En España murieron en 2020 más de 30 mil ancianos en residencias, cuando, “manu militari“, y por orden de las autoridades sanitarias, fueron emparedados en sus habitaciones so capa de que no había hospitales para prestarles asistencia sanitaria con ocasión del COVID, y no se llegó a ver si en los hechos la casuística se presentaba, y entonces manejar medidas de “estado de guerra”, como habilitar hospitales privados y hasta hoteles con fines asistenciales; todo esto se descartó de antemano, y se fue directo al encierro, con la “humanitaria” morfina y la consiguiente transfiguración de la habitación en celda de emparedamiento, llegando el caso a quedar uñas incrustadas en las puertas como aquel que se despierta tras ser enterrado en el ataúd. Mucho ha ocurrido cuyos detalles no son conocidos y parecen sacados del mismo infierno. Hay que destapar estas fosas.
Fueron cosas tan extremadas, brutales e inhumanas, que el día del Núremberg, estos monstruos de apariencia humana que ordenaron tanto horror, verán lo que creían imposible: ser condenados a penas análogas a las que impusieron para mantenerse en sus adorados sillones, de lo que se colige que hay que preparar escenario para 17 presidentes autonómicos, 17 consejeros de sanidad y toda una red de cooperadores entre profesionales tales como jueces, fiscales, forenses y hasta periodistas apologistas del encierro.
¿Quién dio la orden de esta obediencia general? ¿Dónde está la cúspide de la pirámide de mando? La consigna ha funcionado en un amplio espectro de países de nuestro entorno, de lo que se colige que no es un producto nacional.
Son los que “en la teoría de la conspiración” (así nos llaman a los defensores de saber esta cruda realidad) denominamos nuevos amos del mundo, servidores, a su vez, de otra élite que parece ser el mismo diablo, enemigo sempiterno de la humanidad y de la razón. Deben de tener un “Ministerio del Gerontocidio” en la sombra con un diabólico jefe que supervise que no se queden los planes de muerte y el sufrimiento por debajo de sus tasas mínimas. Y es que, a lo que parece, a estos el hecho de matar les da vida, vamos, practican una dieta soterrada de antropofagia o “digieren” como alimento el sufrimiento humano. Qué terrorífico que es nuestro universo ¿Quién dijo que Dios era todo bondad? La maldad contra los humanos forma parte de la estructura.
Y por el hilo saldrá el ovillo. La señora Julia era una mujer de ochenta y pico años que el 28 de diciembre de 2022, día de los santos inocentes, recibió la inyección del descanso eterno en la habitación 29 de la cuarta planta COVID del hospital madrileño llamado Clínico San Carlos, tan bueno, seráfico y humano este centro de sanidad (que conozco bien por ser el de mi zona); pero amigo, todo lo luminoso tiene un lado oscuro, y en otras facetas no tan a la vista, se instaló una sede de los diablos en dicha cuarta planta, servida por personal que parecía seleccionado por el mismísimo Satanás como esa enfermera letal que veremos.
En efecto, fue el caso que a la referida señora Julia se la cargaron a eso de las diez de la mañana o poco antes, en esa habitación 29 del día 28 que alguna cábala diabólica parece que tomaba juego, la enfermera acudió a poner una inyección a esta mujer a la que dejaron toda la noche sin darle agua (esto parece que acelera la muerte por la deshidratación); ella no paraba de pedir “agua, agua”; su compañera de habitación lo reclamaba a las auxiliares, pero parecía que aquello estaba dirigido por algún siniestro propósito ajeno a la salud. La enfermera de la inyección le dijo: “Reina, con esto vas a descansar“, y en efecto, al poco dejó de respirar. Cuando una fisio llega y tras llamar “Julia, Julia” ella no contesta, da la voz de alarma, llegan enfermeras con un aparato de electro, hablan muy flojito para que la otra paciente no se entere, y la presunta asesina, la enfermera del “Reina, con esto vas a descansar” se muestra con una frialdad total; parece que sabía que la señora Julia iba a morir por el pinchazo.
La familia fue engañada; le contaron una milonga, aunque estaba muerta desde las 10 a.m. no le avisaron sino después de las 12 p.m, diciéndole que Julia estaba empeorando y que se temía lo peor. Mantuvieron entre las 10 y las 4 de la tarde al menos el cadáver en la habitación, con compañía de otra paciente en contra de toda norma. La habitación había mutado, ahora era una “morgue”, y a la otra paciente le traen la comida para que se alimente en compañía del cadáver, lo que generó protestas por parte de la enferma superviviente, a lo que la enfermera de la inyección letal razonó: “no se por qué no quieres comer si es tu compañera de habitación, solo que ahora está muerta“.
Los equipamientos humanos eran gente de otro mundo, donde matar y tratar con los muertos no remueve las entrañas.
Alguien debó de llevar a la planta Covid lo mejorcito del hospital, lo más siniestro y malvado. Qué oscuros personajes se habían escogido para la planta 4 Covid del San Carlos. ¡La diablocracia es así! Dos pacientes con el Covid juntos, para auxiliarse entre virus que entre ellos se comunican: “oye, hermano Covid, que los míos han bajado, tose que me lleguen de los tuyos y así vayamos a la par, que matándoles nosotros, triunfamos”. Habitación cerrada a cal y canto; el cesto de los trajes de plástico que se quitaban “contaminados” se deja en la habitación y abierto, todo diabólicamente pensado para que los virus vuelen libremente.
Al diabólico hospital no se le pasaba nada por alto. A la compañera de Julia le aplicaron un tratamiento peligroso, el remdisivir que fue usado contra el ébola de forma experimental, sin pedirle el consentimiento a la paciente (las leyes no rigen estos antros infernales); afloraron hemorragias bucales y tardó la víctima en reponerse del tratamiento (y menos mal que ese mismo día de la muerte a las 4 de la tarde con la vía puesta en el brazo se escapó por el pasillo de aquel centro de exterminio de pacientes COVID). Pues si llega a seguir allí, se hubiera empeorado; la hubieran pasado a UCI; le hubieran sedado y dicho a la familia que se había puesto mal, como hicieron en los hospitales públicos con otros tantos pacientes liquidados en clandestinidad por métodos análogos con ocasión del COVID (no hicieron ninguna autopsia para que no se supiera el verdadero origen de la muerte, el de Julia, una sobredosis de opiáceos que le provocó a las 10 de la mañana del 28 de diciembre de 2022 una parada cardíaca por complot de una enfermera con una dirección medica ejecutora de un protocolo secreto y criminal de matar ancianos). Y el director de la Sanidad de Madrid al tanto y protegiendo de forma activa la NO investigación de los hechos.
Los hechos fueron denunciados, pero había un complot de altos vuelos para echar tierra sobre el asunto; colocaron a un policía judicial ex sanitario para que no se supiera la realidad; el policía también fue denunciado por falsificador de documentos; el juez echó tierra sobre el caso (tierra que un día volverá sobre él porque el karma pasa factura). Hoy la causa está en el Constitucional, a tiro de piedra de la habitación donde ocurrieron los hechos, pero el Constitucional tiene su particular “embrujo” o “encantamiento”.
A la señora Antonia en el hospital murciano “Morales Meseguer” dos jovencitas MIR le querían llevar a la “sedación” (para que no sufra) por una dolencia renal no terminal de la que se repuso. A su compañera de habitación la iban a sedar en contra de la voluntad del marido, pero con el consentimiento de los hijos. Y allí estaba viva despidiéndose de su familia. Sedadoras letales, eso han pasado a ser estas jóvenes médicas agentes del infierno. Obviamente que esto es un protocolo de matar ancianos “para que no sufran”. Un “holocausto” en versión sedada, parecida a la que Hitler usó con los “deformes”, que está funcionando con la indiferencia de la policía, los jueces, fiscales y hasta los medios de comunicación.
Pero no todo son malas noticias. La potencia para destruir esta infernal máquina y destronar a toda esta inmundicia o escoria humana, ya esta aquí. No son estas fuerzas oscuras omnipotentes. La naturaleza es sorprendente y funciona al modo de una pirámide sin fin, donde siempre hay algo superior a lo que se cree lo más alto, y todo poderío como toda enfermedad, tiene un plazo de vigencia, y sabemos que hasta algunos se curan de cáncer o sobreviven porque el enfermo resiste más allá de la vida del cáncer que muere por decrepitud dejando vivo a su huésped.
Hay que parar el gerontocidio de estos nuevos dioses aztecas que han tomado las riendas de las instituciones. Y toda su maligna obra.