Enrique Larreta, un hombre que optó por vivir en estado de artista construyó en 1920 una casona con arquitectura colonial y la amobló con mobiliarios virreinales en la estancia que había adquirido en 1918 y queperteneciera a la “Estancia Jesuítica Alta Gracia”, hoy Patrimonio de la UNESCO.
Fue uno de los pocos escritores argentinos que logró ser miembro de la Real Academia Española.
Larreta empezó a construir la casa principal de estilo colonial, desarrollada en dos plantas y la terminó en 1924. Tres años más tarde, construyó para su esposa Josefina de Anchorena una capilla con piedra caliza, extraída de una cantera propia de la Estancia que ya la habían usado los jesuitas, y sobre el altar, se entronizó la imagen de la Virgen de la Merced, esculpida por el propio Larreta en arcilla del mismo campo.
La entrada de la casa es un portal español importante, con una fuente de agua en el medio, con un inmenso aguaribay a su lado.
Se ingresa a un hall de entrada, muy largo con piso de lajas cuadradas. En el interior, algunos baños mantienen sus grandes bañeras de cuatro patas.
La casa está poblada de objetos originales, piezas de arte de origen del Alto Perú o español. Hay cuatro cuadros cuzqueños, del siglo XVIII, conformando parte de la colección de arte latinoamericano y español que atesoró Larreta.
Se conservan aún algunas pinturas de paisajes de Potrerillo pintados al óleo por el propio Larreta. Las chimeneas son grandes, ejecutadas de piedra local en el living y comedor, así como en algunos dormitorios. Las habitaciones de arriba tienen balcones, algunos de inspiración española que miran a las sierras.
Pero quién fue Enrique Larreta
Escritor, artista plástico, empresario, diplomático y gestor cultural. Había nacido en Buenos Aires en 1875. Contrajo matrimonio con Josefina Anchorena, nieta del colonizador y militar Aarón Castellanos.
Fue embajador argentino en Francia, durante la primera guerra mundial y visitó varias veces el frente de batalla. Recibió condecoraciones varias, entre ellas la “Legión de honor”.
Fue uno de los pocos argentinos que integró la Real Academia de las Letras que a su muerte le rindió un importante homenaje en la ciudad española de Ávila, España donde imagino su obra cumbre La Gloria de Don Ramiro.
Construyó la casa de Acelain, la de El Potrerillo en Alta Gracia y modificó su casa en Belgrano, en Buenos Aires, donde hoy funciona el Museo que lleva su nombre. Tuvo cinco hijos: Josefina, Mercedes, Enrique, Agustín y Fernando.
Descendía directamente del general Manuel Oribe quien fue uno de los 33 Orientales y famoso General De Rosas. Falleció en Buenos Aires en Julio de 1961.
Desde la Estancia Jesuita a El Potrerillo
El núcleo de la antigua estancia jesuítica ha quedado inmerso en el centro de la ciudad de Alta Gracia que nació precisamente a partir de dicho establecimiento y data de 1643.
La iglesia preside la plaza central de la ciudad, y a su costado la residencia actualmente es el Museo Nacional “Casa del Virrey Liniers” del mayor interés arquitectónico e histórico.
En una de las calles laterales, el antiguo obraje era sede de un colegio. También existe aún el tajamar, complemento obligado de estos establecimientos, que ha pasado a ser un elemento identificatorio de la “Estancia Jesuítica Alta Gracia”, patrimonio de la Unesco.
La historia de este enclave español se remonta a 1585 cuando la Compañía de Jesús llegó a la Argentina en una misión evangélica y educadora. Para sustentarla económicamente, organizaron la construcción de establecimientos agrícolas, ganaderos e industriales, que más tarde se denominaron Estancias Jesuíticas.
Una de las principales fuentes de recursos era la cría de animales, que pastoreaban en zonas de montaña llamadas potrerillos, y que se comercializaban para servir en los yacimientos del Potosí, ya sea para el traslado de materiales con mulas o de personas a caballo. En 1643 Don Alonso Nieto de Herrera dona las tierras de Alta Gracia a la Compañía de Jesús. Él las había heredado de su esposa, Doña Estefanía de Castañeda, quien, a su vez, recibió las tierras luego de la muerte de su anterior esposo, Juan Nieto.
Nieto había obtenido los terrenos por haber participado de la fundación de la ciudad de Córdoba en 1588, y los había bautizado con el nombre de Alta Gracia. En esa tierra, los Jesuitas construyeron la estancia que estaba dividida en ocho puestos distribuidos en las sierras: entre ellos, el denominado Potrerillo.
En 1767, El rey Carlos III de España puso fin al trabajo de los Jesuitas en América y expulsó a la Orden de todos los terrenos de la Colonia Española. Las estancias pasaron a manos de la denominada “Junta de Temporalidades” que las administró a nombre del Rey.
Años más tarde, la estancia de Alta Gracia fue vendida a una familia aristocrática de Córdoba, los Rodríguez, que no pudieron mantener su actividad económica.
En 1810, el Virrey Liniers decidió comprar las tierras con el objetivo de pasar el resto de su vida en la estancia. Sin embargo, sólo vivió unos pocos meses allí porque, tras recibir la noticia de que en Buenos Aires se había declarado la revolución independentista, decidió unirse a las filas contrarrevolucionarias. En agosto de ese mismo año es capturado y fusilado en Cabeza de Tigre pasando las tierras a manos de sus hijos.
En 1820, el educador y filántropo José Manuel Solares compró las tierras a los hijos de Liniers y ordenó la delimitación de la villa que durante tantos años funcionó gracias a la Estancia. Tras su fallecimiento, Solares donó las tierras al Estado, formándose la ciudad de Alta Gracia, que conserva el nombre de la propiedad original de Nieto.
Las construcciones jesuíticas y tierras adyacentes quedaron en poder de los Lozada, herederos de Solares.
En 1918, como ya lo mencionamos, el escritor y diplomático Enrique Larreta adquirió al congresista Aguirre Cámara las tierras que correspondían al potrerillo.
Su encanto por el lugar nació a partir de sus visitas al Sierras Hotel de Alta Gracia, por entonces el hotel más importante y lujoso de Argentina. Varios años después de vacacionar allá, y alentado por su mujer Josefina Anchorena, decidió comprar el terreno en las sierras a unos cinco kilómetros del lujoso hotel.
Lo español en Larreta
En uno de sus memorables textos, Tiempos Iluminados, Larreta escribió, “se me confió desde temprano al cuidado compasivo y alegre de las sirvientas. Eran éstas siempre españolas. Y todas hijas de labriegos y pastores. El castellano es una lengua eminentemente agrícola. ¿Quién podría aceptar que los mejores maestros de idioma y aún de literatura de un escritor hayan podido ser las criadas de la casa? Mi gratitud se dirige a sombras ignoradas, pero también a toda la España popular, a la España eterna”.
Ese concepto lo compartía con sus amigos, el nicaragüense Rubén Darío, Manuel Mujica Laínez y Ortega y Gasset.
El poeta precursor del modernismo escribió sobre la gran obra de Larreta, La Gloria de don Ramiro: “Intelectualmente el autor de La Gloria de D. Ramiro está entre las pocas dominantes figuras de Hispanoamérica. Su libro es en su género, lo mejor que en asunto de novelas ha producido nuestra literatura neo mundial. Hágase algo superior y Larreta pasará a segundo término”.
La Gloria de don Ramiro fue una de las novelas más influyentes de principios del siglo XX. No sólo entre los castellano-parlantes, sino también entre las elites literarias de Europa, pues esta obra se convertiría en un ejemplo paradigmático de no – vela histórica, capaz de recrear meticulosamente el ambiente y la psicología de una época pasada y sus personajes. Enrique Larreta, su autor, la escribió a raíz de un viaje que realizó a Europa con su esposa, pero la concreción de la obra se dio luego de cinco años de investigación, en donde el autor estuvo inmerso en la literatura, la pintura y la religiosidad de la época. En esta novela Larreta critica a Felipe II y su contrarreforma, pero sólo para buscar más atrás, en los usos de la arcaica nobleza, los valores más auténticos de España: el cristianismo y los fueros feudales, Fernando e Isabel y la conquista de América.
Don Ramiro no es un héroe épico: es un antihéroe existencialista arrastrado por los tiempos. Su realización, o su gloria, no radica en su valor, sino en su debilidad, en su paralizadora incertidumbre.