El tiempo que no se interrumpe: acercamientos literarios y astronómicos, una forma de narrar el universo

2 de octubre de 2024
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JOSÉ GREGORIO SÁNCHEZ ESCOBAR

También el jugador es prisionero (la sentencia es de Omar) de otro tablero de negras noches y de blancos días. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?

(Jorge Luis Borges, El ajedrez)

Todo comienza con los primeros textos, esos primeros trazos que nacieron al ritmo de las estrellas. Las primeras cosmovisiones se alimentaban del vaivén de las noches y los días, del silencio de la luna y sus estrellas, del sol eterno que marcaba la diferencia entre la vida y el misterio. Seguramente, noches y días llenos de una imaginación inigualable. Cada mirada al cielo era un disparador de historias, un génesis donde lo visible y lo invisible cohabitan. El hombre, desde tiempos inmemoriales, alzó la vista al cielo no sólo buscando respuestas sino construyendo preguntas. La astronomía -las narraciones-, desde sus primeras observaciones, se transformaron en un viaje por los vericuetos de una narración infinita. A través de la comprensión del cosmos, la humanidad no solo hallaba respuestas, sino que también construía nuevas incógnitas.

En cada punto de luz en la oscuridad, en cada luz que cruzaba las miradas, nacían nuevas narraciones. Un entendimiento profundo del universo emergía, como si la astronomía misma fuera una de las primeras literaturas del ser humano. Desde entonces, las observaciones celestes han nutrido la imaginación del hombre, permitiéndole realizar los más grandes descubrimientos y, a veces, caer en las más terribles equivocaciones. Una imaginación borgiana, tal vez irresponsable, capaz de explicar las cosas de manera fascinante, pero que nunca deja de moverse. Así es como la astronomía nos recuerda que el conocimiento y el deseo humano nunca se detienen, y siempre están en movimiento, como el mismo cosmos que observamos.

Un diálogo entre estrellas y cavernas

Ubiquémonos ante esos primeros seres capaces de simbolizar el mundo, capaces de imaginarlo en las paredes de las cuevas. Allí, con sus primeras preguntas sobre el infinito, comenzaron a narrar la naturaleza, los sonidos, los animales, las estrellas. Esas primeras manifestaciones de la imaginación, inscritas en el arte rupestre, no solo representan el inicio de la literatura, sino también del pensamiento científico. La astronomía primitiva, basada en la observación de los cielos, fue una forma de narrar el tiempo y el espacio, un lenguaje que trascendía lo visible.

Esa capacidad de simbolizar, de interpretar el universo, fue la primera herramienta narrativa del ser humano, y lo ha sido desde hace más de 100.000 años. La imaginación, en ese entonces, se revelaba en las historias contadas a la luz de la luna, mientras las estrellas observaban desde su distancia infinita. Aldous Huxley, en Literatura y ciencia, nos recuerda que el ser humano, atravesado por su experiencia del mundo, cuenta la historia de los otros y la propia. Como Borges, que narraba sobre el mismo libro, el hombre ha mirado siempre al cielo buscando en las estrellas las mismas respuestas, escribiendo un relato eterno.

El universo como espejo

A veces, las preguntas más simples son las más profundas. ¿Por qué un minuto tiene 60 segundos? ¿Por qué los días se llaman como se llaman? ¿Por qué los meses tienen esos nombres? Y si diciembre significa mes diez ¿Por qué es el mes 12? Estos son los enigmas que la astronomía y la literatura intentan desvelar, preguntas que nos recuerdan que el tiempo es una construcción, un relato basado en observaciones astronómicas. Las antiguas civilizaciones, como los sumerios y babilonios, narraron el movimiento de los cuerpos celestes para dar sentido a sus vidas. A través de la medición del tiempo, basada en la observación de la Luna y las estrellas, se creó una narrativa sobre el cosmos que perdura hasta nuestros días.

Así como el arte y la literatura interpretan lo que no siempre puede decirse en público, la astronomía ha permitido que lo invisible se vuelva visible. Huxley planteaba una escena cotidiana para explicar cómo la percepción humana varía. Ante una misma situación, algunas personas responden de forma lógica, mientras que otras reaccionan emocionalmente. En la observación astronómica ocurre algo similar: mientras que algunos buscan comprender los fenómenos celestes desde el rigor científico, otros encuentran en el cielo una fuente inagotable de asombro y belleza. La astronomía, entonces, es tanto un arte como una ciencia, un diálogo entre lo emocional y lo racional.

Del hombre primitivo a los astronautas

Nuestra historia como especie es la de una criatura que, hace 200.000 años -mal contados-, miraba al cielo con fascinación. Ese homínido que salió de África y, siglos después, pisó la Luna, se ha definido por su capacidad de asombro y su deseo de explorar lo desconocido. A medida que se expandía por el planeta, el ser humano no dejó de alzar la mirada hacia las estrellas, buscando en ellas su lugar en el universo. En Mesopotamia, los primeros astrónomos trazaron el movimiento de los astros y comenzaron a escribir las primeras cosmogonías. Así, la astronomía se convirtió en una narración más, una forma de explicar lo incomprensible, de darle sentido al misterio cósmico.

Pero la astronomía no es solo el estudio de los astros; es la historia de cómo la humanidad ha proyectado su imaginación hacia el cielo, creando mitos y teorías a partir de lo observado. Desde los primeros calendarios hasta las misiones espaciales, la astronomía ha sido el puente entre lo tangible y lo imaginario. La misma curiosidad que llevó a los antiguos sumerios a observar el cielo llevó a la humanidad a pisar la Luna. Ese viaje desde las pinturas rupestres hasta las estrellas refleja nuestra necesidad de narrar el universo.

La literatura y el cielo: narraciones infinitas

Tal como Borges describió en su poema El ajedrez, el juego de las estrellas y los planetas sigue un curso infinito, dirigido por fuerzas invisibles. Somos jugadores en este tablero cósmico, narradores de una historia que nunca termina. La astronomía, como la literatura, nos invita a mirar más allá de lo evidente, a formular preguntas que nunca habríamos imaginado. Y, en ese acto de observar, nacen nuevas historias, nuevas interpretaciones del cosmos que nos rodea.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
(Jorge Luis Borges, El ajedrez)

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