojos divididos de mi madre.

No podíamos detener aquella furia que olvidaba las firmas, la responsabilidad de una Compañía que, ante todo, había dado su palabra.

Al fin se convence y el 8 de marzo de 1933 Pepita Díaz estrena en el Infanta Beatriz con éxito inolvidable. Mi madre le promete que se ocupará del estreno en Buenos Aires.

Hemos olvidado el café encima de la mesa. Es preciso un cor­to silencio para que el hijo recobre la intimidad mirando al borde de los retratos. Los dos nos damos cuenta que duelen los hechizos del pasado y por eso preferimos mirar un segun­do por la ventana. Ahora encuentra de nuevo la calle, el hilo que se enreda a veces con la exactitud de las flechas:

Sabido es por todos que Lola Membrives estrenaba en la tempora­da del 33 una obra de Ramón Gómez de la Sema, Los Nuevos Seres, que no gustó. El mecanismo que la indujo a estrenar Bo­das, cumplimentando así la promesa hecha a Federico en Madrid, no lo recuerdo exactamente. Lo cierto es que se estrena en el Maipo con el clamor que el mundo conoce y que hasta entonces, en Buenos Aires, era desconocido. Jorge Larco había hecho los decorados.

-Enseguida mis padres, viendo que el éxito era inagotable, contra­taron el Avenida para alargar indefinidamente la temporada. Co­mo el delirio del público era sobrecogedor, mi madre llamó a Gar­cía Lorca pidiéndole que viniera.

—“Yo voy con tal que sea en un barco mú grande”, había con­testado Federico.

Y así fue. Le sacaron pasajes en un hermoso barco italiano con las dimensiones que el poeta había pedido: EL COMTE GRANDE.

Desde el instante en que Federico García Lorca pisa tierra argenti­na, los periodistas, los curiosos, los admiradores . . . no le deja­rían en paz.

Vivíamos nosotros entonces en Rodríguez Peña al 375. La casa estuvo siempre abierta para los versos recién ocurridos, las tertu­lias o el descanso del poeta. Allí le acompañaron muchas veces Jorge Larco, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo . . . tan entusias­tas en los ensayos.

Estando un día en casa, mi madre pidió a García Lorca que el poema del cuchillito, en el último cuadro de Bodas de Sangre, lo dijera solo la madre. A lo que él respondió levantando los brazos, en un gesto exagerado, con su voz granadina:

—“Na-tu-rar-men-te”.

Y así fue como Lola esperó desde entonces el telón y el aplauso:

Vecinas: con un cuchillo,

con un cuchillito,

en un día señalado, entre las dos y las tres,

se mataron los dos hombres del amor.

Con un cuchillo,

con un cuchillito

que apenas cabe en la mano,

pero que penetra fino

por las carnes asombradas

y que se para en el sitio

donde tiembla enmarañada

la oscura raíz del grito.4

-También, a veces, Federico se empeñaba en no asistir a un com­promiso y no había forma de hacerlo desistir. Entraba en una profunda melancolía que duraba poco, pero que nos desconcer­taba.

Con un cierto temor, evitando quebrar la calidez de nuestra conversación, pregunté al doctor Reforzo cómo era el carác­ter de su madre.

La lucha que sostuvo toda su vida por superar la debilidad, había hecho de Lola Membrives, por momentos, una mujer dura. Cuentan que una estrellita fue a verla, decepcionada por el mucho trabajo y la escasa retribución, y se derrumbó en la butaca de su camerino diciéndole: “Doña Lola, que can­sada estoy”. A lo que replicó la actriz con energía:

—“Cansada. . ., de qué?”

Su hijo sonríe saboreando esta anécdota que él mismo recuerda, para seguir contestando:

—Entre las aparentes contradicciones de mi madre, figura la de su modestia frente a su altivez.

Sus colaboradores se quejaban alguna vez de su genio. Y te­nían razón. Mi madre sufría explosiones de impaciencia y reco­nocía que su gran pecado era la ira. En realidad muchas veces esos brotes, desproporcionados a la magnitud del motivo que los dispa­raba, tenían un fondo de razón que había ido sedimentando hasta estallar en el momento menos justificado.

Su confianza absoluta en el poder de la decisión y del esfuerzo, su gran fe en Dios y en sí misma, sin desechar la influencia de ese imponderable que se llama suerte, hicieron de ella una persona exigente para sí y para los demás. A mi hermana y a mí no nos perdonaba esfuerzo, por áspero que fuera. Pareció muchas veces dura y, desde luego, nunca fue blanda. Sin embargo, los viejos le inspiraban una gran ternura. Y los niños, sobre todo los niños.

A través de esta conversación larga hemos ido poniendo, sin quererlo, anillos de boda en los inacabables dedos de Lola Membrives y Federico García Lorca. Tendremos que decir de ellos lo mismo que Neruda dijo de la poesía: “Se harán mil astillas y volverán a ser cristal. Han nacido para el teatro y seguirán cantando para el hombre. Cantarán. Cantaremos”.

Cuando murió Lola Membrives, el diario LA NACION de Buenos Aires la despide con estos versos de Machado escritos para ella:

Según cierta soleá

hubo en Cádiz una Lola

que dejaba la Isla sola

al irse al Puerto a cantar.

Se iba Lola y escuchar

nadie más coplas quería;

la gracia de la poesía

con ella al Puerto marchaba

y la Isla sola quedaba hasta que Lola volvía.

Solos, viudos de Lola, nos hemos enfrentado hoy con un tro­zo de su vida fuertemente ligado a los cinco meses que Lorca estuvo en Buenos Aires. Nos hemos enfrentado hoy con su vida usando el mismo coraje con que ella se enfrentaba con la escena final de Pepa Doncel:

“La vida es como un viaje por mar; hay días de calma, hay días de borrasca; lo importante es ser buen capitán de nuestro barco. Llegar adonde se quiere llegar, adonde se debe llegar. Poder más que la vida”.

Por si acaso vuelve el barco, están sobre la percha los vestidos de Lola.

NOTAS

  1. O. C. I pág. 153.
  2. O. C. II Pág. 948.
  3. O. C. II Pág. 135.
  4. O. C. II Pág. 614.

2 Comments

  1. No se puede más , que la propia vida. y es tan sabia…
    La vida diempre se cobra de la mejor manera posible.
    Lo hace restando y no es partidaria de conceder creditos.
    Suma tú , con tus medios, llegarás con suerte a la par, así ni debes ni te debe. Es lo que recibimos y siempre debemos completar.
    Es mejor estar atentos al punto y final.

  2. Quiero conseguir todos sus capitulos.
    Me gusta como escribe y lo sigo desde que lo descubrí, hace tiempo en todas sus facetas.
    Es muy versatil y sus escritos llegan muy facil a la mi curiodidad por aprender.
    Me encantaria poder recopilar estos articulos.
    ¿Como conseguirlos?
    Gracias por amenizar mis dias.

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