A Pedro por su reinterpretación de Judas y sus 30 monedas
No es novedad que las olas rompan con su espuma las rocas. Y que por mucho que sobre ellas se insista apenas si serán alteradas. Inmutables y distraídas nada las hará cambiar su visión y proyecto. No necesitan marcar rumbo para permanecer inalterables. Así ocurre con ciertos individuos sobre los que el acontecer de su propia vida no los modifica un ápice. Esta falta de transmutación o cambio no se debe a valores forjados por la experiencia sobre los que empecinadamente se cree. Es la pereza al cambio la que impide que se conviertan en otros más provechosos.
Uno se mueve dentro de los mundos que se conocen y sobre los que se convierte en un experto. Hace tiempo se detuvo a un joven, que sería la envidia de los jóvenes talentos, que llevaba años interpretando con gran éxito su papel en el timo del tocomocho (deriva de la unión de la expresión “Tocó mucho”). Este delito tradicional ya se practicaba el siglo pasado sobre víctimas llamadas “julay”. Asombrado, y pensando que este tipo delictivo no era nada más que una tradición en desuso, entable conversación con el joven actor llegándole a preguntar que siendo esta estafa tan conocida, vetusta y trasnochada, como era posible que todavía incautos se dejaran arrastrar por la parafernalia y el arduo montaje que implicaba este tipo de golpes. Aún recuerdo su risa y mirada burlona; me dijo “No lo sabes tú bien. Es mucho más rentable y con menos riesgos que muchos de los otros trabajos que yo podría realizar. Esto más que un delito, es un arte. Ningún trabajo bien hecho produce tanta satisfacción como esta obra terminada sin contratiempos y con éxito”.
Es habitual leer en los periódicos, o ver en los distintos medios de comunicación, que alguien ha sido estafado mediante este ancestral método. Son muchos más los estafados que las denuncias que llegan a nuestras comisarias. Al parecer la vergüenza lo impide. Ante tanta estafa virtual uno no deja de pensar que en el fondo el tocomocho guarda íntima relación con la obra de un buen artesano que nos enraíza con todo aquello que se supone que un día fuimos.