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García Lorca en Buenos Aires. Capítulo X

García Lorca

El escritor Pablo Neruda, en 1972. | Fuente: Keystone Pictures USA / ZUMA Press / EP

Neruda fascinante (1ª parte)

“Sí, ¿cómo atreverse a escoger un nombre, uno solo, entre tantos silenciosos? Pero es que el nombre que voy a pronunciar entre vosotros tiene detrás de sus sílabas oscuras una tal riqueza mortal, es tan pesado y tan atravesado de sig­nificaciones, que al pronunciarlo se pronuncian los nombres de todos los que cayeron defendiendo la materia misma de sus cantos, porque él era el defensor sonoro del corazón de España”.

“¡Federico García Lorca! Era popular como una gui­tarra, alegre, melancólico, profundo y claro como un niño, como el pueblo”.

“Estará muerto él, ofrecido como una azucena, como una guitarra salvaje, bajo la tierra que sus asesinos echaron con los pies encima de sus heridas, pero su raza se defiende como sus cantos, de pie y cantando, mientras le salen del alma torbelli­nos de sangre, y así estarán para siempre en la memoria de los hombres”.

“He visto en Buenos Aires hace tres años, el apogeo más grande que un poeta de nuestra raza haya recibido, las grandes multitudes oían con emoción y llanto sus tragedias de inaudita opulencia verbal. En ella se renovaba cobrando nuevo fulgor fosfórico el eterno drama español, el amor y la muerte bailando una danza furiosa, el amor o la muerte enmascarados o desnudos”.

“Es que nosotros no podremos nunca olvidar este cri­men, ni perdonarlo. No lo olvidaremos ni lo perdonaremos nunca. Nunca”.1

Quien habla así de García Lorca es alguien que tiene muy presente aquella sangre subida a las mejillas, aquella espuma, aquella lava encendida de volcanes, aquel estar los dos de frente y descubrirse. Neruda llegó a Buenos Aires con su poe­sía transitada por musgos y caracolas, y con su cara de cárcel fue a esconderse en la secreta rama donde ya estaba Federico con el lazo preparado, con el acierto de su cacería.

Si bien la muerte fue en Granada, la vida, eso que era cada amistad para Federico, fue en Buenos Aires. Ya estaba Lor­ca aquí; deshechas las precauciones de los primeros encuen­tros, el granadino se pasea como por su casa, hasta saluda por la calle, entra en confianza con sus actores y prepara el estre­no de La Dama Boba, de Lope, cuya adaptación Federico trae en su repertorio. En el intermedio de un ensayo alguien le señala la corpulencia griega de Neruda, y en ese momento se derraman por el patio de butacas, como gotas de música, los cien poemas de amor que ya llevaba en el pecho Neftalí. La canción desesperada la entonarán, a dúo, durante muchos años, estos dos grandes amigos sujetos por el yugo de la fas­cinación compartida.

Neruda ha recordado que, cuando él recitaba sus poemas, Federico, en gran histrión, levantaba los brazos, gesticulaba, se tapaba los oídos y decía: “Para! ¡Para! ¡No sigas leyendo, no sigas, que me influencias!”.2

Esto no podía ser del todo verdad. Sus aguas venían de pozos distintos: una, con sabores de revolución y cobre, encadenada en ondas diminutas donde se abanican en verano las estrellas; la otra, es surtidor, cascada, fuente que ha navegado mucho tiempo entre raíces y estalla en polvo cuando ve la luz. Neru­da puede estar muchas horas contemplando, es un espectador que ve pasar los trigos y se olvida del hambre, hasta que el hambre llega con su prisa y no tiene otro remedio que salir al campo a ver si queda alguna huella, alguna luz. Lorca es la­drón inmediato de cosechas, se aprovisiona de los granos que caen a su paso, ensarta con la mirada las espigas y las guarda en los almacenes de su vientre hasta la hora del vómito; en­tonces, saldrán en ramos las viejas espigas, nuevamente dora­das. Lorca va a los sitios con la intención de descubrirlos, de trasplantarlos. Neruda cuenta lo que ve con palabras de azufre y de pimienta.

“Me acuerdo ahora de uno de sus recuerdos. Hace algu­nos meses salió de nuevo por los pueblos. Se iba a representar Peribáñez, de Lope de Vega, y Federico salió a recorrer los rincones de Extremadura para encontrar en ellos los trajes, los auténticos trajes del siglo XVII que las viejas fa­milias campesinas guardan todavía en sus arcas. Volvió con un cargamento prodigioso de telas azules y doradas, zapatos y collares, ropaje que por primera vez veía la luz desde siglos. Su simpatía irresistible lo obtenía todo”.3

Al descubrirse en Buenos Aires, los dos poetas levantan la tapa de sus arcas antiguas y allí descubren la tela y el adere­zo que pondrán collares a la carne desnuda de sus poemas.

Federico presentaría a Pablo de esta manera:

“Y digo que os dispongáis para oír a un auténtico poeta de los que tienen sus sentidos amaestrados en un mundo que no es el nuestro y que poca gente percibe. Un poeta más cerca de la muerte que de la filosofía, más cerca del dolor que de la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta. Un poeta lleno de voces misteriosas que afortunadamente él mismo no sabe descifrar; de un hombre verdadero que ya sabe que el junco y la golondrina son más eternos que la meji­lla dura de la estatua”.4

Neruda, alargando su mano azul de caracola, echa a volar su golondrina:

Cuando vuelas vestido de durazno,

cuando ríes con risa de arroz huracanado,

cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,

la garganta y los dedos,

me moriría por lo dulce que eres,

me moriría por los lagos rojos

en donde en medio del otoño vives

con un corcel caído y un dios ensangrentado,

me moriría por los cementerios

que como cenicientos ríos pasan

con agua y tumbas,

de noche, entre campanas ahogadas.

Ven a que te corone, joven de la salud

y de la mariposa, joven puro

como un negro relámpago perpetuamente libre,

y conversando entre nosotros,

ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,

hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:

para qué sirven los versos si no es para el rocío?

Así es la vida, Federico, aquí tienes

las cosas que te puede ofrecer mi amistad

de melancólico varón varonil.

Ya sabes por ti mismo muchas cosas.

Y otras irás sabiendo lentamente.5

Notas

  1. Neruda, Pablo. Obras Completas. Losada III, Pág. 640.
  2. ABC INTERNACIONAL. 18 al 24 de julio de 1984.
  3. Neruda. O. C. III Pág. 643.
  4. O. C. I Pág. 1183.
  5. Neruda. O. C. I Pág. 236.
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