El valor y arrojo mostrados por el pueblo en aquella España de Esquilache y Napoleón, parece que se ha difuminado en actitudes serenísimas. A los jóvenes, se les endurecen los años buscando piso y trabajo para pagarlo. A los de mediana edad les importa conseguir una jubilación dichosa que les permita echar una mano a sus hijos. Y a los viejos, disminuidos sus apetitos en todas direcciones, buscan horizontes de sosiego para despedirse de este mundo con los funerales pagados. Sólo los políticos amagan fortaleza que se reduce luego a lo que puedan conseguir bajo la manta.
Tengo yo experimentado –y Vargas Llosa no me dejará mentir— que en tiempos de democracias imperfectas, más bien con evidente nostalgia de dictaduras camufladas, son más que precisos los intelectuales y sus ideas, que pongan orden en este desasosiego de falsa complacencia.
Pero no esos intelectuales de la ceja, escasos de ideas y largos de beneficios, sino aquellos que brindan saberes reflexivos como Savater, Albiac… o del estilo de Eliot, Unamuno, María Zambrano, Santa Teresa de Jesús, Emily Dickinson… Y no hablemos de Descartes, Séneca, Aristóteles. Los nuestros de ahora se llaman intelectuales a sí mismos, como músicos que desafinan.
pedrouve